Para los amantes de las historias de ciencia, Dava Sobel es una especie de mito viviente. A sus 72 años, esta escritora y ex reportera de The New York Times ha documentado algunos de los episodios más fascinantes de la historia del conocimiento científico, que relata con el magnetismo narrativo de las mejores novelas. En su último libro, “El universo de cristal”, la divulgadora reconstruye la vida de las “calculadoras” de Harvard, un grupo de mujeres que cambiaron la historia de la astronomía a la sombra de los astrónomos varones que se llevaron la mayor parte del mérito. Aunque huye de las afirmaciones demasiado rotundas, dice cosas muy interesantes sobre la espiral de irracionalidad, la desigualdad de las mujeres en ciencia y la cantidad de ideas erróneas que damos por sentadas. Charlamos con ella en Madrid, donde acude invitada por la Institució Alfons el Magnànim de Valencia y las Sociedades Españolas de Física y Astronomía, unas horas antes de la huelga feminista del 8-M.
Dígame una cosa, ¿usted también tiene miedo?
Sí, estoy aterrorizada. Por el clima, la situación de Estados Unidos, por un presidente que no acepta los resultados científicos… Las cosas están mal.
¿Qué parte ha fallado? ¿Cree que los comunicadores científicos también hemos fracasado?
Oh, ¿crees que tenemos la culpa? Bueno, es difícil decirlo, realmente no sé cómo la gente ha dejado de confiar en los científicos. Se los toma por histéricos que difunden una historia de horror, lo que no tiene sentido. Nos vamos a suicidar. Nadie quiere escucharnos. Acabo de hablar con editores que me dicen que los libros sobre el cambio climático no funcionan, que no se venden.
¿Ha pensado en por qué hemos enloquecido así?
No tengo la respuesta, pero es una enorme contradicción. Estamos rodeados de tecnologías y aparatos y no tenemos la menor idea de cómo funcionan. Los usamos para todo, y muchos no creen en el cambio climático para usan estos aparatos ver qué tiempo va a hacer. A veces pienso que no somos tan diferentes de lo que éramos cuando empezamos a evolucionar y teníamos una necesidad de vivir el momento para protegernos de los peligros inmediatos y todo lo demás no estaba en nuestra mente.
Me consuela entonces que la culpa sea de la biología y no de los periodistas…
¡El problema está en nosotros mismos! (risas)
En “El Universo de Cristal” cuenta la historia de las astrónomas olvidadas. Muchas científicas se quejan ahora de circunstancias parecidas, que no son reconocidas.
Bueno, creo que las mujeres de esta historia sí han sido reconocidas, aunque fueran olvidadas. Por eso creo que es una historia feliz. Hay muchos científicos hombres que son olvidados también, eso pasa muchas veces. Durante sus vidas estas mujeres sintieron que estaban haciendo un trabajo muy importante, y recibieron crédito por ello.
Sí, pero Edward Pickering las eligió porque podía pagarles menos. Y eso sigue pasando ahora.
Y ahora hay menos justificación para ello. El problema de la igualdad de sueldos no ha cambiado.
¿Y por qué no hemos progresado en igualdad?
¿Por qué no hemos aprendido a no hacer la guerra o a no ser racistas? Quiero decir, los humanos somos defectuosos por naturaleza.
¿Se ha sentido alguna vez como aquellas mujeres?
La realidad es que no y por este motivo realmente no era consciente ni sensible sobre los momentos difíciles que vivieron la mayoría de las mujeres en ciencia. Esta historia me ayudó a verlo y a abrir los ojos.
Se está haciendo un gran esfuerzo para que las estudiantes se sientan atraídas por las carretas STEM, pero no parece funcionar, ¿a qué cree que se debe?
A las chicas se les ha dicho de muchas maneras que ese terreno no es para ellas. Es un problema de educación, de valores familiares y de no tener suficientes modelos de mujeres en ese tipo de trabajos.
He escuchado recientemente que un motivo por el que muchas mujeres no se sienten atraídas por la informática es porque la carrera pasó a llamarse “ingeniería informática”.
También lo he oído, pero ese es un cambio reciente, no se solía llamar así. Parece que eso provoca que las mujeres se aparten, pero no sé por qué.
Algunas científicas que conozco dicen que parecemos menospreciar las ciencias de la salud, que también son ciencias, solo porque los hombres no las eligen.
Creo que el problema es que las mujeres no ven a otras mujeres en ciencias informáticas, cuando las mujeres dominaron ese campo primero y ocuparon los primeros trabajos con ordenadores. El hecho clave es que la mayoría de las personas que hacen eso ahora, siguiendo el modelo de Silicon Valley, son hombres, son algo antisociales, y ese modelo no atrae a las mujeres. Puede que no quieran estar en esas situaciones, en ese tipo de cultura de trabajo. Pero no sé cuál es la respuesta.
Se sigue dando una situación injusta y algunos consideran que las computadoras de Harvard eran buenas procesando pero no pensando ni haciendo descubrimientos.
