llí te metían en una sala de la oficina y te preguntaban qué es lo que te hacía especial. A todos nos lo preguntaban. A ver cuál era nuestro superpoder. No sé, quizá ser el único al que le habían hecho una colonoscopia en ese lugar era mi algo especial”. Esta es una de las muchas anécdotas a las que suele recurrir Dan Lyons (1960) para presentarse. Después de un cuarto de siglo dedicado al periodismo tecnológico, este veterano plumilla se vio, con 52 años, mujer y dos hijas, en la obligación de reconvertirse profesionalmente. Era 2013, pintaban bastos para los medios de comunicación y la dirección de la revista ‘Newsweek‘ le fue franca: querían rejuvenecer la plantilla, porque con su sueldo pagaban el de cuatro o cinco chavales.
Lyons empezó a tocar las puertas de una industria que llevaba décadas cubriendo hasta que finalmente se le abrió una de ellas. “Siempre había mirado con envidia a la gente que entrevistaba. Veía a personas corrientes que en empresas como Google hacían una fortuna”. Acabó en HubSpot, una ‘startup’ de Boston que comercializaba soluciones y herramientas de ‘marketing’ digital. Era una de esas empresas que aspiraban a convertirse en un unicornio, repleta de veinteañeros entregados a la causa. “Al principio me pareció una idea genial. Era demasiado adulto para hacer fortuna, pero pensé que trabajar con esa gente iba a ser tremendamente excitante”, confiesa en una videollamada con Teknautas. ‘Spoiler’: salió mal.
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Aquel entorno presuntamente tan estimulante no tardó en destaparse como un ambiente laboral caótico, gobernado por una cultura tóxica que ‘empapuzaba’ hasta las trancas a una plantilla que parecía más “una secta o una fraternidad estadounidense”. Obviamente, este periodista no tardó en sentirse completamente fuera de lugar. “Fui muy infeliz allí”, explica. “Si eras parte de ese culto casi divino y te creías lo de que estabas cambiando el mundo, tu experiencia podía ser maravillosa. Pero a mí todo aquello me parecía ridículo”.
De aquella fatídica experiencia nació ‘ Disrupción: mi desventura en la burbuja de las startups ’, un libro que cinco años después de su lanzamiento se publica en castellano de la mano de Capitán Swing. Un relato crudo en primera persona, tan peyorativo como cómico, en el que Lyons utiliza lo que sufrió durante poco más de 12 meses en sus carnes para denunciar desde dentro los desmanes y el postureo que imperaban (y que lo siguen haciendo) en parte de la industria tecnológica, especialmente entre las empresas más tiernas. Es simple y llanamente lo que en España se dice hacer un buen traje. Todo sin perder el sentido del humor ni de la autocrítica. “El mejor libro sobre Silicon Valley”, afirmó en su día ‘Los Ángeles Times’. La obra también fue ungida por la crítica del ‘New York Times’, que la señaló sin dudarlo como un ‘bestseller’.
Aceptó un puesto extraño. ‘Marketing fellow’. En una traducción un poco gruesa sería algo así como asistente de ‘marketing‘. “Creo que me dieron un título por mi edad”, comenta entre risas. No es ni el primero ni el último periodista que deja las redacciones y se pasa a lo que en el gremio se llama el ‘lado oscuro’, la comunicación o el ‘marketing’ corporativo.
