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El Pulitzer contra ‘El Padrino’ Trump

Por Crónica - El Mundo  ·  17.01.2017

CRÓNICA Una investigación del periodista David Cay Johnston, premio Pulitzer, ha durado 28 años

David Cay Johnston ganó el Pulitzer por una investigación sobre vacíos legales en el sistema fiscal de EEUU
Ahora arma, en un libro, una dura acusación: Donald Trump es quien es hoy por sus conexiones “con el crimen organizado”

A Donald Trump le amenazaron con cortarle los testículos por perseguir a la mujer equivocada. Se encaprichó de la hija de un reputado mafioso de Nueva Jersey que poco después le hizo recapacitar, un hombre con conexiones con el clan de los Gambino de Nueva York. Ella, una mujer de unos 30 años, Edith Libutti, era la hija de Robert Libutti, un traficante de caballos, con el suficiente atractivo como para hacer perder la cabeza al magnate de la construcción y ahora candidato a la Presidencia por el Partido Republicano.

Cuando Libutti se enteró de que Trump, un tipo aún casado con su primera mujer, Ivana Trump, estaba tratando de llevarse a su hija a la cama, tiró de repertorio clásico para hacerle entender que el asunto no era de su agrado. “Donald, te arrancaré las putas bolas de tus piernas”, le dijo Libutti. El arrogante empresario neoyorquino optó por dar marcha atrás, pese a que había invertido mucho en la causa. A su capricho de entonces -Trump tenía unos 40 años- le regaló un Mercedes Benz descapotable por su cumpleaños.

Pese a las desavenencias por ese asunto de faldas, Libutti y Trump mantuvieron su relación durante años. El gángster de Nueva Jersey era uno de los jugadores más poderosos en la escena de los casinos de Atlantic City, donde Trump ya había plantado sus tentáculos. Le gustaba gastar millones y el republicano se lo agradecía con regalos excesivos: Ferraris y Rolls Royce, además de viajes ocasionales en sus helicópteros.

A Trump nunca le importó moverse con la mafia. De hecho, hizo negocios con ex convictos, traficantes de drogas, ladrones, timadores y personajes que hoy están muertos o en la cárcel. La acusación viene de un libro, The Making of Donald Trump, un extenso relato que prueba esas conexiones del aspirante a la Casa Blanca con el crimen organizado durante años, además de estafas inmobiliarias y cuantiosos delitos fiscales.

Quien lo cuenta no es cualquier aficionado. Detrás de las acusaciones hay un premio Pulitzer y ex redactor de The New York Times, David Cay Johnston. El premio se lo dieron por un trabajo de investigación en el año 2001 sobre vacíos legales en el sistema fiscal estadounidense, lo que derivó en reformas. Johnston puso de manifiesto cómo grandes compañías como Colgate, Compaq o UPS se habían aprovechado de esos agujeros para cometer fraude fiscal.

Tras la investigación del periodista nacido en San Francisco en 1948, se descubrió que Merrill Lynch había ayudado a Honeywell a ahorrarse 180 millones de dólares. Sobre ese tema, impuestos, escribió durante años para el Times. También ha sido colaborador de Reuters, Al Jazeera y The Daily Beast, donde escribe hoy.

Johnston lleva 28 años tras los pasos de Donald Trump. Por eso asegura que lo de Libutti es tan sólo la punta del iceberg de su larga relación con el mundo del hampa. De su libro se desprende que el constructor de rascacielos era uno de los nuestros, como quien dice, acostumbrado a moverse con quien más le conviniera para sacar adelante sus chanchullos inmobiliarios.

Cuenta Johnston en su libro que Trump compró grandes cantidades de cemento a un precio muy elevado a una compañía controlada por Anthony El Gordo Salerno, uno de los jefes de la familia Genovese (una de las cinco de la Cosa Nostra en Nueva York), y por Paul Castellano, peso pesado de los Gambino.

