Barcelona. Diez de octubre. Decenas de personas se muestran indignadas al comprobar que Morrissey no toca en el Palau Sant Jordi, sino en el Sant Jordi Club, un anexo basante más pequeño. En el recinto grande está programado un concierto de Malú a la misma hora. Hay confusión a la hora de saber qué cola es la que corresponde a cada una de las salas. Pero mientras los fans de la cantante preguntan y se resitúan, los que han ido a ver al exlíder de The Smiths no dejan de repetir su miedo a equivocarse de fila y terminar dentro de un concierto de Malú. “Imagínate que acabamos allí”, comentan entre risas a la vez que intentan distinguir quién va a ver a quién. El rango de edad no es un criterio fiable; hay adolescentes, jóvenes y no tan jóvenes en ambos bandos. Sí lo es (o creen que lo es) la ropa que llevan.
Mientras contemplo la escena (y participaba en ella) me acuerdo de Víctor Lenore y de su ensayo Indies, Hipsters y Gafapastas: crónica de una dominación cultural (Capitán Swing). Me viene a la cabeza concretamente el pasaje en el que cuenta por qué, en el medio en el que trabajaba, nadie quiso ir a cubrir el concierto madrileño de El Barrio, a pesar de que este había llenado varias veces el Palacio de los Deportes, o cómo, mientras Camela arrasaban en ventas, los periodistas culturales los ridiculizaban. Hace algunos meses, la periodista Begoña Gómez Urzáiz publicó un experimento similar en esta revista: ninguno de sus conocidos sabía quiénes eran Henry Mendez o Abraham Mateo, auténticas estrellas nacionales cuyos vídeos eran los más vistos del año en Youtube.
Creemos que nuestro pequeño mundo es todo el mundo, o al menos el mundo legítimo. La tesis de la que parte el ensayo de Lenore se comprueba cada día: el modelo de consumo actual de ciertos grupos está íntimamente ligado al modelo capitalista. Hasta tal punto que nos ha puesto una venda simbólica en los ojos que nos impide ver otras formas de cultura, otras maneras de agruparse, otros modos de informarse.
Hilando su discurso a través de ejemplos y anécdotas (del cine a la música pasando por la moda o la televisión), Lenore analiza cómo los hipsters cultivan una especie de estilo de vida snob e individualista que se traduce en desprecio hacia lo supuestamente masivo. No cabe el posicionamiento político y la apropiación de lo “mainstream” (que siempre es sinónimo de vulgar) se hace desde la superioridad moral que precede a la ironía. El guiño irónico y la actitud cínica implican además una derrota, una rendición frente a la posibilidad del cambio.
Sin embargo, pese a que todos nos reconocemos en algunas de la situaciones que describe Lenore, no queda muy claro dónde empieza y termina el grupo social al que describe. El autor comienza su ensayo hablando de una situacion personal: como periodista cultural, vivió inmerso en esa carrera por ver quién era y parecía más moderno, hasta que se dio cuenta del asunto y decidió “deshipsterizarse”. Entonces se enzarza en una argumentación que combina situaciones vividas con algunos hechos conocidos por todos y otros bastante reveladores para algunos. Y aunque afirma que pretende no demonizar ni culpabilizar a los hipsters del estado de la cultura, lo cierto es que, tras la lectura, ellos acaban siendo los causantes de muchos (quizá demasiados) problemas actuales: la gentrificación, la discriminación, el egoísmo, la fiebre consumista, la meritocracia y la vuelta o el afianzamiento de algunos valores conservadores.
Subculturas y grupos de consumo
Pero siempre la pregunta sigue ahí: ¿qué demonios es un hipster? Lenore habla de subcultura y lo cierto es que los modernos actuales poseen pocos de los rasgos que caracterizan a una tribu urbana en sentido estricto: no conozco a ningún hipster al que le guste ser llamado hipster. No hay sentimiento de pertenencia, no hay comunidad y por supuesto no hay un estilo de vida alternativo al sistema. Nos juntamos con gente que comparte nuestros gustos y nuestras formas de consumo, pero eso, si no hay orgullo de grupo de por medio, no nos convierte en miembros de un movimiento o de una subcultura.
Mucho menos si los rasgos definitorios no están claros: en una columna publicada en el nuevo número de la revista Icon, Lucas Arraut escribe sobre el sinsentido de la etiqueta hipster, una categoría que se anula a sí misma cuando se pone en práctica. Tal vez sea porque lo hipster no es un grupo social establecido, sino nada más (y nada menos) que un grupo de consumo, el efectivo modo que han tenido las industrias culturales y los medios de comunicación de segmentar en términos mercantiles nuestro modo de vivir y relacionarnos.
Pensemos, por ejemplo, en qué significaba ser hipster hace cinco o seis años, cuando todas las revistas escribían la dichosa palabra en sus titulares. Primero fueron las gafas de pasta y los cortes de pelo sesenteros, después el urbanita con nostalgia rural que tarareaba melodías folk, luego el consumidor de ropa de segunda mano de aspecto desaliñado… Si siguiéramos la estrategia de Lenore, nos saliéramos de nuestros propios círculos culturales y preguntáramos a cualquier persona ajena a todo esto qué es un hipster, las respuestas serían dispares pero bastante esclarecedoras: hipster es el que lleva barba, o hipster es el que lleva una bolsa de tela. O una camisa de cuadros. En eso se ha quedado la palabrita, en un epíteto que describe una característica tan concreta como banal.
