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Emmeline Pankhurst: su historia y la de todas

Por El Plural  ·  29.03.2022

Capitán Swing publica ‘Mi historia’, un libro de la líder de la Unión Social y Política de las Mujeres (WSPU)

Cuando una se hace adulta vuelve sobre algunas cosas que leyó o vio en la infancia para comprender su significado profundo, más allá del desconocimiento de cuando somos pequeñas. Eso me ha pasado con Mary Poppins y con ese inicio del film en el que la Señora Banks aparece cantando y colocando bandas de “Votes for women” a la niñera y a las mujeres que trabajan en su casa. He necesitado volver muchos años después para entender la grandísima importancia de una película infantil en la que la madre de los niños es una sufragista (con una canción fue creada específicamente para la actriz que la iba a encarnar).

Ahora esa melodía de “Sister Suffragette” adquiere más valor, sobre todo, tras cerrar la última de las páginas del libro ‘Mi historia‘ de Emmeline Pankhurst que acaba de publicar Capitán Swing. Traducido y prologado por otra feminista, Gloria Fortún, las palabras de la líder de la Unión Social y Política de las Mujeres (Women’s Social and Political Union o WSPU) se leen con más emoción aún, con una traducción cuidada, conocedora del significado de lo que cien años atrás estaban haciendo las mujeres británicas por conseguir el voto.

La lectura es ágil a la par que dura, durísima. Pocas veces recuerdo engancharme así a unas páginas tan cargadas de agitación, de la emoción de la historia, de saber que lo relatado no es ciencia ficción, sino que estaba ocurriendo en la realidad; que las mujeres estaban dispuestas a todo (incluyendo poner su cuerpo en peligro de múltiples formas) por algo que hoy damos por supuesto, el voto de las mujeres. La historia de Pankhurst y la WSPU es una historia de acción directa, de guerrilla y de tortura. ‘Mi historia’ hay que leerla para entender la dimensión de la respuesta de las sufragistas al ninguneo constante a su petición: de iniciar la senda política y buscar apoyos en los partidos del gobierno y la oposición, a las manifestaciones pacíficas duramente reprimidas a la huelga de hambre, la alimentación forzosa (rechazada por la medicina pero practicada en las cárceles donde se las encerraba), a no ser reconocidas como presas políticas, a la acción directa de romper cristales, llenar de tinta los buzones, sabotaje a las telecomunicaciones o atacar las obras de arte de los museos.

Si bien en un inicio Las suffragettes se dedicaron a repartir panfletos, con el tiempo radicalizaron su lucha hacia la protesta de confrontación, usando tácticas como el sabotaje, el incendio de comercios y establecimientos públicos o las agresiones a los domicilios privados de destacados miembros del Gobierno y del Parlamento. Bajo el lema “Hechos, no palabras” incendiaron casas de campo y reventaron ventanas de edificios públicos y administraciones del Estado, por lo que fueran arrestadas y encarceladas muchas veces. No eran un puñado de damas ricas con tiempo libre, sino que las mujeres obreras también desempeñaron un papel muy importante.

Es interesante la comparativa histórica que Pankhurst hace en su relato: si bien la acción directa en los hombres se consideraba un gesto de valentía y honorabilidad de defensa de sus ideas (en las distintas revoluciones y en ese momento incluso, con los independentistas irlandeses), en el caso de las mujeres era directamente terrorismo. Con las sufragistas se pasaba del ninguneo a la tortura, con una capacidad admirable por parte de ellas de no dejarse vencer pese a estar poniendo en riesgo sus vidas. Huelgas de hambre y de sed, alimentación forzada (incluso a las que tenían problemas cardíacos – nunca sabremos a ciencia cierta cuántas murieron por estos procedimientos), la acción de la WSPU es digna de ser reconocida como toda una revolución en los libros de historia. De ahí mi otra reflexión: ¿cómo es posible que sigamos estudiando (si lo estudiamos) al movimiento sufragista como un párrafo añadido a la historia del siglo XX? ¿Cómo la Revolución Francesa, la Rusa o Mayo del 68 tienen entidad propia, capítulos completos en la educación obligatoria y la consecución del voto femenino por parte de estas valientes mujeres es casi una anotación al margen?

Este libro tiene una valía infinita por ambas cuestiones: es el relato directo de la líder del movimiento, sus palabras y su experiencia, pero también nos provoca el sonrojo de que esta historia sea algo que aprender, en mi caso, muchos años después. Que no sepamos toda la clase de torturas que las sufragistas vivieron en sus carnes para que hoy todas podamos votar es para exigirlo inmediatamente en los currículos educativos. La misoginia las ninguneaba entonces, que el relato histórico de hoy no perpetúe el mismo error y se reconozca el sufragismo como lo que fue, toda una revolución para la mitad de la población humana.

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