Ese cemento se usó para la famosa Torre Trump de la Quinta Avenida de Manhattan a cambio de concesiones de los sindicatos. Corrupción a gran escala. Son vínculos con la mafia neoyorquina que el empresario logró a través de otro personaje de dudosa reputación, Roy Cohn, el abogado que trabajó para Joe McCarthy durante la caza de brujas.

A Cohn lo conoció en Le Club, el local al que Trump acudía en busca de posición social y de las mujeres más guapas de Nueva York, siendo aún un don nadie que vivía en un diminuto apartamento en el East Side con vistas a un depósito de agua. Trump detestaba ser un producto de Queens y quería salir de los barrios de clase trabajadora a toda costa, así que se hizo asiduo de Le Club y entabló amistad con Cohn. Así fue como Queens quedó en el olvido.

“Su profunda relación conectó a Trump con compañías de construcción propiedad de los gángsters en un momento en el que otros constructores le andaban suplicando al FBI para que acabara con las mafias”, escribe Johnston. Pero al candidato republicano le empezó a ir muy bien porque “entre los clientes de Cohn estaban dos de las más importantes figuras de la mafiaque controlaban sindicatos claves vinculados a demoliciones y construcciones en Nueva York”.

Pese a la gravedad de las acusaciones, Trump siempre ha negado cualquier vínculo con todos esos nombres. De Libutti, que acabó expulsado de los casinos tras probarse su relación con John Gotti, el capo de los Gambino, llegó a decir: “He oído que es un gran apostador, pero si me lo pusieran aquí delante, no sabría qué aspecto tiene”. “Es un mentiroso”, contraatacó la hija de Libutti recientemente. “Me gusta Trump, pero me molesta que niegue que conoció a mi padre. Eso me duele”.

Encaja con la interpretación de Johnston, que afirma que Trump “tiene una relación con la verdad que en realidad es mínima”. Un hombre que, pese a lo bien que se ha sabido vender y de las muchas etiquetas que se ha puesto durante la campaña, es un maestro en sólo dos cosas: “En crear esta imagen de Midas moderno y en extraer dinero de las compañías, no en crear una empresa ni en generar riqueza”.

“Mi libro”, explica Johnston a Crónica, “da cuenta de las operaciones con un asesor que tenía una oficina en la suite de la organización de Trump, que viajó por todas partes con Trump y que está acusado de un fraude fiscal de 250 millones de dólares”. Ese asesor, Felix Sater, un emigrante ruso con pasado criminal, “resultó ser un convicto que también manejó una estafa con acciones por valor de 40 millones de dólares con ayuda de cuatro familias mafiosas de Nueva York: los Genovese, los Gambino, los Bonano y los Colombo, y que veía a Trump constantemente”.

Johnston da cuenta de una demanda en la que aparecen cuatro desarrollos inmobiliarios de Trump en el centro de una gran trama de evasión fiscal. Aunque el republicano no está acusado personalmente, figura como “testigo material” de un fraude de 250 millones de dólares, incluyendo 100 millones en beneficios y otros 65 procedentes de un rascacielos en Manhattan a su nombre.

En esa trama está muy presente el asesor Sater, otro mafioso muy violento que Trump ha negado conocer alegando mala memoria. “Tengo fotos y vídeos que prueban lo contrario. Estuvo con él en Colorado, Arizona y Nueva York”, dice Johnston.

Sater pasó tiempo en prisión por un espeluznante ataque a un hombre en un bar de Nueva York al que le cortó el cuello y la cara con una botella que reventó contra la barra. Le tuvieron que dar 110 puntos de sutura. Aun así, fue uno de los hombres de confianza de Trump.

El magnate también estuvo en una reunión en casa de Cohn con Salerno presente, una asociación que le podría haber costado la licencia para operar casinos. Trump lo niega.

