Amediados de los 90, Donald Trump desnudó hasta el esqueleto un antiguo rascacielos, lo remodeló a su estilo lamé dorado y lo reabrió como hotel de lujo en el número 1 de Central Park Oeste. En realidad, el edificio está en el 15 de Columbus Circle. Simplemente, compró una dirección más chic para su nueva torre. Una dirección que además era la misma que la torre que Time Warner construyó justo detrás de la de Trump. La llamó One Central Park. Había dos edificios con la misma dirección y se desató la guerra.
Sí, se puede. La tarifa en el 2019 por escoger lo que Nueva York denomina dirección ornamental era de 11.000 dólares. Y sí, se hace, porque un apartamento en la Quinta avenida o Park Avenue es entre un 5 y un 10 % más caro que el mismo inmueble en una de sus calles adyacentes.
«Es alucinante cuando veo a la gente insistir y pagar miles de dólares para tener un nombre lujoso y poder decir que vive ahí aunque después el cartero no encuentra sus casas porque Park Avenue no está donde dicen que está». Los paquetes de Amazon no llegan, pero las personas de altísimo nivel económico siguen profundamente ligadas al concepto de estatus, que se revela en guerras como la de Donald Trump por quedarse con el One Central Park West.
Mientras en Manhattan las clases pudientes se compran la dirección que más le gusta, independientemente de dónde esté situado realmente su edificio, en Calcuta las oenegés se dejan la piel intentando dar la primera dirección a miles de personas. Porque no tener dirección significa no tener cuenta bancaria. No tener acceso a servicios de salud. No tener posibilidad de votar. No tener dirección es mantenerse en la pobreza. Ser borrado del mundo.
Ese es uno de los ejemplos de todo lo que dice (y lo que oculta) la dirección en la que vive cada persona, lo que la escritora, abogada y académica Deirdre Mask resume en El callejero (Capitán Swing) y en su subtítulo: identidad, raza, riqueza y poder.
John Snow (este sí, con h intercalada) consiguió en la Inglaterra victoriana cartografiar una epidemia de cólera que se expandía con un epicentro claro: la fuente de Broad Street. Demostró que la transmisión se producía por el consumo de aguas contaminadas y se convirtió en el padre de la epidemiología, una disciplina que ha estado durante los tres últimos años en los titulares. Porque también era posible trazar una línea de transmisión clara del covid-19 según el distrito postal. Y avanzaba más en los barrios más pobres.
Eso, tener la capacidad de cartografiar epidemias para frenarlas o incluso prevenirlas, es imposible de hacer en Calcuta, porque allí mucha gente carece de lo más básico, que es una dirección. En Brasil, en los lugares donde hay serpientes no hay censos, no hay direcciones, no hay estadísticas. Y allá donde se localiza a las personas, no hay peligro de ser atacado por serpientes. «Poner direcciones y mapear ha sido una de las prioridades de organizaciones internacionales a lo largo del mundo, pero no es la prioridad de los gobiernos muchas veces». Una dirección puede decir de qué podrías morir.
A los 28 años, Nick Wasicsko se convirtió en el alcalde más joven de una ciudad estadounidense al ganar las elecciones en Yonkers, la cuarta ciudad más poblada del estado de Nueva York sobre la que pesaba un mandato judicial para construir viviendas protegidas en barrios blancos y así intentar combatir esa máxima tan real y a la vez tan manida de dime dónde vives y te diré quién eres. Y cuánto cobras. Cuál es tu etnia. Qué enfermedades tienes. De qué y a qué edad es probable que mueras.
Oscar Isaac interpretó en el 2005 a Wasicsko en medio de un huracán racista intentando acabar con los guetos en Show me a hero. Guetos que de facto siguen existiendo: «En algunos lugares está empeorando la cuestión de la segregación y tiene mucho que ver con las políticas del gobierno», explica Mask. En medio de anuncios de la construcción de viviendas sociales en España, el acrónimo NIMBY (Not In My Backyard) que pronuncia Mask viene a resumir ese razonamiento de personas que apoyan las políticas de vivienda social, pero lejos de sus lugares de residencia.
«Cada vez que hay una propuesta para el desarrollo de viviendas sociales para estas personas que están luchando contra la pobreza, incluso contra enfermedades mentales, hay mucha resistencia, mucha oposición». Y las concentraciones de población en áreas concretas se vuelven a repetir, generando barrios poco diversos.
«Yo creo que es bueno que las escuelas estén mezcladas clase, raza y origen. Creo que es importante que los barrios sean diversos también, que sean comunidades que coexisten y convivan». Y sin embargo, el mundo sigue asistiendo a la segregación de comunidades, incluso comunidades «que se están autosegregando por no querer vivir y sufrir el racismo cotidiano. No creo que sea bueno para nadie recluirse así», explica la autora.
¿El callejero puede borrar la historia? Quizá. Hay todo un proceso de desaparición de toponimia tradicional que en Galicia se ha traducido a un enorme proyecto que quiere salvar del olvido la conocida como microtoponimia, arrasada por la construcción sobre el territorio y el consiguiente bautizo de nuevas calles y avenidas. El proceso no es exclusivo de Galicia, porque en El Callejero también se documenta el fenómeno en zonas del Reino Unido. «Personalmente, me gustan nombres con significado para las direcciones», dice Deirdre Mask.
Es interesante trazar en un mapa todo lo que una dirección puede contar de una persona. Pero también qué es lo que no cuenta. Esa parte de la historia que se borra con el nombre de cada calle. «La gente aspira a nombres que suenen bonitos, pero creo que hay un significado y una importancia política de los nombres que se eligen, porque los nombres ayudan a identificar nuestros valores estructurales».
Un ejemplo sencillo: en Estados Unidos hay barrios de población blanca que se resisten a nombrar una de sus calles como Martin Luther King, mientras que en barrios donde la población negra es mayoría ese nombre lo lleva la mejor calle, la avenida más amplia. Esas calles solían estar bastante cerca de alguna calle con el nombre de algún confederado (que apoyaban la esclavitud durante la Guerra de Secesión).
«Vemos como esta batalla de la guerra de secesión se ve todavía reflejada en estas calles vecinas de un bando y del otro», dice Mask, y es imposible no identificar en España batallas por nombres de calles, en las que además queda claro que las mujeres «estamos relegadas al anonimato, a la invisibilidad». En España, solo un 12,7 % de las calles referidas a personas tienen nombre de mujer.
La cuestión es si tiene sentido mantener las direcciones en un mundo cada vez más virtual. Si los smartphones y las redes sociales son capaces de localizar a una persona en todo momento, ¿tiene sentido mantener como principal referencia una dirección postal? «En realidad creo ahora que estar ubicados y la localización es cada vez más importante, no solo para los paquetes que nos enviamos por Amazon», afirma Deirdre Mask, que cita un estudio sobre el uso del teléfono móvil para rastrear enfermedades que reveló que dependiendo de la región, el uso del smartphone cambia.
Hay personas que tienen un teléfono personal y otro de trabajo, quienes lo dejan en casa cuando se van a trabajar… «Tampoco es un método muy fiable de hacer el rastreo de las personas». Por eso, al contrario de lo que pueda parecer a simple scroll,«las direcciones no van a desaparecer y cada vez es más importante y también más visible la relación que hay entre nuestras direcciones, nuestro poder adquisitivo y nuestra identidad».
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