La señora Vagelato era una inmigrante griega de avanzada edad que llevaba varias décadas viviendo en Nueva York. Un día, a principios de los años setenta, tuvo un golpe de suerte: le tocó un viaje de diez días a Colombia para dos personas en un concurso de una marca de café (Brown Gold, colombiano 100%). Vagelato había comprado el paquete de café en un supermercado neoyorquino. La señora aterrizó en Colombia junto a su marido jubilado. En Cartagena, se alojaron en el Hotel Caribe, un majestuoso edificio colonial con jardín botánico propio. La puerta del hotel daba a la playa. Vacaciones de ensueño por primera vez en su vida. Dos simpáticos representantes de Brown Gold obsequiaron a los Vagelato con varios regalos: rodillos de amasar, estatuas, colgantes de pared, hamacas, sombreros de paja, etc.
Como parte del concurso, los Vagelato aceptaron fotografiarse con los regalos al llegar a Nueva York. Ahí se hizo el cambio, la sustitución de sus regalos por otros similares (sin cargamento sorpresa en su interior). Los Vagelato nunca supieron que habían transportado varios kilos de cocaína de Colombia a EEUU. No existía ninguna marca de café llamada Brown Gold más allá de un falso paquete colocado estratégicamente en la estantería de un supermercado a la espera de que lo comprara algún despistado. Así se las gastaba Zachary Swan, cuyas andanzas como traficante de cocaína en la época primitiva del negocio narró el periodista Robert Sabbag en Ciego de nieve, editado ahora por Capitán Swing. El libro, publicado en EEUU en 1976 y alabado por luminarias como Hunter S. Thompson y Damien Hirst, convirtió a Sabbag en un nombre de referencia de la segunda ola del Nuevo Periodismo. El prólogo de la nueva edición española corre a cargo de Howard Marks, antiguo traficante de marihuana convertido en icono pop británico.
Una curiosidad que da idea del culto profesado a Ciego de nieve en ciertos ambientes: en 1999 salió en el Reino Unido una edición limitada diseñada por el celebérrimo artista británico Damien Hirst. Incluía un billete de 100 dólares enroscado (escondido en una raja del interior del libro) y una tarjeta de crédito de metal con el nombre de Zachary Swan. Las 1.000 copias están firmadas por Hirst, Sabbag y Marks. El libro, que tiene las tapas de cristal, se vende por internet a un precio de 950 libras. Un objeto de coleccionista que no oculta su condición de fetiche cocainómano.
Ciego de nieve, parte radiografía de la época heroica de la coca parte biografía de un cabra loca, arranca describiendo los adinerados orígenes biográficos de Swan: “Nació en el apogeo de la era del jazz, con una cuchara de plata en la boca. La posibilidad de que fuese a pasar sus años de madurez con esa misma cuchara en la nariz entró en el reino de lo posible cuando Zachary tenía unos 16 años. Hasta entonces se comportó como cualquier otro muchacho de su edad obligado a tratar con sirvientes por la casa y con un club de campo a la vuelta de la esquina”.
Tendencia al trapicheo
Lo que Zachary Swan empezó a hacer a los 16 años en el colegio, la elitista Escuela Preparatoria Iona de New Rochelle (Nueva York), fue gestionar los juegos de dados en los patios, en lo que Sabbag califica de “síntesis inevitable de riqueza y ocio”. O los orígenes de un espíritu emprendedor con tendencia al trapicheo.
No obstante, los negocios ilegales aún tendrían que esperar un poco más. Tras pasar por la universidad, Swan entró en la empresa paterna de empaquetado como ejecutivo de ventas. No le fue mal. “Cumplió durante los 17 años siguientes, con la mayor honradez y la mayor entrega que le fue posible, los rituales tradicionales de la comunidad mercantil neoyorquina. Manejó como vendedor los artículos de algunas de las empresas de cosméticos más prestigiosas del país. Ganaba un buen sueldo, pertenecía a un buen club neoyorquino y gozaba de la amistad de muchas personas distinguidas”, resume Sabbag.
Lo que le ocurría a Zachary Swan es que era un adicto a la vida social. Fiestas de la jet set, salidas nocturnas junto a su pareja seis días a la semana, gastos por doquier. “Nos invitaban a las inauguraciones de las discotecas, a fiestas en Southampton… yo tenía mucha energía y mucho empuje y no dormía. No lo sabía entonces, pero estaba enganchado al speed. En 1964, conseguí una receta de pastillas para adelgazar de un médico y seguí rellenándola… durante seis años. Eso y mucho alcohol. Holly ganaba 40.000 al año, así que entre los dos, con mis 12.500, reuníamos más de 52.000 dólares al año, sin contar mi cuenta de gastos, menos 12 o 13.000 de impuestos. No teníamos nunca un céntimo y siempre andábamos con préstamos bancarios. Las facturas eran astronómicas”, recuerda en el libro. El clásico perfil de elevado tren de vida con visos de descarrilamiento.
