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Fernando Fernán Gómez, las memorias de un anarquista tranquilo

Por El Confidencial  ·  21.08.2021

Este 28 de agosto se cumplen cien años del nacimiento de Fernando Fernán Gómez. Capitán Swing lo celebra reeditando sus memorias, ‘El tiempo amarillo’

De todos los pasajes apasionantes de su vida, Fernando Fernán Gómez decidió empezar sus memorias, ‘El tiempo amarillo’ —reeditadas ahora por Capitán Swing—, con el relato del día en el que, con nueve años —nació en Lima en 1921, en medio de la gira teatral de su madre, la actriz Carola Fernán Gómez, por Latinoamérica—, su abuela le llevó a Puerta del Sol aquel 14 de abril de 1931a celebrar la proclamación de la Segunda República. Porque la figura del Fernán Gómez, actor, director —de los más revolucionarios y no lo suficientemente reivindicado—, caricato, escritor e intelectual de todos los ámbitos y ninguno, es indisoluble de su imagen política: recientemente recordaba su ahijado Juan Estelrich en una entrevista con El Confidencial que, en su velatorio en el Teatro Español —Fernán Gómez murió el 21 de noviembre de 2007—, cubrieron su féretro con la bandera de la CNT, como había sido su deseo expreso. La anécdota: tuvieron que cuidarse mucho de la colocación de la tela roja y negra porque, según la disposición de los colores podía interpretarse como una bandera falangista.

El 28 de agosto se cumplen cien años del nacimiento del actor, una de las figuras fundamentales de la historia del cine español, conocido más por sus trabajos como intérprete —y, lamentablemente, por su “¡A la mierda!”— que por haber rodado algunas de las películas más vanguardistas de una España autárquica y a rebufo. Quien no se haya acercado a ‘La vida por delante’ (1958) —con ese Pepe Isbert tartamudo marcando el ritmo del montaje—, ‘La vida alrededor’ (1959), ‘La venganza de Don Mendo’ (1962) —que poco tiene que envidiar al humor de los Monty Python— o ‘El extraño viaje’ (1964), una de las películas más fascinantes y, valga la redundancia, extrañas del ruralismo español, no se pierde nada, sino que gana la posibilidad de encontrarse por primera vez con un contador de historias de una personalidad en la que confluían tanto el humor como el compromiso.

Aunque se le ha tachado de meridiano por haber trabajado con falangistas como Edgar Neville y Juan Antonio Zunzunegui y franquistas como Jardiel Poncela, de quién cuidó económicamente hasta la muerte del dramaturgo, en sus memorias la presencia de pasajes en los que explicita sus ideas políticas demuestran que, si bien no fue del tipo que guiaba en las barricadas, sí que influyeron tanto en su arte como en su vida. Pero ¿qué tipo de anarquista fue Fernán Gómez? ¿Comulgó más con la derecha o con la izquierda?

Como explican en Flixolé —que, con motivo de la efeméride dedica una retrospectiva al cineasta con algunos de sus mejores trabajos, un título inédito (‘Un vampiro para dos’ (1965), de Pedro Lazaga) y mucho material jamás visto procedente del archivo de Mercury Films—, Fernán Gómez sufrió un acoso constante por parte de la censura franquista, que mutiló la mayor parte de sus películas. “Ello se podría deber a que su firma apareciese en una carta abierta dirigida al mismísimo ministro de Información, en protesta por la represión ejercida contra los mineros asturianos en huelga“.

La oreja derecha de Fernán Gómez tuvo mucho que ver con su ideología, abiertamente anticlerical. ¿La oreja derecha? ¿Cómo? Recuerda en sus memorias el actor una infancia de continuos tiras y aflojas de su madre, monárquica y con aspiraciones de clase, y su abuela, también Carola, republicana, socialista y encargada de la educación del niño cuando su hija viajaba por el mundo con su compañía, que era siempre. Cuando el chico tuvo edad de ir al colegio serio, abuela y madre discutieron cuál sería la mejor opción para el futuro del chaval, si un colegio “seglar y barato” como el Santa Teresa, o un colegio religioso y elegante como el San José de los maristas, que es al final donde lo inscribieron. Como buen futuro comediante, Fernán Gómez debía de ser un alumno lenguaraz, y en una de estas conversaciones de bajo decibelio en plena lección, un hermano marista se acercó a él “con sigilo y alevosía” y… “…me descargó una hostia tremenda en la oreja derecha. Me puse a llorar al tiempo que de mi oreja caían gotitas de sangre que, por consejo del profesor marista, me enjugué con mi mocoso pañuelo”. El médico le diagnosticó de lóbulo desprendido y el actor juraba ya de mayor que por ese oído escuchaba peor que por el otro”.

