Desde que publicó Mamá desobediente. Una mirada feminista a la maternidad, Esther Vivas afirma haber recibido mucho feedbackpositivo por parte de madres que se sienten identificadas en sus páginas. La obra, editada en castellano por Capitan Swing y en catalán por Ara Llibres, ha agotado casi su segunda edición dos meses después de publicarse.
Mamá desobediente no es un ensayo más sobre maternidad. Es una obra académica exhaustiva, una investigación profunda en torno a los temas relacionados con la maternidad en el sentido más amplio: fertilidad, embarazo, parto, crianza y lactancia. Hace un recorrido teórico sobre el concepto de maternidad en las principales autoras feministas: Aleksandra Kolontai, Simone de Beauvoir, Betty Friedan, Kate Millet, Adrienne Rich… Defiende que “gestar, parir, lactar y criar” dejen de ser una opción individual para convertirlo en un acto político. Y propone como punto central el concepto de “mamá desobediente”: rebelde, antipatriarcal y anticapitalista.
La periodista y escritora catalana había centrado su obra anterior en el consumo responsable y los movimientos sociales, con títulos como El negocio de la comida (2014) o Planeta indignado (2012). Hasta que se quedó embarazada, cuando empezó a dirigir su enfoque feminista a la maternidad. Su hijo Martí, que aparece en las páginas del libro, también se coló en esta entrevista para saludar a la periodista que entrevistaba a su madre.
¿Por qué es importante reapropiarse de la maternidad desde el feminismo?
Incorporar las maternidades al feminismo es aún un tema pendiente. El auge actual del feminismo nos ha permitido sacar algunas cosas del armario, también de la maternidad. Pero aun así las relaciones complejas entre feminismo y maternidades las arrastramos hoy en día. Es importante distinguir entre el uso que el patriarcado ha hecho de la maternidad, como instrumento de control hacia las mujeres, y lo que es la experiencia materna. El reto es rescatar la maternidad del patriarcado y darle una perspectiva emancipadora y feminista.
En su libro hace un recorrido histórico por la relación entre feminismo y maternidad. ¿Cómo ha evolucionado esa relación y cómo es hoy en día, en plena ola feminista?
En los años 60 y 70, la segunda ola feminista se rebela contra la imposición de la maternidad. Se cae en un cierto discurso antimaternal y antirreproductivo. Y eso en la actualidad todavía pesa. La maternidad es un tema que ha sido olvidado por los movimientos sociales, también por el feminismo. Aunque eso está empezando a cambiar.
¿La maternidad es o debería ser un tema político?
Es paradójico que unas prácticas que son necesarias para la reproducción humana sean tan despreciadas a nivel social y político. Hay que darle a la maternidad el valor político, social y económico que le han sido negados. No se trata de tener una visión romántica e idealizada de la maternidad, sino de darle el valor que merece.
¿Cómo se puede vivir una maternidad emancipadora si luego las condiciones materiales la dificultan? Por ejemplo, si la mujer tiene un trabajo precario.
Cuando se habla de la maternidad se plantea siempre desde una óptica individual, pero en realidad maternal tiene un contexto socioeconómico. Plantear una maternidad emancipadora, feminista, implica cambiar el modelo socioeconómico. Por ejemplo, si tú quieres darle la teta a la criatura más allá de los cuatro meses que te permite tu permiso de maternidad, ¿cómo lo haces, si no te tomas una excedencia por tu cuenta? Al final solo aquellas mujeres de clase social media-alta, las que se lo pueden permitir, son las que pueden tener acceso a la maternidad que quieren. El modelo actual penaliza a las clases sociales más bajas.
¿Cuál es la clave para romper con el concepto idealizado y superficial de maternidad que nos venden las películas, las revistas o las redes sociales?
La maternidad es una experiencia que pone patas arriba nuestra vida personal y tiene muy poco que ver con lo que nos han contado. Hay un ideal de maternidad, dibujado por el cine o las revistas del corazón, que no tiene nada que ver con la realidad. Hay que reconocer la maternidad real, llena de contradicciones y ambivalencias, porque asumirlas y descargarnos de culpa es la mejor manera de tener una experiencia materna satisfactoria. La clave está en la sororidad y en no juzgar a las demás. Las madres hacemos lo que buenamente podemos en función de nuestro contexto social y nuestro momento vital.