Y no es verdad. Eso es lo que piensa la mayoría de la gente, e incluso yo lo pensaba antes de escribir este libro, por eso la historia tuvo un efecto tremendo en mí. Porque tendemos a pensar que si una mujer hace algo entonces probablemente no sea tan difícil, cuando lo que ellas consiguieron en realidad requería un nivel de razonamiento y de comprensión enorme, realmente era algo extremadamente difícil. Es tan ingrato que en nuestra cultura pensemos que las mujeres no hacen estas cosas y que lo tengamos que repetir una y otra vez. Claro que pueden, ¡y lo hicieron!
Otro sesgo machista es que solemos pensar que la curiosidad por el universo es cosa de hombres, que ellas están en otras cosas.
No creo que haya ninguna diferencia, pero las mujeres se desaniman más a menudo y les dicen que no se deben ocupar de esas cosas.
¿Cuál fue su caso? ¿Cómo se enganchó usted a la ciencia?
Mi madre era química, así que estaba expuesta a ello y me explicaban cosas que eran realmente interesantes. A ella también le interesaba mucho la astronomía, quería aprender navegación celeste y hasta se apuntó a un curso en la escuela nocturna. Así que tuve mucha suerte.
¿Cuál fue su primer recuerdo de amor a la ciencia?
Creo que sucedió en el colegio, porque me pusieron en una clase en la que los niños parecían tener ciertas aptitudes para la ciencia. Recuerdo aprender cosas sobre los planetas o las rocas, y vivíamos cerca de un zoo y me encantaban los animales, y un jardín botánico. Crecí en todo este ambiente.
Su libro “Longitud” es un ejemplo de que la ciencia está llena de historias maravillosas que no conoce mucha gente. ¿Por qué no se exploran más?
Supongo que porque la gente está pensando en otras cosas (risas). Pero pasa mucho. Con la historia del relojero Harrison mucha gente la había olvidado, y eso que era un hombre. Pero si encuentras algo como eso, piensas que a la gente le divierten esas historias, hacen el mundo más interesante.
Usted usa magistralmente las herramientas de la ficción para atrapar al lector, ¿es ese el secreto de su éxito?
El secreto está en centrarse en la historia. Recuerdo a una mujer que se me acercó y me contó que cogió “Longitud” y no era el tipo de libro que normalmente leía, pero cuando fue a la primera página vio que era una historia y le enganchó. Esto pasa también en el periódico, solo tienes unos segundos para atrapar al lector, la gente está ocupada. Y no basta con llamar su atención, también mantenerla. A menudo, cuando quiero ver si me interesa un libro, lo abro por cualquier página, porque si es bueno seguramente te enganchará.
Cuando uno va a las fuentes originales, como los escritos de Galileo, se da cuenta de que lo que nos han contado sobre su historia está mal. ¿Le pasa a menudo?
¡Oh, sí! Incluso me pasó con esta historia (“El Universo de Cristal”). Había oído que Pickering estaba enfadado con uno de los hombres que trabajaba para él y dijo “mi criada lo haría mejor”. Eso nunca sucedió.
¿Y por qué sucede tan a menudo este efecto de “teléfono estropeado”?
No lo sé, ¿porque somos vagos? Recuerdo cuando descubrí que Galileo tuvo hijas monjas pensé: “oh, ¿pero no era el enemigo de la iglesia? ¡Probablemente todo lo que me han contado de Galileo está mal!”.
Está claro que las historias falsas tienen un gran éxito.
Y lo vemos en la redes sociales, lo fácil que es conseguir que se difundan toda clase de historias locas. La gente es muy crédula.
¿Con qué libro está ahora?
Estoy escribiendo sobre la vida de una mujer americana que fue a Europa y fue la primera en tener una carrera científica, en París, en la Sorbona. Tuvo una vida realmente interesante. Y tuvo cuatro hermanas que hicieron cosas que entonces no hacían las mujeres. Una de sus hermanas fue la primera mujer médico en Francia. Tenían un apellido que suena divertido, Klumpke. Descubrí la historia porque me dieron un premio con su nombre y casi nadie sabía nada acerca de su vida. E hizo cosas increíbles, ¡hasta subió en globo para ver una lluvia de estrellas!
¿Por qué elige historias de mujeres? ¿Hay algún motivo?
Porque me he dado cuenta de mis propios prejuicios, los que tenía antes de pensar que las mujeres podían hacer estas cosas. No era consciente de lo difíciles que pusieron las cosas a las mujeres ni de sus historias en ciencia. Y ahora lo soy, y voy a perseguir esas historias.
¿Escribiendo y hablando sobre ellas cambiaremos la manera de pensar de las niñas ahora?
Esa es mi esperanza. Y lo he visto, he conocido a algunas astrónomas jóvenes que leyeron “Longitud” y les animó mucho. Y eso fue fabuloso. ¿Qué más puedes pedir, que conseguir inspirar a alguien para que haga algo que le hace feliz?
¿Qué consejo el daría a quien quiera dedicarse a la ciencia y la divulgación?
Sinceramente no lo sé. Publicar es muy difícil, pero creo que es más importante que nunca contar historias de ciencia, hay que crear esa necesidad y cada vez que tengas ocasión de hablar en público hay que insistir en que el cambio climático es real y que hay que hacer algo o afrontaremos una crisis. Y que el trabajo de informar a la gente sobre ciencia tiene valor.
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