Se publica en España el relato autobiográfico del abolicionista Frederick Douglass. Nació y creció esclavo y luchó para dejar de serlo. Y cuando lo logró, el 3 de septiembre de 1838, Frederick Douglass siguió luchando para acabar con la esclavitud. Tras sufrir el látigo en carne propia, ver cómo un capataz asesinaba impunemente con un mosquete a un negro, oír a un amo presumir de haberle partido los sesos a otro con un hacha y entender por qué los chicos blancos decían «cuesta medio centavo matar a un negro y un centavo enterrarlo», un Douglass ya libre de cadenas dedicó su vida a defender el abolicionismo y el sufragio de la mujer en mitines y conferencias. La influencia de sus discursos fue tal que calaron en el primer presidente negro de Estados Unidos, Barack Obama.
Y demostrando la certeza de una de sus frases –«la alfabetización es el trayecto desde la esclavitud hacia la libertad»–, el autodidacta Douglass, que a los 8 años aprendió el alfabeto gracias a una ama bondadosa, escribió en 1845 Vida de un esclavo americano escrita por él mismo. El libro alcanzó un éxito inmediato, se convirtió en referente de los movimientos abolicionistas del siglo XX y es uno de los mejores ejemplos de la narrativa esclavista, el primer género literario genuinamente americano. Ahora llega por primera vez a España gracias a la editorial Capitán Swing, con prólogo de la activista afroamericana Angela Davis.
MADRE NEGRA, PADRE BLANCO / Nacido en una plantación de Maryland hacia el año 1818, de madre negra y padre blanco, probablemente el amo, separado enseguida de una madre que apenas conoció, Frederick Douglass relata un primer recuerdo infantil. Cuenta que oía los «gritos desgarradores» de su tía, a la que el amo ataba a una viga y azotaba la «espalda desnuda hasta que, literalmente, la cubría por completo de sangre. (…) Solo cuando le vencía la fatiga dejaba de mover su cinto empapado en sangre».
Los ejemplos de la crueldad esclavista se suceden: la esposa de un amo mata a una joven con un palo por dormirse mientras cuidaba a su bebé; un amo no pasaba «ni una hora del día sin mancharse con la sangre de alguna de sus esclavas» y otro compró a una negra para «criar».
Aunque Douglass no fue de los más castigados, explica cómo vivían, obligados a trabajar en el campo hasta la extenuación, a dormir en el suelo, a pasar frío y hambre, tratados como «ganado». La comida era una «basta harina de trigo hervida» que servían sobre el suelo. Entonces llamaban a los niños «y como una piara de cerdos íbamos y devorábamos las gachas».
CAMINO DE LA LIBERTAD / El camino de la libertad le llegó a través de la esposa de un amo, Sophia Auld, que empezó a enseñarle a leer. Cuando el marido lo descubrió se lo prohibió por ser ilegal y porque «hasta el mejor negro del mundo se puede echar a perder si se le instruye». Razón no le faltaba pues aprender le obsesionó. Daba pan a cambio de lecciones a los chiquillos blancos de las calles de Baltimore hasta que aprendió a escribir; incluso se arriesgó a dar clases en secreto a otros esclavos. «Cuanto más leía más aborrecía y detestaba a mis torturadores», afirma. Con 12 años, añade, «la idea de ser esclavo de por vida comenzaba a ser una gran carga en mi corazón».
Buscó la libertad y la alcanzó a los 20 años tras huir, con papeles falsos y disfrazado de marinero, a Nueva York. «No tenía hogar, amigos, dinero, crédito, trabajo, ninguna idea clara de qué dirección tomar». Pero salió adelante y, según John Stauffer, profesor de Harvard y autor de una tesis sobre las vidas de Abraham Lincoln y Frederick Douglass, fue «un revolucionario prudente» que, como Obama, «intentó ir más allá de la división racial y llegar a un entendimiento común entre blancos y negros».
Anna Abella
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