La conclusión del Pulitzer es que con el aspirante republicano casi todo es mentira. “Sencillamente se inventa cosas, crea su propia realidad, incluso historias falsas sobre mujeres preciosas que dice que fueron sus amantes”. Lo explica en el capítulo Amantes imaginarias, donde figuran nombres sorprendentes: Madonna, Kim Basinger y Carla Bruni, la ex primera dama francesa. “Ha dicho muchas veces también que tiene una relación con Putin, pese a que su campaña admitió recientemente por escrito que nunca se han conocido”.

En ese mundo fantástico entra también su fortuna. Johnston relata que en 1990 destapó una historia que probaba que Trump no era tan rico como decía. “Conseguí hacerme con un documento sobre su fortuna personal”, dice a Crónica. “Meses más tarde, documentos oficiales procedentes del Gobierno confirmaron lo que había publicado, mostrando que su fortuna personal era de menos de 295 millones de dólares”, muy lejos de los miles de millones de los que ha presumido. “Creo que he logrado construir lo que estoy bastante seguro que debe ser una de las mayores colecciones de documentos sobre Trump, cientos de miles de páginas de récords judiciales, informes gubernamentales, libros y un largo etcétera”.

Lo que no tiene -y muchos quisieran tener- es la más reciente declaración de impuestos del empresario republicano, el primer candidato hasta la fecha que se ha negado a presentarla pese a las muchas presiones externas. Trump se ha defendido explicando que está siendo auditado por el fisco americano y que eso le impide hacerla pública, un argumento que provocó que Warren Buffett, el inversor multimillonario, le retara hace unos días a presentarla en cualquier parte del país que elija. “Yo también estoy bajo una auditoría”, dijo durante un acto de campaña de Hillary Clinton en Omaha, Nebraska, lo que no le impide ponerla sobre la mesa.

El dueño de una parte importante de Coca-Cola cree que el neoyorquino tiene miedo porque oculta algo. Johnston piensa lo mismo. “No hay motivo para que no lo haga. Nos podría decir mucho si tuviéramos acceso a ese documento fiscal. Trump tiene un largo historial a la hora de usar dos estándares en lo que a números se refiere. Dice que su campo de golf en Los Ángeles vale 250 millones de dólares y luego le cuenta a las autoridades fiscales que en realidad vale 10 millones”. Y así una larga cadena de ejemplos. “Hay tremendas evidencias sobre lasirregularidades fiscales de Donald Trump”, asegura el periodista de forma enfática. “Si viéramos su declaración de impuestos, podríamos aprender mucho sobre todo el dinero que ha salido de Kazajistán y otras antiguas partes del imperio soviético donde hacía negocios”.

Johnston explica además que, pese a haber mantenido un altísimo nivel de vida, Trump no pagó impuestos en 1978, 1979, 1992 y 1994. Tampoco lo hizo en 1984, “de lejos el año más lucrativo de su carrera, de acuerdo a procedimientos fiscales estatales y locales”.

Con todo ese panorama, al autor no se le ocurre un motivo por el que sus lectores podrían querer votar por semejante persona. “Si leen mi libro y todavía quieren votar por Trump, que lo hagan, aunque no puedo imaginarme por qué”, dice con cierto sarcasmo. “Usando las propias palabras de Trump, demuestro que en su vida ha elegido a criminales como socios; que ha sido un incompetente manejando sus casinos; que ha engañado a trabajadores, proveedores e inversores; que puso en riesgo la vida de un niño enfermo, que buscó el perdón para un importante traficante de coca; y que convence a los cristianos de que le voten porque nadie lee la Biblia tanto como él, aunque se equivoque al citarla”.

Es la batalla de un Pulitzer contra un candidato con más que aparentes vínculos con la mafia. “Todo puede ser verificado por las fuentes de mi libro”. Hechos contra el discurso egocéntrico, racista y cargado de odio de un magnate de pasado dudoso que quiere llegar a presidente.

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