Los setentas berlineses ofrecen dos proyectos ideológicos heterogéneos a sus aturdidos contemporáneos. Preguntarse por la supervivencia moral en la posguerra se halla en último término. Tras el nazismo, exhibir ciertas propuestas éticas deviene el paradigma de la absurdidad. La disyuntiva existencialista del pueblo alemán versa en una doble senda: impulsar una hipotética e imponente revolución social o enunciar la inutilidad de la vía violenta. Günter Grass esboza la sátira de una nueva comunidad politizada y por consiguiente exponencialmente dividida, sobre todo en el terreno universitario, que se articula gracias a un único punto sindical: la voluntad de cambio en abstracto. El autor de El tambor de hojalata que, en su momento, proporcionó a la literatura alemana la voz necesaria ante el porvenir de aquellos tiempos furtivos, firma Anestesia local con el fin de desvelar un enfoque inédito sobre el desdoblamiento de la opinión ciudadana.
En la novela ambas conductas son encarnadas por los personajes principales: el rebelde estudiante de bachillerato Philipp Scherbaum y, su opósito, el profesor Starusch. El menor pretende incendiar a su perro en medio de un acomodado barrio para que los ancianos espectadores puedan presenciar qué sucede al ser salpicado con napalm. En consecuencia, el tutor intentará disuadirlo en la protesta contra la guerra de Vietnam con argumentos a cuál más surrealistas. En este sentido, Günter Grass no da la razón a ninguno de los dos puntos de vista; su planteamiento se dirige hacia un camino más sensato. El autor critica las revueltas ocasionadas en los setentas que, tras el mayo del 68, perdieron toda esperanza en un sentido revolucionario y, paralelamente, desprecia el espíritu por las reformas lentas tan característico del impasible docente.
Alcanzado el status de situación límite, urge un elemento regulador. Dicha tarea la lleva a cabo un dentista al que Starusch acude de forma espontánea. La importancia del citado odontólogo se centra en su profesión. Peculiaridad que Günter Grass explota al máximo en el ámbito metafórico. Aquél que administra anestesia al enfermo físico también puede hacerlo al que sufre una patología distinta. El escritor se refiere a un malestar peculiar que ejemplifica Starusch en la consulta, en concreto, el momento en que ve pasar resquicios de su vida a través de la pantalla del televisor. Sin embargo, no se trata de destacar los hechos pretéritos de un sujeto en cuestión sino ciertos sentimientos, deseos y fracasos. Un conglomerado que simboliza el corazón de una nación rota.
De este modo, el dentista se encuentra en una posición muy compleja. El profesional aconseja a ambos para que no devengan radicales en sus respectivos posicionamientos. Es decir, expone sus sermones antirrevolucionarios sin caer en un pacifismo pasivo. Asimismo, no es fortuito que el médico esté obsesionado con Séneca. El dolor, la ira o el sentimiento de culpa no menguan llevando a la práctica las perspectivas de los protagonistas. Ante todo, el conocimiento de dicho tedio social se postra como el mayor método de aprendizaje posible. El dentista dignifica la autosuperación de ese mal transcurrido mediante el procedimiento estoico mas, si en citadas ocasiones la aflicción es demasiado punzante, tendrá que administrar analgésicos al rebaño.
Carlota Moseguí
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