Uno de los temas que aborda y que están más de actualidad es el de los vientres de alquiler, ¿vale todo para cumplir el deseo de ser madre o padre?
Es legítimo querer tener una criatura pero ese deseo no puede ir en contra de los derechos de terceros. La maternidad subrogada vulnera los derechos de la criatura, que es separada de la madre gestante nada más nacer; y de la madre gestante, que durante nueve meses tiene que renunciar a su cuerpo. No es una técnica reproductiva más, sino un proceso biológico mercantilizado que convierte el útero y el embarazo en un negocio.
¿Qué está pasando en la sociedad actual con procesos como el embarazo y el parto?
Hay un exceso de medicalización tanto del embarazo como del parto. Yo digo siempre que nos han robado el parto, nuestra capacidad de decidir a la hora de dar a luz. El lema de “Nosotras parimos, nosotras decidimos”, casi nunca se cumple. A lo largo de la historia las mujeres paríamos de pie, en cuclillas, atendidas por comadronas, y hoy en día lo hacemos mayoritariamente en hospitales y atendidas por obstetras. Nos han dicho que el parto es extremadamente peligroso, que por eso hay que dejarlo en manos de los profesionales de la salud. Tenemos que cambiar este imaginario, concebir el embarazo y el parto como procesos fisiológicos y normales, no como patologías. Existen asociaciones como El Parto Es Nuestro o Dona Llum que están trabajando mucho en este ámbito y han conseguido avances muy significativos.
El caso extremo de esto es la violencia obstétrica. ¿En qué consiste y cómo revertirla?
La violencia obstétrica se da cuando a la mujer embarazada se le realizan una serie de prácticas de maltrato: tactos vaginales por múltiples personas y a veces sin consentimiento, episiotomías rutinarias o uso de fórceps o ventosas sin necesidad. Yo digo en el libro que la violencia obstétrica es la última frontera de la violencia de género, porque está socialmente aceptada. Para revertirla se pueden hacer varias cosas: para empezar hay que reconocer que la violencia obstétrica existe; hay que crear alianzas con los profesionales de la salud para avanzar hacia un tipo de parto respetado; y hay que incorporar una perspectiva de género y feminista en la formación del personal sanitario.
La última parte de su libro se dedica a la lactancia materna. ¿Cuál es su postura al respecto?
Muchas veces, incluso desde posiciones feministas, se ha estigmatizado la lactancia materna como una carga para las mujeres. Pero yo entiendo la lactancia como profundamente feminista, porque es el modelo de alimentación del bebé que permite una mayor autonomía materna, no dependes de nada externo. Es beneficiosa para la salud del bebé y de la madre. También es anticapitalista: es el alimento más kilómetro cero que existe, no necesita de otros insumos, sale gratis y tiene unos tiempos antagónicos a la lógica productivista del sistema actual. Además, existen intereses económicos detrás de la lactancia artificial, vinculados a la industria alimentaria y láctea. En el libro también denuncio las amistades peligrosas entre la industria de la alimentación infantil y las sociedades médicas.
El libro termina con la frase: “Ni el biberón ni la teta per se nos harán libres”. ¿Es importante valorar y respetar todas las opciones?
Esto va en la línea de todo lo que hemos comentado. A veces se ha asociado la lactancia materna con cuidar en solitario, pero yo no creo que nuestras madres, que daban el biberón casi por imposición, estuviesen más emancipadas que nosotras. Tú puedes dar el biberón y criar en solitario, igual que con la teta. De lo que se trata es de reivindicar una sociedad que acoja la maternidad en toda su complejidad. Que acoja el derecho a parir, a maternar, que acoja las necesidades de los bebés. Si no cambiamos eso, las cifras de natalidad seguirán cayendo. O cambiamos el actual modelo socioeconómico o solo serán madre o padre quienes se lo puedan permitir.
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