Pero el suyo tampoco era un caso más. A sus cuatro años en ‘Newsweek’, había que sumar una década de experiencia como analista en ‘Forbes’. Además, Lyons es el hombre que estuvo detrás de la creación de ‘Fake Steve Jobs’, un blog en el que se hacía pasar por el difunto fundador de Apple y que no dejaba de lanzar pullas contra esa empresa y medio Silicon Valley, algo que le llevó a la fama cuando se descubrió que él estaba detrás. “En realidad, admiraba a Steve Jobs. Era un tío superinspirador”, dice sobre los motivos que le llevaron a escoger ese personaje. Aquella publicación se convirtió en un éxito y en un dolor de muelas para la manzana, que intentó cerrarlo a golpe de talonario, como hizo con otros proyectos similares. Este periodista siguió con la publicación hasta la muerte de Jobs y solo la interrumpió cuando este se trataba del cáncer que acabaría a la postre con su vida. ¿Con quién repetiría la jugada? «Probablemente, Elon Musk. No deja ningún vacio. No se me ocurre cómo ser más ofensivo que Elon Musk», contesta. «Bezos también sería una buena opción. Pero es más previsible. Recuerdo una vez que le hice una entrevista cuando estaba en ‘Newsweek’. Y cuando me puse a transcribirla, me di cuenta de que era palabra por palabra la misma entrevista que había dado un año antes a otra revista. Era jodidamente robótico».
«Pensaban que era el padre de alguien»
Era un perro verde dentro de HubSpot. Solo había un trabajador mayor que él (no tardaron en hacerse amigos). No había ninguno de su generación. Los de 30 años eran considerados “mayores» y la edad media era de 26 años. Cuando algún ‘hubspotter’ se cruzaba con él por los pasillos, se asustaba pensando “que era el padre de alguien”.
“Aún no sé a ciencia cierta en qué consistía mi trabajo. Nunca nadie me lo explicó”, comenta un sincero Lyons, que no tardó en sentirse víctima de aquel desorden. “Yo pensé que iba a dirigir todas sus publicaciones a modo de editor o asesorar al CEO en asuntos de comunicación”. Sin embargo, se vio en una sala, rodeado de jóvenes recién licenciados que «le miraban por encima del hombro», creando contenidos genéricos cómo «qué era el HTML» y subiéndolos a internet, con la esperanza de que gracias a Google alguien lo encontrase, hiciese clic y se interesase por la empresa que lo publicaba. “No lo pasé bien escribiendo aquello. Ahora sospecho que ellos lo único que querían es que yo hiciera un blog con mi firma, que trajese tráfico, sin importar de qué escribía, ganar dinero y clientes con ello”.
«Les doblaba la edad. Si se cruzaban conmigo, pensaban que era el padre de alguien»
Imaginen que llevan toda la vida trabajando en una silla de oficina y en su lugar se encuentran una enorme pelota hinchable en su puesto de trabajo. Esa fue la estampa de Lyons en su primer día. Estaba perdido. Si se sentaba y se caía, se reirían de él. Si pedía una silla, también. Aquella fue la primera premonición de que el desenlace no iba a ser bueno. La sede de la compañía era, según sus ojos, “como la guardería Montessori” a la que habían acudido sus hijos. Y es que HubSpot cumplía todos y cada uno de los clichés que existen en el imaginario colectivo sobre trabajar en una ‘startup’. Fiestas con cervezas que se alargaban hasta las tantas en la oficina y que acababan con empleados teniendo sexo en las cabinas de las duchas, un grupo de flexiones que organizaba entrenamientos al mediodía en recepción, actividades grupales como pintar la oficina o escribir entradas para webs como la Wikipedia, excursiones para hacer equipo…
Cosas que Lyons miraba con cierto desprecio pero que fueron un excepcional trabajo de campo para su siguiente vida profesional: guionista y coproductor de la serie ‘Silicon Valley’, de HBO. Él simplemente quería terminar sus quehaceres y volver a casa. Incluso tuvo que llegar a dar explicaciones ante el mosqueo de un superior porque había hecho una limpia de contactos en Facebook para dejarlo como algo más personal, donde subir las fotos de su familia y poco más.
“Todo era una diversión forzada, utilizaban siglas extrañas para todo… Joder, utilizaban palabras como ‘deleite’. Vendíamos ‘spam’… Hablábamos de ‘e-mail marketing’. Y así un sinfín de tonterías”, cuenta. “El fundador, nuestro jefe, era un tipo que traía un osito de peluche al trabajo y decía que aquello era positivo por no sé qué razón. Yo tenía claro que eso era un disparate, pero ese tipo y su osito son multimillonarios, así que el payaso ahora soy yo”, exclama. “Todo era extremadamente gracioso y rídiculo, pero como había ese extraño culto, no encontrabas a nadie con quien reírte y desahogarte. Eso sí que fue difícil para mí. Yo soy periodista y ver todo eso delante y no poder comentarlo. Era muy duro”.
