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El yacimiento arqueológico más abundante y extenso del mundo es el Támesis

Por El Español  ·  16.01.2023

Lara Maiklem (Surrey, 1971) es una mudlark, una persona que rebusca restos aprovechables en el lodazal de un río o un puerto. Lleva dos décadas recorriendo la orilla del Támesis, desde la esclusa de Teddington, al oeste, hasta el estuario, y viajando por la historia de Inglaterra a través de objetos diminutos atrapados en el barro. Ayudada tan solo por unas rodilleras negras permanentemente húmedas, guantes de látex, una “bolsa de los hallazgos” que se cuelga de la cintura y un ojo agudo, ha descubierto miles de piezas que reconstruyen los 2.000 años de vida de Londres.

La incuantificable lista incluye pedernales trabajados del Mesolítico, horquillas romanas, tejas medievales, peines de madera y cuentas de cristal del siglo XVI, una hucha del periodo Tudor, pipas de arcilla datadas entre 1580 y 1900, un cubrebotas del siglo XVIII que habría evitado que las faldas de alguna mujer se manchasen en el lodazal, un soldadito de plomo victoriano, un diente plano y alargado de unos cinco centímetros que según los expertos del Museo de Historia Natural pertenecía a un Isurus hastalis, un tiburón blanco gigante que se extinguió hace unos tres millones de años…

Son solo un puñado de ejemplos de la basura hallada en el Támesis, “el yacimiento arqueológico más extenso y variado del mundo”. El río, que es de marea y cuya altura varía entre unos cuatro y siete metros, ha ido tragando a lo largo de dos milenios todos los desechos imaginables de los que el ser humano ha tratado de desprenderse, incluidos los cuerpos de sus habitantes, como las víctimas de la peste o del gran brote de cólera que azotó la ciudad en 1854. Pero también posesiones valiosas que por azares diversos acabaron en el fondo del agua, lejos de sus dueños: anillos, monedas, juguetes, broches, alfileres, etcétera.

Algunos de los objetos más fascinantes se remontan al periodo romano y a la zona del Puente de Londres, donde se construyó el primer paso conocido sobre un río que también ha presenciado ataques vikingos, partidas de esclavos o de prisioneros de las Guerras Napoleónicas y los efectos de los bombardeos nazis durante el blitz. La mudlark ha descubierto en esta zona una abrazadera de castración profusamente decorada con bustos de dioses y cabezas de animales o una contera de marfil, el accesorio de protección del extremo de la vaina de una espada que perdió un soldado del ejército auxiliar romano a finales del siglo II d.C. —es uno de los dos únicos ejemplares completos que se han encontrado en Reino Unido—.

Maiklem, una niña criada en una granja que solo encontraba en las orillas del río un remanso de calma dentro del caos de la urbe, se hizo célebre por compartir en las redes sociales lo que iba rescatando. Su primera moneda romana fue una siliqua de plata acuñada en tiempos de Honorio (393-423) en Mediolanum, la actual Milán. Quizá le cayó del saquito a un legionario enviado a defender los límites exteriores del Imperio, o tal vez la arrojó al agua como una ofrenda para conseguir la ayuda de los dioses en su viaje hacia el norte.

“Cada pequeña pieza es una llave a otro mundo y un enlace directo a vidas que han quedado en el olvido”, escribe en Mudlarking, un libro publicado en 2019 y convertido en best seller que acaba de traducir al español Capitán Swing. “Los objetos más pequeños cuentan las mejores historias”. La obra no solo despliega un compendio de sus días y madrugadas revisando la ribera de “un gran dragón-serpiente de color caqui”, sino que todos estos objetos le permiten construir una novedosa y absorbente historia de Londres, de sus gentes, sus cambios y sus tragedias.

Algún lector con conocimientos arqueológicos habrá pensado que un mudlark, en esencia, es un expoliador. En España sí lo sería, pero en Reino Unido la legislación es diferente. Desde 2016 se requiere un permiso de la Autoridad Portuaria de Londres y ser miembro de la Sociedad de Rebuscadores. Además, hay que informar de las piezas recuperadas al oficial de enlace de hallazgos, que los registra en nombre del Programa de Antigüedades Portátiles, un sistema que controla los descubrimientos realizados por individuos no profesionales. Lógicamente, el contexto de los objetos se ha perdido. Maiklem diferencia entre cazadores, que usan detectores de metal y palas para excavar el fondo, y recolectores como ella, que simplemente emplean sus ojos.

La enorme cantidad de hallazgos registrados desde mediados del siglo XIX ha contribuido a aumentar el conocimiento de Londres y del modo de vida de sus habitantes, además de engrosar las vitrinas de los museos —unas excavaciones en 1857 sacaron a la luz el famoso escudo de Battersea, una lámina de bronce oblonga datada entre 350-50 a.C., pero también se han descubierto numerosas espadas y armas de las Edades del Bronce y del Hierro—. Pese a todo, Maiklem reflexiona en el libro sobre la viabilidad de esta afición y asegura que ha llegado la hora de su prohibición.

Mudlarking conforma un collage de minúsculas microhistorias que van formando un puzle que proyecta una imagen sobre la evolución de Londres a ras de suelo. Maiklem se disfraza de una suerte de Sherlock Holmes del pasado para averiguar los entresijos que esconden muchos fragmentos de cosas, desechos aparentemente. Una vez encontró un tapón de una botella de la cervecería St. Austell Brewery grabado con una gran esvástica. Como Coca-Cola y Carlsberg, la empresa había escogido este símbolo hacia 1890 por su significado original de salud y fertilidad. Pero entonces llegó Hitler y hubo que borrar la imagen.

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