Es cierto que el culto a lo hipster lo han creado los medios, las empresas y los individuos que hacen gala de este consumo distinguido y supuestamente elitistas, pero ninguno de ellos se considera a sí mismo como tal. Es más, hace algunos años, llamar así a tu colega (con el que, por cierto, compartías gustos) era insultarlo de forma cariñosa, tal vez porque todos éramos conscientes de las connotaciones de esnobismo y diferenciación que llevaba asociadas. Hoy ya ni siquiera hace daño. El “insulto” está tan sobreexpuesto que ya no connota nada.
El brazo fuerte del capitalismo
Tiene razón Lenore al hablar de lo hipster como uno de los brazos fuertes del capitalismo actual. El hipsterismo es un modo de vida confuso, que se adopta de forma inconsciente y se manifiesta de forma esquiva: una lógica de consumo formalmente perfecta (de planteamientos circulares que se anulan a sí mismos) que produce estragos en la práctica. Puro capitalismo.
Pero eso implica varios problemas: si no puedes acotarlos, no puedes culpabilizarlos. Hay mucho de inconsciencia en el consumo moderno, incluso de gregarismo y comportamiento masivo (pese a que paradójicamente se hable de elitismo).
Tampoco se puede definir al hipster de manera completa, aunque con más o menos acierto, Lenore presupone algunos rasgos. Considera que muchos son hijos de familias con recursos, se dedican a profesiones liberales y compran en las mismas tiendas. Tres características demasiado confusas: ni todos los hipsters son ricos, ni todos son diseñadores gráficos ni obviamente visten igual. Es más, a efectos prácticos y según está planteada la cuestión, hoy por hoy se puede ser más elitista llevando chándal que una camiseta de los Smiths.
Por lo mismo, no se puede medir el triunfo de lo hipster con parámetros prefijados: si, como dice el autor, las letras de los grupos modernos son políticamente inocuas, también habría que hablar de otros géneros populares que cantan al enamoramiento o al desamor. Aparte, si se argumenta que ciertos géneros no triunfaron pese a gozar de una amplia base de fans frente a otros que sí lo hicieron aupados por medios como Radio 3, igualmente se emplea la misma vara de medir que utilizaría un hipster: hablamos del éxito como la consecución de esos hitos sociales y mediáticos legitimados por la élite. Camela no aparece en Radio 3, ni es tenida en cuenta por las revistas de tendencias, pero Los Planetas tampoco aparecen en Cadena Dial, y es bastante poco probable que los lectores de ciertas páginas de musica sepan quiénes son.
De la Edad Media al hipster
Lenore apela a Bourdieu (como bien dice, ese manidísimo as en la manga que todos hemos utilizado en nuestras argumentaciones) para hablar del modo en que se construyen los gustos y cómo estos son la herramienta más efectiva para la distinción social. Los hipsters son el triunfo de las tesis de Bourdieu, un grupo de consumo prefigurado desde el modelo capitalista y encaminado a formentar la diferenciación, si no económica, sí social en sentido amplio. Ellos son la nueva barrera humana que ejemplifica las antiguas diferencias entra la Alta y la Baja Cultura, aunque ambas culturas ahora sean igualmente mayoritarias.
Pero si tenemos en cuenta esta tesis, acabamos concluyendo que hipsters ha habido siempre, aunque no hayan recibido ese nombre. El modelo socioeconómico necesita de connoisseurs, aristócratas del gusto y esnobs conscientes o inconscientes para legitimarse. Esto apoya la tesis del autor: la dominación cultural es profundamente capitalista, pero no puede circunscribirse únicamente al periodo actual.
Y, finalmente, se plantea la eterna pregunta: si lo hipster no es un grupo subcultural, sino una forma de consumo moldeada desde arriba, ¿cómo deshipsterizarse? Lenore habla de géneros musicales populares, de cine mainstream (y de películas de autor vistas por todos, aunque a los medios les encante decir lo contrario), de estilos de vida “marginales”, pero lo hipster está basado en la diferenciación infinita, y tiene por eso tiene poca escapatoria. ¿Escuchar reggaeton no puede ser visto como la última treta hipster de los más hipsters? Hablamos de un esquema formal sin contenido: hoy es Arcade Fire, pero mañana puede ser un coplero. Importa el sentimiento de minoríaM la canción es lo de menos. No hay demasiados caminos abiertos a la deshipsterización.
En cualquier caso, es muy bueno que el ensayo de Lenore plantee estas confrontaciones y siembre amores y odios en cada párrafo, porque de esta forma logra su cometido: arrojar luz sobre la forma en la que se gesta y opera una cultura y no simplemente describir la forma en que se manifiesta. Resulta enormemente interesante sentirte identificado con lo que criticas y descubrir la falacia en la que todos andamos metidos. Más cuando somos conscientes de quiénes leerán ensayo y lo analizarán frase por frase: los hipsters (si es que aún puede llamárselos así). Ellos se reconocerán en sus páginas y, a la vez, se indignarán al ver cómo funciona el consumo de los otros (que son ellos mismos). Un ensayo antihipsters leído por hipsters. Claramente, estamos sumergidos en esta historia hasta el fondo.
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