PREGUNTA. Usted cuenta que se sintió completamente excluido. ¿Qué es lo que falló entonces? ¿Usted, los compañeros o la cultura de la empresa?
RESPUESTA. Podía haber hecho algunas cosas mejor, pero lo único es que no encajaba bien con esa cultura de empresa. Esa es la gran razón. También creo que era por mi edad. Tenía el doble que la media. Yo no tenía ningún problema con aquello. Me recordaba a cuando empecé como periodista en una revista de informática, que iba a trabajar con jóvenes con grandes ideas y que iba a aprender muchísimo. Luego me encontré con que no me querían cerca. Había personas que tenían feudos, pequeñas partes de la empresa que habían moldeado y donde yo no tenía cabida. Me veían como una carga, como si tuviesen que cuidar de mí.
P. Su empresa ganó varios premios como el mejor lugar para trabajar y en páginas de valoraciones como ‘Glassdoor’ tiene una nota destacada. Algunos igual ven en el libro como una venganza personal.
R. [Risas] Esa es una buena pregunta. Es cierto que todo esto se basa en mi experiencia personal, pero ponerse en esas listas de los mejores lugares para trabajar es fácil. Cuando estaba allí, era parte de la rutina. Nos llegaban correos que decían que votáramos, que era importante, que era una competición para ver quién era el mejor empleador de la ciudad. Si no lo hacías, te lo recordaba tu jefe una y otra vez. En ese entorno de devoción, casi de secta, la gente acababa bombardeando esas webs con puntuaciones muy altas… ¡Y lo celebraban como una victoria legítima! Se asumió que todas hacían lo mismo y se veía como algo normal.
«Me preguntaban cuál era mi superpoder. El mío, ser el único con una colonoscopia»
P. Alguno habría que votase convencido, ¿no?
R. Obviamente, había personas felices en esa empresa y votaban de corazón. Pero también me he encontrado, desde que saqué el libro, muchísimos ‘e-mails’ que me dan las gracias por escribir esta historia, que su experiencia fue exactamente igual. Si por alguna razón no encajabas en esa filosofía o no mostrabas la actitud que esperaban que mostraras, se decían que no eras la persona adecuada. Recuerdo especialmente el caso de una chica a la que contrataron en Recursos Humanos. Era su primer trabajo y se implicó muchísimo, ofreciéndose a hacer actividades y muchas más cosas. Cuando llevaba un mes, la llamaron a un despacho y le dijeron que no era lo suficientemente entusiasta. Su reacción fue decir que intentaría serlo más y le respondieron que no, que recogiera sus cosas y se fuese. Fue bastante humillante para ella.
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P. Usted comparaba su trabajo con el de un taller de ropa antiguo donde en vez de utilizar máquinas de coser utilizaban ordenadores. ¿Es todo tan negativo? ¿No se vivía bien en una tecnológica?
R. Sí y no. Si eras un ingeniero, estabas en un nivel distinto. Tenías buenas condiciones. Tenías tus propios bocadillos. Tenías una cocina diferente. Te trataban bien. Pero si miras el Departamento de Ventas, por ejemplo, la cosa cambiaba radicalmente. Tras ese nombre, lo que se escondía era un enorme centro con decenas de personas haciendo llamadas constantemente en un ambiente superruidoso. Ahí tu formación no importaba. Importaba que fueras competitivo, que hicieses una llamada tras otra sin parar. Y si no llegabas a los números, les daba igual, no les importa el contexto, te ibas fuera. Luego te vendían que estabas en aquella empresa para cumplir una misión especial, pero al final eras un número. Mi departamento se hacía llamar la ‘fábrica de contenidos’ y aquello era igual. No les importaba el contenido, les importaba el tráfico.
