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El urbanista que ha encontrado la fórmula científica de la ciudad feliz: “El sueño americano de la casa unifamiliar es ridículo”

Por El Mundo  ·  02.05.2023

Charles Montgomery anima a repensar nuestras ciudades tras estudiar cómo el diseño urbano impacta en nuestra economía y nuestra salud. “Muchos persiguen la felicidad priorizando la estética o los metros cuadrados, pero importa más la localización de la vivienda”, afirma el autor de ‘Ciudad Feliz’.

En enero de 2021, una nevada histórica provocada por la borrasca Filomena paralizó Madrid por completo durante varios días y agravó la sensación de fin del mundo generada por la pandemia. También se cobró la vida de una persona sin hogar, tras quedar su cuerpo sepultado bajo el gélido manto blanco.

Hasta aquí, lo negativo. Sin embargo, cualquiera que viviera entonces en la capital seguramente recuerde el paso de Filomena no sólo por los daños que dejó. Y ello se debe a que en plena emergencia meteorológica y a pesar de los -10ºC que llegaron a registrarse en aquellas fechas, miles de vecinos salieron a las calles movidos por algo parecido a la excitación de un día de fiesta. Unos hicieron un muñeco de nieve enfrente de casa y lo subieron a Instagram; otros pasearon por la inutilizada M-30 sintiéndose herederos del expedicionario Roald Amundsen; incluso hubo quien enganchó los perros al trineo y los puso a correr, como si mágicamente Hortaleza se hubiera convertido en Laponia.

Resumiendo: durante un largo fin de semana, los madrileños se apropiaron del espacio reservado a los coches y obraron el milagro de convertir la adversidad en puro disfrute.

El urbanista y periodista canadiense Charles Montgomery conoce de sobra el destrozo que un fenómeno de las características de Filomena puede provocar en la logística y la movilidad de cualquier núcleo importante de población. Pero conoce todavía mejor cómo operan la psicología ambiental y la economía conductual en el bienestar de las personas, ya que ha viajado por todo el mundo para estudiarlas. El resultado de tal observación es el ensayo Ciudad feliz (Capitán Swing), en el que analiza los hábitos de los urbanitas, anima a repensar el entorno y propone redefinir el propio concepto de calidad de vida.

¿Cómo? Sin necesidad de montar revolución alguna. Un vecindario dinamizado por el pequeño comercio, que disponga de espacios verdes al tiempo que respete la vegetación espontánea como sostén de biodiversidad, donde la banda sonora no sea la de los cláxones y en el que se mezcle con naturalidad gente de distintos perfiles se parecería bastante al ideal que propone Montgomery (North Vancouver, 55 años).

La publicación de Ciudad feliz no puede ser más oportuna. Primero, porque alerta del impacto del diseño urbano en un momento clave en la lucha contra la crisis climática: 5.000 de los 8.600 millones de habitantes de la Tierra en 2030 vivirán en metrópolis, según las estimaciones de la ONU. Segundo, porque revisa diferentes cuestiones -de la vivienda a la energía, pasando por el medio ambiente- que la agenda preelectoral coloca ahora de nuevo sobre el tapete. Y tercero, porque desactiva la lectura del espacio cívico común en términos ideológicos y se aleja de la refriega partidista -¿por qué tomarse unas cañas tiene que ser de derechas o moverse en bici eléctrica de izquierdas?- para colocar a la ciencia en el centro del debate.

“Hemos estudiado los resultados de investigaciones sobre desarrollo urbano y bienestar humano y sabemos sin lugar a dudas que la forma en que construimos nuestras ciudades determina cómo nos movemos, cómo nos sentimos y cómo tratamos a otras personas”, detalla Montgomery por Zoom. “A los políticos, arquitectos e ingenieros les rogaría que prestasen atención a dichas evidencias y comiencen a construir o reconstruir anteponiendo a los humanos sobre los vehículos”.

Con un discurso casi de historiador o antropólogo, Montgomery explica cómo durante miles de años la vida urbana alentó el contacto azaroso de la gente con personas ajenas a su círculo íntimo. En tiempos en los que no existía la televisión, la comida a domicilio, el aire acondicionado o internet, a nuestros ancestros no les quedaba más remedio que juntarse cada día en la calle para comerciar, aprender y socializar. Mismamente, como hicieron sus abuelos y los míos hasta ayer mismo, cuando en verano sacaban de noche las sillas a la fresca.