El caso es que Swan se cansó de ser un ejecutivo y decidió establecerse como autónomo bohemio. Primero como traficante de marihuana. Luego, dado que se le daban bien las matemáticas, como vendedor de coca: “La verdad era que un kilo de coca valía más o menos lo que tres furgonetas llenas de yerba y podías esconderlos en una rebanada de pan”, se lee en el libro.
Estamos a finales de los 60 y la coca aún no se había convertido en un negocio multimillonario y sangriento controlado por la mafia y reprimido sin cuartel por la vía militar. Todavía era un pequeño reino de emprendedores que, como Swan, no eran amigos de las pistolas. Todo consistía en la venta artesanal de un producto que pronto iba a convertirse en el más deseado de la clase acomodada estadounidense.
Así describe Sabbag el pelotazo de la coca en EEUU en los años 70: “La cocaína es el caviar del mercado de la droga. En la calle, donde una cuantía equivalente de marihuana importada de primera puede obtenerse por sólo 40 dólares, la cocaína ostenta un precio de más de 1.000 dólares por onza. Y, como el caviar de primera, suele adornar la dieta de la vanguardia y de los aristócratas, de una clase ociosa: en Nueva York, es signo distintivo entre actores, modelos, atletas, artistas, músicos y hombres de negocios modernos, profesionales, políticos y diplomáticos, así como esa reserva inagotable de celebridades sociales y peces gordos sin ocupación certificable. El denominador común es el dinero. Y está de moda en los círculos dorados de Harlem, entre chulos, prostitutas y traficantes de drogas, cualquier capitoste de barrio con peso en la calle. La coca es estatus. Significativamente eclipsada por la fidelidad-culto a estimulantes, depresores, ácido, mescalina y cáñamo durante la explosión del consumo de drogas de fines de los años 60, la cocaína ha aflorado a mediados de los 70, inequívocamente, como la droga ilegal más popular de Norteamérica”. Resumiendo: el hippismo ha muerto, viva la coca.
Repasada la evolución biográfica y el contexto histórico, Sabbag procede a describir los disparatados e imaginativos planes de Swan para pasar el material por fronteras y aeropuertos sin ser detectado. Entonces la DEA aún no existía y para viajar en avión de EEUU a Colombia no hacía falta pasaporte. No obstante, las autoridades sabían que el tráfico se estaba intensificando y había que agudizar el ingenio. Flashback: en el verano de 1971 se celebraron en Cali los Juegos Panamericanos. Tres componentes del equipo estadounidense de béisbol volaron de Colombia a EEUU tras participar en la competición deportiva. Jóvenes atléticos, de pelo corto, vestidos con chándal y blandiendo bastes de béisbol. Ningún problema con ellos en la aduana, faltaría más. Nadie se percató de que los bates estaban llenos de cocaína. No eran jugadores de béisbol, eran traficantes con imaginación. Otra gran estrategia ideada por Swan y puesta en práctica por unos amigos. Salvo que, en realidad, fue una idea terrible: en los Juegos Panamericanos no hubo competición de béisbol. Gran cagada. Por suerte, los agentes de aduanas no se percataron del timo.
“El tráfico no es más que una combinación de espera e improvisación precedidas por los planes más laberínticos, vueltas atrás y medidas de seguridad, todo ello ejecutado por un personal bastante chiflado”, resume Howard Marks en el prólogo.
Swan acabó dando con sus huesos en la cárcel en 1972 tras dos años de frenesí traficante. El negocio empezaba a crecer, cada vez había más traficantes y empezaban a aparecer las armas. Sabbag explica con estas palabras una de las causas del descomunal éxito de la sustancia entre los consumidores estadounidenses. “La popularidad de la cocaína en EEUU puede estar relacionada con el hecho de que ella, más que cualquier otra de las drogas psicoactivas identificadas, refuerza todas esas cualidades características que han llegado a considerarse auténticamente norteamericanas: el espíritu de iniciativa, el empuje, el optimismo, la necesidad de triunfar y de tener poder. Venga de donde venga, esa popularidad es clara y notoria. Un experimento reciente demostraba que las ratas, a las que se condicionó a pulsar una palanca que les proporcionaba una recompensa, lo hicieron 250 veces seguidas por la cafeína, 4.000 por la heroína y 10.000 por la cocaína. Por algo se llama a la cocaína ‘caramelo nasal’. A la gente le gusta. Te hace sentirte bien”, zanja.
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