Un libro ‘investigado’ por el FBI
Cuando Lyons todavía estaba escribiendo el libro (se publicó en 2016), llegó a los oídos de sus superiores lo que andaba pergeñando. “Yo no lo estaba ocultando y creo que se asustaron de lo que podía aparecer, más allá de las bromas y las anécdotas. Pero en lugar de pedirme que les enseñase el manuscrito, que lo hubiese hecho sin problemas, intentaron obtenerlo antes de que se publicase«.
Esta rocambolesca historia acabó con el autor interrogado por el FBI. “Nunca me llegué a enterar bien de si intentaron ‘hackear’ mi ordenador o a la editorial, entrar en casa de alguien… Los investigadores me preguntaron si utilizaba información privilegiada. Les entregué todo y hasta ellos se sorprendieron, porque esto iba de la cultura de las ‘startups’ a través de mis historias. Vamos, que se preocuparon sin razón. Solo tenían que haber pedido verlo”.
Aunque la publicación causó cierto escándalo en los medios, el futuro de la empresa no se vio ni mucho menos comprometido. HubSpot salió a bolsa con una valoración que la dejaba al borde de convertirse en un unicornio (más de 800 millones de dólares) y la empresa tiene a día de hoy una capitalización de más de 40.000 millones en bolsa. Algo que Lyons no vio venir en 2014.
P. Usted decía que aquello se sostenía en el ‘marketing’ y en mucho humo, que no había un producto sólido detrás. Y mire, cinco años después, la empresa es una referencia y el tipo del osito de peluche tiene más dinero que cualquiera que vaya a leer esta entrevista.
R. En Silicon Valley hay una expresión muy común y muy extendida que es «finge hasta que lo tengas». Pues ellos fingieron y les salió bien. El producto ahora es muy bueno. He conocido ‘startups’ que lo usan y me lo han confirmado. Pero eso ha cambiado mucho. Cuando yo estaba allí, hablaban de que eventualmente podrían llegar a tener un buen producto. La premisa era que ya lo lograrían y que lo harían funcionar, pero que antes de todo eso había que venderlo. Ellos lo consiguieron, pero hay muchas empresas que no.
«Los gilipollas de las gafas de Google»
Ha sido testigo privilegiado de dos burbujas. La primera, la de las ‘puntocom’, que vivió desde la barrera periodística como analista en ‘Forbes’. La más reciente, la que vivió desde dentro, es la de las ‘startups’. Una burbuja 2.0 que se resume a la perfección en una escena que Lyons tiene a bien llamar la foto de “los gilipollas de las gafas de Google”. Es una imagen de abril de 2013 en la que se ve a tres de los inversores más ricos de Silicon Valley posando con las Google Glass. Se trata de Marc Andreessen (cofundador de Andreessen Horowitz, un fondo de capital riesgo), Bill Maris (el jefe de la rama de inversión de Google y posteriormente de Alphabet) y Jonh Doerr (uno de los gerifaltes de Kleiner Perkins, un antiguo y reputado fondo de capital riesgo).
Estaban inmortalizando el anuncio de un enorme depósito para invertir en empresas que creasen ‘apps’ para las gafas que iban a cambiar el mundo. Dos años después, el gigante de Mountain View echó la persiana y miles de millones de dólares se fueron por el retrete.
“A los bobos que se gastaron un montón de dinero en comprarlas se les puede perdonar por su ingenuidad, pero los tres de la foto no tienen excusa”, se puede leer en el libro. Estas personas, a las que se les pagan ingentes sumas de dinero porque supuestamente saben lo que hacen, representan, según Lyons, dos de las grandes causas que han propiciado esta nueva burbuja. La primera, tener la mano demasiado suelta en inversiones, algo que ha generado un efecto dominó y ha elevado el precio de las inversiones en todo el mundo. La segunda, gastarse miles de millones en ‘hype’ y autobombo para generar una imagen irreal, mientras entre bambalinas se fomentan prácticas nocivas que ahora se extienden a otras profesiones e industrias.
