Tengo 66 años. Vivo en la zona rural del estado de Nueva York. Tengo dos hijas. Estoy muy
involucrada en el movimiento ecologista y mis preocupaciones son el medio ambiente y la
posibilidad de que todo el mundo viva una vida digna y buena. Creo en lo sagrado de la vida, en la
gratitud y la reciprocidad alegre
Robin Wall Kimmerer, botánica y docente universitaria en Nueva York
Dice que fresas, calabazas, salamandras, algas, hierba dulce… nos ofrecen regalos y lecciones,
incluso si hemos olvidado cómo escuchar sus voces. Es fundadora y directora de diversos centros
cuya misión es crear programas que combinen el conocimiento indígena y el científico para los
objetivos compartidos de sostenibilidad. Rescata el conocimiento ecológico indígena tradicional
para la ciencia. Es un pozo de sabiduría y acaba de publicar un libro bellísimo: Una trenza de
hierba sagrada. Saber indígena, conocimiento científico y las enseñanzas de las plantas (Capitán
Swing). “Tenemos que aprender de las plantas y deberíamos dejarles hacer su trabajo, nos dan
oxígeno, nos proporcionan alimentos, medicinas. Hay que escucharlas. ¿Cómo? Con tu corazón.
Empiezo mi día saliendo al campo y ofreciéndole a la tierra el primer café, es mi manera de
agradecerle. Me lo enseñó mi padre.
¿Qué más le ha conformado?
Mi abuelo era potawatomi, vivía en los grandes lagos. Los colonos codiciaban esas tierras y los
desplazaron, lo llamaron El camino de la muerte . Lo hicieron tres veces, cada vez a un espacio
más pequeño. A los niños, como mi abuelo, los separaron de sus padres y los llevaron a un
internado para que olvidaran sus orígenes.
Pero no olvidaron.
El abuelo me contó la profecía de los siete fuegos que decía que los potawatomi serían separados
de lo esencial: la tierra, la lengua, la espiritualidad; y que la propia tierra sufriría. Pero que en el
séptimo fuego -la séptima generación-, se recogería todo lo perdido. Y esa es mi labor.
Una cosmovisión muy distinta a la occidental en la que se ha criado.
En la cosmovisión indígena el ser humano es uno más, en la occidental se considera el ser
superior y eso le lleva a explotar la tierra porque cree que le pertenece. Lo que ustedes ven como
recursos nosotros lo vemos como parientes.
Biológicamente somos parientes.
Compartimos el 65% de nuestros genes con los árboles, pero la genética es solo una parte de
nuestra relación. Cada vez que respiramos tomamos oxígeno que ha creado un árbol, es también
una relación ecológica, hay un vínculo.
Esa diferencia de cosmovisión arranca con nuestras creencias sobre la creación.
Sí, misma especie y misma tierra, pero historias diferentes. Para los potawatomi la vida en la tierra
está modelada por Mujer Celeste, que creó un jardín para el bienestar de todas las criaturas. En
Occidente también había una mujer y un jardín, pero fue expulsada a vagar por la tierra árida.
Para sobrevivir debía someter el mundo al que la habían arrojado.
Y así nos comportamos.
Este exilio marca una relación abusiva y jerárquica en la que el humano está en la cima y las
especies vegetales en la base. Sin embargo para los indígenas el ser humano es el hermano
pequeño de la creación y, por tanto, el que más debe aprender del resto de las especies.
¿Cómo encajó en la carrera de botánica?
El profesor me preguntó por qué quería ser botánica y le respondí entusiasmada que quería
entender cómo era posible que el mundo fuera tan bello. Me dijo que eso no era ciencia, que me
fuera a la facultad de Arte. Me descorazonó.
¿Qué le han enseñado las plantas?
Todo. La resiliencia, la capacidad de volver a crecer, a florecer incluso después de haber sido
cortadas. La capacidad de revivir y renovarse. Y la generosidad, un amor incondicional que nos
regalan con alimentos, medicina y belleza.
¿Qué tiene que ver la simbiosis de un liquen con los seres humanos?
Un liquen no es un ser sino dos muy diferentes que parecen uno. El alga es el productor de
alimento, el hongo el que consigue los minerales y los nutrientes, y no podrían vivir separados. Es
lo más alejado que existe de la competitividad.
¿Y cuál es el paralelismo con los humanos?
La simbiosis del liquen nos ofrece un modelo para honrar la diferencia. La sociedad teme al
diferente, cuando en realidad los diferentes son distintas maneras de aportar a un todo.
¿Qué tenemos que aprender de la gente de su pueblo y su relación con la naturaleza?
Recordar que nuestra vida depende completamente del resto de seres vivos. Nuestra misión no es
la de controlar la naturaleza sino la de cuidarla con una responsabilidad alegre.
La economía capitalista se zampó a la economía indígena.
Es una locura considerar que un bosque solo tiene valor cuando se le tala, su economía se basa
en tomar y en el crecimiento infinito. Para los indígenas el valor de un bosque es intrínseco y lo
que prima es la suficiencia, no necesitar más.
Su manera de entender el mundo es más necesaria que nunca.
No se puede tomar sin dar, eso es reciprocidad.
Hoy la botánica más avanzada y el conocimiento indígena coinciden.
La neurobiología de las plantas empieza a aceptar que las plantas pueden comunicarse, escuchar,
responder y recordar, algo que las tradiciones indígenas siempre habían mantenido.
También tienen ustedes mucho que aportar a la agricultura occidental.
En Occidente se cultiva de manera uniforme, nosotros poliforme. Las tres hermanas: la judía, el
maíz y la calabaza se plantan juntas porque no compiten, cooperan. La judía se enreda en el tallo
crecido del maíz, mientras que la calabaza se extiende manteniendo la humedad, así se convierte
en un sistema autosuficiente. La agricultura indígena se basa en la biodiversidad.
¿Qué es la cosecha honorable?
Tenemos diez mandamientos de nuestra relación con la tierra. Si vas a por un pez o un fruto
silvestre nunca coges el primero que ves porque igual es el último que queda, nunca te llevas más
de la mitad ni más de lo que necesitas, y siempre dejas algo a cambio.
¿Y qué puedes dejar?
En el caso del pez el cuidado del río. Nada se puede malgastar y todo se debe compartir. Los
dones del mundo están para sostenerlos. Es un ciclo recíproco.