El diseño urbano condiciona cómo nos movemos, cómo sentimos y cómo tratamos a otras personasCharles Montgomery, periodista y urbanista

Sin embargo, en las ciudades contemporáneas y económicamente más pudientes nos las hemos ido ingeniando para dar respuesta a casi todas nuestras necesidades sin tener que juntarnos absolutamente con nadie. El progreso tecnológico, la privatización de los espacios donde se solía interactuar con el prójimo y la obsesión por la urbanización cerrada como hipotético refugio están cambiando peligrosamente la experiencia de vivir en la ciudad, denuncia el investigador del BMW Guggenheim Lab y colaborador de la Organización Mundial de la Salud.

“Muchas personas persiguen la felicidad priorizando las cuestiones estéticas o el número de metros cuadrados. Es tentador buscar una casa más grande y más cara, un hogar que imaginamos que elevará nuestro estatus”, se dirige ahora Montgomery al ciudadano de a pie. “En realidad, sobrevaloramos la estética e infravaloramos cuestiones invisibles en las que no solemos reparar. La localización de dicha vivienda en el entramado urbano tendrá un impacto mucho mayor en la salud y la felicidad de sus habitantes. Quiero decir, ¿esas personas pueden llegar andando a las tiendas? ¿Sus hijos pueden caminar hasta el colegio? ¿Tienen cerca algún parque? ¿Hay tráfico en la zona? Todo esto es mucho más importante. Yo mismo he aprendido que el camino hacia la felicidad es el que fomenta la buena relación con los vecinos y facilita la conexión con familiares y amigos. Por eso renuncié al ridículo sueño americano de la casa unifamiliar que vive en un espléndido aislamiento”.

Apoyándose en experimentos e informes, Ciudad feliz ayuda a visibilizar la relación causa-efecto entre ciertos intangibles que el dinero no puede comprar -la confianza en los demás o la satisfacción de participar en alguna actividad de forma cooperativa- y la salud física y psicológica. Lo más interesante aun es que, para no quedarse en mero monumento al buenismo, el ensayo también analiza las principales amenazas a las que se enfrenta uno de los hitos de la civilización humana.

Renuncié al ridículo sueño americano de la casa unifamiliarCharles Montgomery, periodista y urbanista

Una de ellas es lo que Montgomery denomina “el diseño de lo antisocial“. Se trata de espacios concebidos específicamente para espantar a los peatones, como las plazas dotadas con asientos incómodos o construidas en zonas oscuras, frías o inaccesibles que Manhattan no ha dejado de exportar al mundo desde los primeros 2000.

Una táctica disuasoria que, en menor escala, se aprecia también en el uso de lo que en argot se llama fachadas muertas: edificios que ocupan grandes superficies y que apenas disponen de puertas, ventanas o escaleras. La neurociencia ha demostrado que estas estructuras afectan al estado emocional de quienes viven cerca. Tanto es así, que acelera el envejecimiento de las personas mayores. Ciudades como Melbourne ya están aprobando leyes para prohibir a los promotores que lo impongan como estándar en las manzanas urbanas y evite el cierre de tiendas, bares, peluquerías, etc.

Igualmente letal para la experiencia comunitaria es el efecto garaje. “Mata la vida de las calles de los vecindarios residenciales”, afirma Montgomery. “Si todos los vecinos aparcan dentro de las casas o bajos los edificios, es mucho menos probable que se crucen por las aceras”.

“La neurociencia ha demostrado que las ‘fachadas muertas’ afectan al estado emocional de quienes viven cerca

Con todo, la principal amenaza es el modelo de ciudad dispersa o sprawl city, que el urbanista rechaza después de tres décadas de expansión descontrolada por áreas periféricas y al que define como “la forma de vida más cara, contaminante, engullidora y consumidora que se ha construido nunca”. ¿Por qué? Porque requiere más carreteras, más alcantarillas, más metros de cableado eléctrico, más aceras, más letreros y más zonas ajardinadas por residente que cualquier otra, de modo que la edificación, el mantenimiento y la prestación de servicios en estas zonas resultan mucho más gravosas.

“Invertir en una casa aislada de la periferia urbana es como apostar por el futuro del petróleo y la geopolítica global”, agrega el experto tras observar que los precios del combustible se duplicaron entre 2004 y 2006 y a los que crisis como la invasión rusa de Ucrania convierten en artículo de lujo. Y luego, claro, está el coste ecológico: la vida en un suburbio de San Francisco o en un PAU de Madrid aboca a sus inquilinos a la hiperdependencia del vehículo privado, sobre todo para ir y volver del trabajo, y eso se traduce en más emisiones de dióxido de carbono y en el agravamiento del calentamiento global.