P. Silicon Valley siempre nos ha vendido esa imagen de que el trabajo era divertido, con oficinas con gimnasios, comidas gratis, guarderías para que puedas conciliar, tiempo para que trabajes en el proyecto que quieras… ¿Qué hay de malo en eso?
R. Lo que buscan es crear yonquis del trabajo. Es una herramienta de reclutamiento. Quieren que te quedes de 12 a 14 horas todos los días, que te vayas a casa solo a dormir, porque te brindan todo lo que necesitas en tu día a día.
El trabajo «está roto»
P. Parece que se quedó corto y en su siguiente libro, ‘ Rats Labs ’ (‘Ratas de laboratorio’), viene a augurar que “el futuro del trabajo nos va a hacer miserables” y que la tecnología tiene mucha culpa de eso.
R. Me temo que el trabajo lo está copiando y avanzando más hacia un modelo de ‘gig economy’ para todas las profesiones. Si vamos a adoptar ese nuevo modelo de trabajo, necesitamos reestructurar todo nuestro sistema. Por ejemplo, en EEUU, nuestro seguro médico nos lo proporciona nuestro empleador.
P. La ‘gig economy’ siempre ha parecido cosa del chaval que reparte en Glovo, ¿debería preocuparme?
R. Ya sabemos cómo la ‘gig economy’ trata a los conductores de Uber. Es algo brutal y lo hacen de una manera que hubiera sido impensable hace una generación. La cuestión es que eso se está llevando a otros ambientes. Los ingenieros en las oficinas de estas empresas están sometidos también a una presión tremenda. La situación, en algunos casos, me recuerda a la crisis de France Telecom, en que el acoso a algunos trabajadores derivó en una serie de suicidios, razón por la que se condenó a la compañía. El problema es que ese estilo de tratar a los trabajadores, algo que hace 20 años se veía como algo inhumano, se percibe como una forma normal en empresas de Silicon Valley.
P. Luego nos sorprende que en la meca del trabajo ‘cuqui’ surjan sindicatos.
R. Creo que el mejor ejemplo de toda esta situación es Amazon. Tienes a Jeff Bezos, que es el más rico del mundo con una cantidad absurda de dinero. Tiene una empresa que trata de forma increíblemente brutal a sus empleados de almacén y a sus repartidores. Pero de nuevo eso también se extiende en la cultura de oficina, donde muchos viven un ambiente irrespirable por muy formados que estén. Hay un problema en Silicon Valley, la tecnología ha creado una economía para los fundadores e inversores. La riqueza realmente no se distribuye de una manera razonable. Una de las historias que más me impactaron es que un matrimonio que trabajaba en la cafetería de Facebook acabó viviendo en un garaje con sus tres hijos porque no podían ni alquilar ni comprar una casa en aquella zona. Para mí, eso es un crimen y una señal de que el trabajo está roto.
Silicon Valley iba a jubilar los sindicatos, pero ha acabado resucitando la lucha laboralMichael Mcloughlin
P. Si el trabajo está roto… ¿Cómo lo arreglamos? ¿Cómo acabamos con la ‘uberización’ del trabajo?
R. Creo que la solución ya está ocurriendo. Estamos experimentando algo que podríamos llamar ‘gran dimisión’, una acción laboral colectiva en que la gente se niega a volver a trabajar después de la pandemia. A diferencia de las huelgas del pasado, esto es algo descentralizado, con personas poco conectadas. Irónicamente, esta forma de huelga es posible gracias a internet, a la tecnología y las redes, que era lo que muchos empleadores utilizaban para explotar a los trabajadores. Básicamente, lo que están pidiendo ahora es que los salarios sean mejores, que haya mejores condiciones, menos estrés… Es emocionante ver esto. Y es más divertido ver cómo las empresas no están entendiendo o dicen no entender por qué la gente no vuelve al trabajo. Ellos entendían y aplicaban muy bien el concepto de ‘oferta y demanda’ cuando lo utilizaban para rebajar sueldos. Ahora que juega en su contra, actúan como si nunca hubieran oído hablar de ello.
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