Después de perder de manera súbita su granja, su negocio y todos sus ingresos, estando ya en la cincuentena y sin nadie a quien recurrir para que les ayude, a Raynor Winn y a su marido no se les ocurre mejor plan que ponerse a caminar. ‘El sendero de la sal’ (Capitán Swing, 2021) cuenta su historia. Una historia de superación, tesón, orgullo, supervivencia y amor por la naturaleza
La historia podría comenzar así: estamos en 2013, Raynor Winn y su marido, Moth, juntos desde los 18 años y ahora ya en la cincuentena, pierden su hogar, su negocio y su santuario, en Gales. La granja en la que habían vivido en los últimos 20 años y donde criaron a sus hijos se esfuma. Cooper, un viejo e íntimo amigo de Moth había presentado una reclamación económica contra ellos. Winn y su marido invirtieron una suma importante de dinero en una empresa, por recomendación del mismo Cooper, pero esa empresa quebró y dejó una serie de deudas pendientes. El hecho de hacerse cargo de la deuda no estaba expresado de manera explícita en el acuerdo que firmaron. Aun así, perdieron en los juzgados. Resultado: les embargan la granja. Y se quedan sin nada.
A ello se le suma «un dolor constante en el hombro y en el brazo [que] le devoraba las fuerzas y le mantenía en un estado de permanente preocupación [a Moth]», escribe Winn. El dolor agotador y que proviene de una larga procrastinación médica de años, reconoce Winn, acaba revelándose como degeneración corticobasal, una rara enfermedad cerebral degenerativa para la cual no había medicamentos ni terapia. Estaban en un callejón sin salida. ¿Qué hacer?
Caminar es una forma de sobrevivir
Poco más podían hacer más que caminar, piensan. No tenían dinero, así como tampoco ningún lugar donde poder quedarse a dormir cubiertos bajo techo (por suerte sus dos hijos se habían independizado y ya no vivían con ellos). Y es aquí donde la historia vuelve atrás. Al inicio. Nos cuenta Raynor Winn, al teléfono un mediodía de septiembre, que ella se crio en una granja, que su marido, Moth, también se crio al lado de las montañas y que, así, ambos tienen una conexión muy antigua con la naturaleza. Que quizá por ello, al verse desahuciados, encontraron de lo más lógico el buscar refugio en «un entorno salvaje y natural, pues allí nos sentíamos como en casa».
Cuenta Winn que cuando eran una joven pareja de enamorados, a sus veinte años, pasaban mucho tiempo en las montañas, caminando. Pero que, con la llegada de los hijos, todo se había complicado. Esta sobrevenida situación de total desamparo en la que ahora se encontraban, paradójicamente, les llevaba a volver al principio: a la naturaleza.
Recordaba Raynor Winn un libro que tenía de pequeña, Five Hundred Miles Walkies (Quinientas millas de caminantes), de Mark Wallington y que, tras quedarse sin casa, pero antes de abandonar la granja, rescata su ejemplar de uno de los cajones olvidados, nos cuenta. En él, encuentra un propósito. Wallington relata en el libro cómo, cuando tenía veinte años, decidió recorrer el Sendero de la Costa Sudoeste «con una mochila prestada y un perro zarrapastroso». Un sendero de mil catorce kilómetros que, ahora, para Winn y su marido, «sería el equivalente a escalar el Everest casi cuatro veces». No les quedaba, sin embargo, otra opción. Deciden que tienen que caminar, emulando a Wallington.
El plan era muy sencillo (y desesperado al mismo tiempo): «Caminar hasta que dejemos de hacerlo y puede que en el camino nos encontremos algún tipo de futuro», escribe Raynor Winn en su libro.
El camino, solo el camino
Tenían 115 libras. Dos mochilas de 8 kilos y una tienda de campaña para hacer acampada libre (cosa que, en el Sendero de la Sal, está prohibida, por lo que habrán de hacerlo siempre clandestinamente). En adelante únicamente recibirán un subsidio del estado de apenas cuarenta libras semanales. Su epopeya queda simbolizada por la única obra literario que portan consigo: el Beowulf, en traducción de Seamus Heaney. Poeta irlandés que, como en un último gesto épico y trágico a la vez, moriría ese verano, justo mientras Winn y su marido andaban en el Sendero de la Sal. Dice Winn que, para ellos, el clásico poema anónimo escrito en inglés antiguo cumplía un poco la función de ser una suerte de himno, la de aquel héroe godo que no duda en su cruzada contra monstruos y dragones. Metáfora de lo que querían fuera su propia suerte, claro.