Con todo, Montgomery no pierde de vista el leitmotiv de su trabajo: “Sabemos que prácticamente no hay nada peor para la felicidad que un largo viaje en solitario en coche”, remacha al otro lado de la pantalla con datos del desgaste para el cuerpo y para la conciliación que supone pasar tanto tiempo al volante. “Trabajar desde casa tampoco es una panacea. Lo que todos queremos es flexibilidad, libertad y sociabilidad. El reto en la era del teletrabajo es asegurarnos de que cada vecindario ofrezca a quienes viven en él esa combinación”.

Hace justo dos años, el periodista Jorge Dioni López publicó su ensayo superventasLa España de las piscinas(Arpa). En él radiografiaba cómo el bum inmobiliario que vivió nuestro país desde principios de los 90 hasta el pinchazo de la burbuja en 2008 había reproducido ese modelo de suburbio made in USA. El sueño aspiracional de las familias de clase media con niños pequeños, reacia a asentarse en pisos-colmena.

Dibujando un mapa con islas verdes -por las zonas comunes- y azules -por las piscinas-, Dioni López denunció un entorno que favorece el individualismo y la desconexión social hasta el punto de que estos llegan a tener reflejo en la intención de voto. O, al menos, lo tenía entonces.

El bum inmobiliario que vivió España hasta el pinchazo de la burbuja en 2008 reprodujo ese modelo de suburbio ‘made in USA’

“La idea más importante que he aprendido de los libros sobre urbanismo es escala humana. Eso permite que haya gente en la calle, lo que la convierte en un lugar más seguro y acogedor. Una prueba podría ser que un crío fuera solo a comprar el pan”, apunta quien aborda en su inminente nuevo libro, El malestar de las ciudades (Arpa), similares asuntos a los que plantea Montgomery pero desde una perspectiva política y económica.

“Las administraciones están obsesionadas con la atracción de talento y la creatividad es fruto de la interacción humana”, enfatiza Dioni López. “Las ideas, los movimientos artísticos, literarios, musicales, etc., siempre surgen de la interacción de grupos de personas. El fruto es lo que se ve, pero es producto del ecosistema. La interacción, además, es clave para reconocernos. Si no conocemos los problemas de otras personas, no podremos ponernos de acuerdo en las soluciones”.

El urbanista colombiano Carlos Moreno lleva años instando a cambiar de forma radical la forma en la que nos relacionamos con la ciudad. Moreno es el ideólogo de La ciudad de los 15 minutos, un concepto que promueve el acceso en menos de un cuarto de hora a pie o en bicicleta a la oficina, la escuela, la tienda o el consultorio. Es decir, servicios esenciales a tiro de piedra.

No hay alternativa a la proximidad urbana en un escenario de emergencia climática, económica y socialCarlos Moreno, urbanista

Promovido por el Ayuntamiento de París en primera instancia, se ha convertido en un planteamiento con seguidores en todo el mundo. Y también con algunos detractores, que ven su modelo como una fórmula de control social.

“La ciudad de los 15 minutos no es una solución mágica ni busca convertir cada barrio en un gueto aislado del resto de la ciudad, como propugnan complotistas y conspiradores basándose en bulos, sino una hoja de ruta para cambiar nuestra manera de vivir. No hay alternativa frente a la emergencia climática, económica y social”, se explica Moreno, que ha llegado a recibir mensajes de odio de grupos neonazis. “España está sufriendo una sequía y ha vivido una ola de calor temprana: ése va a ser el panorama de los próximos 20 años. Necesitamos una visión global para ese futuro que deje de lado el populismo cortoplacista. Una estrategia clave para alcanzar la sostenibilidad es la de la proximidad urbana feliz, tras siete décadas de zonificación y fractura territorial heredadas de la Carta de Atenas”.

Montgomery cita a Copenhague, París o Barcelona como ciudades que están haciendo los deberes, aunque en el caso de la Ciudad Condal alerta del peligro de gentrificación verde. Es decir, que los cambios promovidos por el proyecto de superislas de Salvador Rueda tengan como efecto no deseado la especulación con la vivienda.

Y, acto seguido, saca de nuevo el felizómetro. “¿Por qué gente de todo el mundo viaja a Disneyland París, California o Florida? Lo primero que cualquiera advierte al entrar allí es que es un lugar hecho a escala humana, muy social, donde no hay coches y los niños pueden correr libremente, ¿No es el tipo de sitios en el que todos desearíamos vivir? A mí no me interesa la fantasía de Disneyland, sino lo que revela sobre nuestro deseo de vivir en un lugar social, seguro e inclusivo”.

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