De ‘El tiempo amarillo’ —que se publicó originalmente en 1987 y se amplió en 1997— cabe destacar, aparte de lo elegante y divertido de la escritura, la honestidad con la que el autor relata una infancia que marcó indefectible sus tendencias en la adultez. Ya antes de la Guerra Civil que el escritor describe desde sus recuerdos de un quinceañero en el Madrid asediado—, el ambiente en el que creció Fernán Gómez era el de una familia de “baja clase media” en el que su abuela, socialista y republicana confesa en tiempos de miradas de soslayo, le inculcó la conciencia obrera. Las canciones de su infancia, cuenta divertido, eran tales como: “Esta guerra [en referencia al conflicto contra Marruecos] ya no es guerra/ que esto es un desolladero/ que se llevan a los viudos/ los casados y los solteros” y “viva Primo, viva Serrano/ viva el general Topete/ y el marido de la reina [Isabel II]/ que le den por el ojete”.

Para Fernán Gómez, su árbol familiar comenzaba en su bisabuela Fernanda ‘La Rubia’, una mujer que vino del Madrid rural a la capital y se casó con “el carpintero Gómez”, con el que te tuvo “cuatro o cinco hijas”. Sin vivir con muchas comodidades, ‘La Rubia’ y su prole no pasaron hambre hasta que el cabeza de familia enfermó de tisis y murió. “Aún estaba Fernanda [‘La Rubia’] en edad de merecer y tenía buena planta. Podía haberse prostituido para sacar adelante a sus hijas. Pero no lo hizo. Aparte su posible repugnancia, no podía prostituirse por la existencia de aquellas cuatro hijas, y por la misma razón no podía meter en casa a un hombre que no fuera el padre”. Además, Fernán Gómez describe a su bisabuela, su marido, sus hijas y todos sus familiares como “siempre liberales, republicanos y, en fin, de izquierdas”: “Fernanda ‘La Rubia’ estaba segura de pertenecer a una clase oprimida y también de que la educación era uno de los medios para evadirse de esa clase o para luchar contra las clases opresoras. Por ello había enviado a sus hijas, hasta que se fueron casando, a la escuela dominical y allí aprendió Carolina [la abuela del cineasta] a leer”.

Carolina tuvo que ponerse a trabajar a los quince años y acabó en el servicio de una condesa cuyo marido tenía la mano un poco larga. “Solo estuvo en peligro una vez cuando durante un viaje en coche a Murcia el señor conde, que era ya un camastrón, se arrimó a ella más de lo prudente y empezó a meterle mano. Carolina no sabía qué hacer pero se atrevió a apartarlo bruscamente y el señor conde no insistió”, cuenta en las memorias. “Uno de los condecitos se divertía obligando a las doncellas a que se desnudaran delante de él […] y los criados, a veces, entre tres o cuatro cogían a una doncella, se la llevaban a las cocheras y a la fuerza la montaban uno tras otro”. Aquella mujer luego acabó casándose con un taquígrafo con un puesto en el funcionariado y tuvo doce hijos, nueve de ellos muertos antes de cumplir un año, uno más antes de cumplir los doce y dos hijos supervivientes, uno de ellos Carolina, su madre. Su tío, afiliado a la CNT, también influyó en las ideas anarquistas de Fernán Gómez, que acabó afiliándose al sindicato de actores de la CNT en 1936.

Se extrae de sus memorias que la tensión entre el modo de vida que le había inculcado su abuela y el que aspiraba su madre fue una constante a lo largo de su vida. Por un lado, tenía un ímpetu crítico y revolucionario, por otro, se rodeaba de gente adinerada y de ideas conservadoras, tuvo una “ama [de cría] negra” y una criada de servicio en su casa. En su clase en el colegio San José —acabó volviendo a los maristas— describe cómo miró a su alrededor y convino que en toda la clase, quizás, solo había dos compañeros más pobres que él y que si su madre se hubiese enterado se hubiese apenado.