El camino está lleno de dificultades, pero a ellos les sobra la determinación. Son en total más de mil kilómetros. «Era una locura, pero teníamos que hacerlo», dice Winn. Nada de lloriqueos autocompasivos ni quejas. Compran una guía: The South West Coast Path: From Minehead to South Haven Point, (El sendero de la costa suroeste: De Minehead a South Heaven Point) de Paddy Dillon. Es principios de agosto. Pronto aparece el miedo.
«Fue muy difícil mantener el equilibro mental durante el camino debido al inicio tan desesperado que tuvimos. Lo habíamos perdido todo, todo lo que teníamos en nuestra vida: la casa, el trabajo, los ingresos. Todo lo que nos había costado más de veinte años de construir nos lo habían quitado, así que comenzamos el camino ansiosos, muy enfadados por todo lo que nos había pasado, pero también muy preocupados por cómo iba a evolucionar la enfermedad de Moth», confiesa Winn, pero matiza: «Creo que hubiera sido muy fácil que no hubiésemos acabado haciendo el camino y que hubiésemos caído en un estado mental negativo, de puro arrepentimiento». Les salvó, sin embargo, el mapa. La idea de seguir un mapa (el de Paddy Dillon), porque les daba un propósito. «Cada día nos marcaba un camino, nos decía qué hacer al día siguiente», dice Winn. Y añade: «Cada paso era un paso más lejos de aquello por lo que estábamos pasando y de lo que queríamos huir».
Además, la guía sirvió para que, en sus márgenes, Moth fuera apuntando las cosas que les pasaban y la gente con la que se encontraban; apuntes que luego le serían utilísimos a Winn a la hora de escribir el libro.
This is a true love story
El sendero de la sal, en su versión inglesa (The Salt Path: A Memoir), fue publicado originalmente en 2018, ha estado más de ochenta semanas en la lista de más vendidos del Sunday Times y ha servido de inspiración a más de medio millón de lectores. Pero Raynor Winn nunca tuvo la ambición de ser escritora. Nos cuenta que es verdad que alguna vez lo había pensado cuando niña, pero que luego la vida le llevó por otros derroteros. Y que nunca había escrito nada en serio.
El origen del libro (o la causa, más bien) es la enfermedad de su marido, Moth. Después de que terminaran el camino y gracias a un crédito universitario, Moth comenzó a ir a la universidad y pudieron conseguir una casa en alquiler. Entonces se agravó su enfermedad y estaba comenzando a olvidar cosas del camino, «así que me di cuenta de que era importante escribir este libro», nos dice Winn. «Al principio fueron solo notas tomadas de la guía, pero luego, según iba escribiendo, me di cuenta de que, solo con eso Moth no sería capaz de sentir las emociones que tuvimos durante nuestra caminata y que, por eso, necesitaba una forma narrativa. Así que lo escribí para él, para que, al leerlo, se acordara de cómo había sido el caminar conmigo, juntos, y todas las cosas que habíamos sentido. Luego lo imprimí y se lo regalé para su cumpleaños. En aquel punto, antes de que tuviera una edición comercial, era una cosa solo para él», puntualiza. Preguntada sobre si este libro es también una carta de reconocimiento a una larga historia de amor, nos dice que sí, que «en efecto, se trata de una larga historia de amor. El libro está escrito desde el punto de vista de alguien que comparte con otra persona su vida desde los 18 años. Así, mi objetivo principal era recordarle a Moth el camino que hicimos juntos, pero también toda nuestra historia de amor pasada. Para que no se le olvide».
Encontrar un nuevo sitio al que llamar hogar
Gracias a la publicación del libro, Winn se han encontrado con mucha gente que lo ha leído y que le ha contado sus vidas, muchas de ellas rotas por cuestiones emocionales o malas decisiones financieras. Le ha sorprendido gratamente ver cómo estas personas han encontrado en el libro una manera de salir adelante y de solucionar sus problemas gracias a aumentar sus tiempos de contacto con la naturaleza. Dicen que esto les ha proporcionado una suerte de sentido de reconciliación, de paz. Solo con estar al aire libre o en contacto con cualquier espacio verde, ya sus vidas han mejorado. Y la misma Raynor Winn es ejemplo de esta forma de vivir más apegada a la naturaleza, más luminosa.
Antes de despedirnos, nos cuenta que la semana pasada llegaron ella y su marido de hacer una caminata por el Lake District, en Inglaterra. «Me siento ahora muy conectada con el mundo natural y la naturaleza, mucho más que otra gente que quizá lleva una vida más normal», concluye sonriente y afable, con una tranquilidad que a uno le deja feliz (y esperanzado).
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