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El tercer país

Por El País - Babelia   ·  09.05.2016

La crisis de los refugiados en el Mediterráneo oriental ha llevado al paroxismo la noción clásica de frontera

La crisis de los refugiados en el Mediterráneo oriental ha llevado al paroxismo la noción clásica de frontera. Y la Europa de las libertades y el progreso se ha aferrado desesperadamente a ella, de momento: Calais, Lampedusa, Lesbos, Idomeni, Melilla se aprestan a reforzar muros que impidan el avance hacia el norte y el oeste de los nuevos parias, fruto de las migraciones forzadas del siglo XXI. Pero el debate sobre qué es la frontera y el papel que juegan en ella los Estados está abierto en las ciencias sociales y humanas hace tiempo. La autonomía del sujeto contemporáneo, los paradigmas políticos transnacionales, la sociedad de la teleconectividad y la porosidad del capitalismo global han dejado obsoletas las categorías analíticas forjadas desde el siglo XVIII bajo el manto de la Ilustración. Si un atrabiliario neocomunista como Slavoj Zizek coincide con el liberal Giovanni Sartori en sus admoniciones de peligro, terror y apocalipsis bajo la consideración de que “el bien común” se tambalea por la llegada de los refugiados, es que el viejo mundo intelectual, eurocéntrico y androcéntrico, se resquebraja. Lo cual no deja de ser una buena noticia.

Gloria Anzaldúa ya abrió un gran boquete en el muro epistemológico de la noción de frontera en 1987, cuando publicó Borderlands/La Frontera, que por fin se edita en España. Profesora y activista chicana, Anzaldúa definió la frontera, ideológica y políticamente, como “un confín contranatura”, desestabilizador y siempre en mutación. La Frontera es un “tercer país” poblado por personas indocumentadas que se desplazan por su territorio. Es a la vez un espacio físico y existencial, en el caso de Anzaldúa situado entre Texas y México. Salir de él no significa abandonarlo, pues la raza, la sexualidad, la clase social o el género determinan la identidad múltiple e integral de sus habitantes y forjan entre sí alianzas revolucionarias. El resultado es “la nueva mestiza”, la conciencia transformada por la historia y a su vez transformadora, que se sabe hija de una polinización racial, ideológica, genética y cultural cruzada. Este radicalismo del ser fronterizo y su potencial emancipador distingue el mestizaje del hibridismo, ahora más en boga. En cualquier caso, de la mano de este ensayo rupturista, también en su estructura formal, se abrió camino un enfoque innovador de los estudios culturales, históricos y de género, rápidamente consolidado con las aportaciones de Judith Butler, Homi Bhabha o Walter Mignolo, pensadores también revolucionarios, si bien menos iconoclastas.

Pero la frontera en su sentido clásico de estructura lineal en el espacio que consagra una discontinuidad geopolítica, según expresión de Natalia Ribas, sigue siendo primordial a comienzos del siglo XXI. Con todo, la diferencia entre sus niveles real, simbólico e imaginado ha provocado un nuevo mapa de conflictos, más transnacionales que transfronterizos. Es a lo que asistimos cuando el ISIS iza su bandera sobre territorios antes sirios o iraquíes invocando las fronteras de la umma o comunidad islámica: las fronteras políticas reales, trazadas con escuadra y cartabón por el colonialismo francés y británico, se ven cuestionadas en su legitimidad y suplantadas por la utopía de un califato. Como proceso histórico de restitución imaginaria, no es algo ni nuevo ni exclusivo de los yihadistas. Existen experiencias previas en contextos próximos al Estado Islámico y a Europa, como es el caso de Israel con Palestina o de Marruecos con el Sáhara, dos grandes “productores” de refugiados.

En su libro más reciente, el historiador israelí Ilan Pappe vuelve a provocar a la intelligentsia acomodada, de la que formó parte hasta su exilio en Gran Bretaña. Tras haber demostrado en obras anteriores la limpieza étnica de Palestina, La idea de Israel analiza la exitosa construcción ideológica del sionismo, que no solo inventó unas fronteras nacionales y las materializó en un Estado “libertador”, sino que ha sabido seguir produciendo conocimiento al servicio de un poder que no cesa en su colonización de tierras y mentes. Tampoco la postura de Abdallah Laroui resulta del gusto oficial, ni en su país ni fuera. Laroui, uno de los más brillantes intelectuales marroquíes, es muy crítico con la gestión de la cuestión saharaui por parte del régimen. En sus diarios de unos años cruciales para Marruecos (1974-1981), muestra cómo la deriva del problema del Sáhara, territorio que inserta en la africanidad de Marruecos, es el reflejo de un choque entre dos legitimidades jurídicas: el derecho internacional (colonial) y el derecho islámico (consuetudinario), que divergen sobre la noción de pertenencia.

Precisamente, el derecho internacional, el viejo derecho de fronteras, no ha salido muy bien parado de las crisis más recientes. Un aspecto decisivo de las limitaciones de su actual formulación es el derecho internacional de las personas refugiadas, obsoleto ante la diversificación de los conflictos a que asistimos en la última década. En su excelente obra Refugiadas, Carmen Miguel Juan explica más en concreto la inadecuación de la legislación internacional ante la persecución por motivos de género. Tras un pormenorizado análisis propio de una jurista y activista que cree en el derecho internacional como herramienta efectiva de lucha, establece un listado de propuestas para una urgente reconceptualización del derecho de asilo desde presupuestos feministas, es decir, no discriminatorios. Su revisión nos sitúa ante la necesidad de repensarnos todos, en último término, como sujetos fronterizos, potencialmente vulnerables a la vez que agentes de una transgresión emancipadora.

Autora del artículo: Luz Gómez

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