En ‘El tiempo amarillo’ Fernán Gómez también se muestra crítico con la izquierda y pone de ejemplo cuando, nada más estallar la Guerra Civil, su abuela intentó conseguir un salvoconducto para volver de Colmenar Viejo a Madrid y los socialistas que controlaban la zona la tacharon de “vieja beata” y “espía” por haberla visto entrar en la iglesia, donde ella decía que “se estaba más fresquito”.

Otro de los análisis políticos que hace el cineasta en su libro se refiere, precisamente, a esa época que marcó su adolescencia, su carrera —porque tuvo que ponerse a trabajar en un Madrid famélico y desastrado y la única puerta abierta que se encontró fue la de la actuación— y la vida de un país. “Éramos [su grupo de amigos] muchachos de clase media, más bien de la baja clase media, aunque muchos de ellos se creyeran otra cosa, y esa clase media en aquellos años no sabía para dónde tirar. De ella salieron los fascistas y también los intelectuales antifascistas. Pero la derecha, toda la derecha, incluso la derecha liberal, en el año 36, después del triunfo del Frente Popular en las elecciones del 16 de febrero, daba la impresión de sentirse fascista, de ver en el fascismo su única tabla de salvación, de defensa de sus privilegios —ridículos privilegios los de la clase media, pero que a ellos les parecen grandes y respetabilísimos al compararse con los miserables obreros de entonces—”.

“Todos parecían estar deseando ocupar su puesto en una futura España nacional-sindicalista, autoritaria, corporativa, católica, imperial”, prosigue. “Los programas políticos de la extrema izquierda parecían demagógicos y la actitud de los partidos obreristas y de los sindicatos a partir de febrero del 36 quizás demostraba un enloquecido resentimiento y una falta de eficaz sabiduría política”. Al chico de quince años “feo, pelirrojo y con acné”, que estaba jugando al billar tres días antes del golpe de Estado le tocó —como a muchos— hacerse un hombre de repente. “Hay que tener en cuenta que, si bien todo el mundo pensaba que iba a ocurrir algo —había ocurrido en pocos años el pronunciamiento de Primo de Riverala sublevación del general Sanjurjo y la Revolución de Asturias—, nadie se imaginaba que algo iba a resultar en lo que resultó”. “Para algunos la insurrección militar estalló con motivo del asesinato de Calvo Sotelo —motivado a su vez según otros por el del teniente Castillo—; para otros, ya desde meses atrás se venía gestando; otros saben que la conspiración se inició casi recién implantada la República […]. Pero parece que todos están de acuerdo en algo: el teniente Castillo fue asesinado por un grupo de falangistas el 12 de julio de 1936, cuando salía de su casa para dirigirse al trabajo”. Fernán Gómez se unió en plena guerra al grupo de interpretación de la CNT y a la compañía de Carmen Seco para sacar algo de dinero para casa y, su primer papel fue de comparsa en una obra de teatro, donde tan solo tenía que levantarse y alzar el puño.

A medida que avanzan sus memorias Fernán Gómez se centra más en las bambalinas de las películas que rodó delante y detrás de la cámara, en las noches en el Café Gijón, en los festivales de cine, en los proyectos hechos y abortados, en su vida junto a Emma Cohen, en sus amistades y enemistades, pero también deja clara su prudencia cuando relata un viaje a la URSS en 1984 por motivos de trabajo y dice: “atreverse a sacar del viaje consecuencias, conclusiones —a favor o en contra— y mucho menos profecías sobre la Historia, sería exponerse a cometer graves errores de juicio”.

Aun así, en una rueda de prensa ofrecida un par de años antes de morir, durante la promoción de la película ‘Para que no me olvides’ (2005) de Patricia Ferreira, Fernán Gómez se describió de la siguiente manera: “Yo pienso más bien en el amor libre, en la supresión de propiedad privada, en la entrega de las tierras a los trabajadores, en la enseñanza igualitaria y obligatoria”. Y del cine español dijo: “Y no me parece que las películas españolas sean muy de izquierdas. Por lo menos, las que yo veo. “Él se sentía libertario”, sentencia Alegre en el prólogo de las memorias. “Decía que el comunismo y el capitalismo habían fracasado y nos habían llevado a un mundo injusto y cruel”. Simplemente anarquista.

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