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‘Escrito en los huesos’, un ensayo sobre la memoria ósea

Por The Objective  ·  08.11.2022

En el nuevo ensayo de la antropóloga forense, Sue Black nos da ciertas claves para aprender el abecedario de nuestro esqueleto. Los huesos son una ventana en la muerte para asomarnos a la vida.

 ¿Qué tienen que ver un cuchillo, una hendidura y una tibia suelta? ¿Cuáles son los secretos que se esconden bajo semejante serendipia de elementos? Para el no iniciado, un utensilio de cocina usado para atacar el hueso, con su consecuente muesca ósea. Para Sue Black (Inverness, Escocia, 1961), un cosmos de respuestas, que van desde la edad del propietario de la tibia, sus enfermedades, su altura, aficiones deportivas, pasando por el ángulo con el que el portador del cuchillo asestó el golpe al hueso y, bueno, incluso hasta si cojeó en el momento de la tajada.

 ¿Recuerdan aquella serie, Bones? Pues de no ser porque todos son guapos, divinos, ¡maravillosos de la muerte!, y disponen de unas instalaciones que más parecen las de una central de la NASA en 2050, hay buena parte de verdad en ella. Sí, todos sabemos que esa clase de historias se exageran, que Hollywood hace de lo mundano, lo genial, y que el CSI no mola ni la mitad de lo que pintan… Pero, aquí llega Sue Black, una de las antropólogas forenses más relevantes del planeta, y lanza Escrito en los Huesos, publicado en España por Capitán Swing, para encontrar la verdad tras la ficción. 

Como bien nos recuerda la autora al comienzo de la obra: «La carne olvida, los huesos recuerdan», citando a Jon Jefferson. Esa es, grosso modo, la columna vertebral del ensayo. La carne, con esa mala tendencia a la putrefacción y a desvanecerse con rapidez, deja poco espacio a la interpretación. El hueso, en cambio… sobre todo su gruesa capa exterior (hueso cortical), es capaz de sobrevivir casi a lo indecible. No tanto así su interior (hueso esponjoso) que es, según palabras de Black, como «un panal de abeja» donde se mezclan grasa y células productoras de sangre. El hueso sería, por lo tanto, la novela de la vida guardada en una caja fuerte. Así lo quiso la evolución, la cual, sabia tal que pocos procesos, comprendió que ante el gusto de mamíferos como nosotros a ser objeto de ataques, o realizarlos, más valía configurar una cota de malla digna a los cimientos de nuestra fisiología. 

Pero esa coraza no solo nos ha ayudado a sobrevivir. Gracias a ella, con el desarrollo de la inteligencia y la técnica, antropólogos forenses como Sue Black logran, así se menciona en su ensayo: «leer los huesos del esqueleto como si fueran un disco, recorriéndolos con una aguja profesional en busca de esos breves segmentos reconocibles de memoria corporal que conforman parte de la canción de su vida y sonsacándoles fragmentos de la melodía que se grabó en ellos mucho tiempo atrás». Esta breve cita da fe del estilo de la autora a lo largo de la obra. Con una vocación divulgativa, que intenta enriquecer la narrativa con metáforas y comparaciones, en ocasiones, incluso cómicas, el libro no abandona los segmentos académicos (aunque se mencione escasa bibliografía) y puede resultar algo tedioso. No obstante, para ser un libro de antropología forense, el ritmo es ágil y su lectura dista de ser severa. 

El libro de Black es como recibir un curso superior de nuestra anatomía ósea. Dividido en 11 capítulos, que separan el análisis de La cavidad craneal, pasando por La caraLa columna vertebralEl pecho, hasta llegar a La mano y El pie, la autora declara que Escrito en los huesos explora el cuerpo de esa forma, sección por sección, porque «así es cómo trabaja un antropólogo forense. Nuestro trabajo implica extraer hasta la última gota de información de lo que sí disponemos en nuestra búsqueda de respuestas a las preguntas sobre la identidad, la vida y la muerte». 

Dicho esto, las investigaciones y afirmaciones de la autora son fuente de interés tanto para el estudiante de Medicina, Derecho o Psicología, que se plantea el juego forense como una salida excitante a la aparente mundanidad de sus destinos académicos, como para el simple sujeto curioso. Es más, Black afirma que somos seres muy narcisistas, cosa difícil de discutir, y que, en nuestra egolatría, cualquier cosa relativa a saber de nosotros resulta excitante. En esa campaña por la autorreferencialidad, los huesos son chivatos de lo más fidedignos. Tatuajes, enfermedades, antepasados… todo queda grabado en el esqueleto. Incluso las particularidades de nuestro tiempo dejan su huella. Como nos especifica la autora: «La odontología actual trata de luchar contra estos peligros fomentando el ideal de la misma sonrisa perfecta de Instagram para todo el mundo: dientes bonitos y uniformes de color blanco brillante. Esta moda no ayuda precisamente a los odontólogos forenses, cuyo trabajo se basa en identificar los cambios naturales en los dientes, así como los que son el resultado de intervenciones o reparaciones». ¿Esto que quiere decir? Que nuestro apetito por la «perfección», por eso que el filósofo Byung-Chul Han llama «El infierno de lo igual», no solo mutila la individualidad en la vida, sino también en la muerte y su memoria. 

Definitivamente, Escrito en los huesos es un ensayo particular. Haciéndonos conscientes de nuestra propia mortalidad, al tiempo que del legado que dejamos tras nosotros. Sue Black logra así abrir una herida, la de la importancia de los restos, a los que, sin ir más lejos, la cremación condena al anonimato absoluto. Así, uno paseando por el campo, si se encuentra con un hueso abandonado, puede pensar que es el inevitable y estéril recuerdo de todo lo que podía contar un cuerpo. Sin embargo, en esa rígida acumulación de calcio se oculta el secreto de toda una existencia; del principio, el nudo y el desenlace. Puede que una vez concluido este ensayo no seamos antropólogos diplomados, pero, seguro, miraremos los huesos con más respeto, con más curiosidad, con la conciencia de que, tras en ese trozo de muerte, se esconde el relato de una vida

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