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“El pueblo de París queda convocado a las elecciones comunales”

Por El País  ·  18.03.2021

El periodista francés Prosper-Olivier Lissagaray es fundamentalmente recordado por su obra
‘Historia de la Comuna de París de 1871, en la que cuenta con todo detalle el desarrollo y final de
la revuelta que estalló en París el 18 de marzo de ese año, de la que este jueves se cumplen 150
años. Fue reprimida solo dos meses después, el 28 de mayo, pero se convirtió en un hito de la
historia de la izquierda europea. Capitán Swing recupera ahora esta crónica, en traducción de
Blanca Gago . El libro se publicó originalmente en Bruselas en 1876 y, como explica el escritor y
editor francés Éric Hazan en el prólogo, Lissagaray, que había participado en el movimiento
revolucionario, lo escribió para “combatir las calumnias y mentiras que la burguesía victoriosa
arrojó cual cubo de agua sobre los comuneros derrotados”. Lissagaray había fundado en 1868 el
periódico ‘ L’Avenir’ y más tarde se hizo editorialista en ‘La Réforme’ y ‘La Marseillaise’, cabeceras
que congregaban a la izquierda revolucionaria. Cuando la Comuna fracasó, Lissagaray consiguió
escapar a Londres, destino también de muchos otros franceses temerosos de las represalias. El
prólogo menciona que Londres se llenó de artesanos, obreros, modistas y floristas y profesionales
liberales provenientes de Francia, lo que sin duda contribuyó, de manera inopinada, a la influencia
francesa en la sociedad británica. En 1886 se publicó en Londres la versión inglesa, traducida por
Eleanor Marx , hija de Karl, con la que Lissagaray mantuvo un contrariado romance. La edición de
Capitán Swing incluye el prólogo de Eleanor, que insiste en la imparcialidad del autor y define la
Comuna como “el primer intento del proletariado de gobernarse a sí mismo”. El día que lo
enterraron, en enero de 1901, el féretro de Prosper-Olivier fue acompañado por 2.000 hasta el
cementerio parisiense de Père Lachaise. ‘Babelia’ adelanta algunas de las páginas del este
volumen, que ha llegado esta semana a las librerías españolas. Prefacio de la primera edición La
historia de la clase obrera desde 1789 habría de ser el prólogo de esta historia. Pero el tiempo
apremia, las víctimas se arrastran hacia sus tumbas y la perfidia de los liberales amenaza con
superar las gastadas calumnias de los monárquicos. Por ello me limitaré, de momento, a esbozar
unas breves frases estrictamente necesarias a modo de introducción. ¿Quién hizo la revolución
del 18 de marzo? ¿Qué papel desempeñó el Comité Central en la misma? ¿Qué era la Comuna?
¿Cómo es que cien mil franceses faltan en su país? ¿Quién es el responsable? Legiones de
testigos responderán a estas preguntas. ‘La revolución interminable de la comuna de París’, por
Guillermo Altares No hay duda de que habla un exiliado, pero un exiliado que no fue ni miembro, ni
oficial, ni funcionario de la Comuna, que se ha pasado cinco años tamizando la evidencia, que no
ha osado expresar evidencia alguna sin la más absoluta certeza, que contempla el acecho del
vencedor a la mínima exactitud para negar el resto, que no sabe proferir mejor lamento para los
vencidos que el relato sincero de su historia. Una historia que, por otra parte, se debe a sus hijos,
a todos los trabajadores de la tierra. El niño tiene derecho a conocer el porqué de las derrotas
paternas; el partido socialista, las campañas hechas bajo su estandarte en todos los países. Aquel
que cuenta al pueblo falsos mitos revolucionarios, aquel que se divierte con historias
sensacionalistas, es tan criminal como el geógrafo que osara elaborar falsos mapas para los
navegantes. Londres, noviembre de 1876. “Nuestros corazones rotos apelan a los vuestros” Los
alcaldes y adjuntos de París y los diputados del Sena a la Guardia Nacional y a todos los
ciudadanos. El Comité Central convoca elecciones. Los alcaldes de París y los diputados del Sena
se alzan contra él. París solo se enteró de su victoria el 19 por la mañana. ¡ Qué cambio de
decorado tras las innumerables escenas que se habían sucedido en los últimos siete meses ! La
bandera roja ondea en el Hôtel de Ville y, con las brumas de la mañana, se han evaporado el
ejército, el Gobierno y la administración. De las profundidades del faubourg Saint-Antoine y la
oscura rue Basfroi, el Comité Central se eleva a la cima de París ante el resplandor del mundo. Así
se desvaneció el Imperio el 4 de septiembre y los diputados de la izquierda pudieron recoger el
testigo del poder abandonado. El honor y la salvación del Comité se asentaban sobre un único
propósito: devolver el poder a París. Si hubiera sido una institución sectaria y prolífica en decretos,
el movimiento habría terminado como el del 31 de octubre. Por fortuna, este estaba compuesto por
recién llegados sin pasado ni pretensiones políticas, indiferentes a los sistemas y preocupados,
sobre todo, por salvar la República. En esas vertiginosas alturas, lo único que los sostenía era una
idea lógica y parisina por excelencia: asegurar la municipalidad de París. Ese había sido el asunto
preferido de la izquierda bajo el Imperio, y por ahí Jules Ferry o Picard se habían ganado a la
burguesía parisina, muy humillada por la minoría en la que había permanecido durante ochenta
años y escandalizada por los chanchullos de Haussmann. Para el pueblo, el Consejo Municipal
era la Comuna, madre de los oprimidos y garantía contra la miseria. A las ocho y media, el Comité
Central está reunido. Preside la sesión Édouard Moreau, un total desconocido, un pequeño
comisionista que a menudo expuso con gran elocuencia el pensamiento del Comité. «Yo no
estaba de acuerdo con la idea de instalarnos en el Hôtel de Ville -dice Moreau-, pero ya que
estamos aquí, es necesario regularizar la situación cuanto antes y ofrecerle a París lo que quiere:
convocar elecciones en un breve plazo, abastecer los servicios públicos y preservar a la ciudad de
cualquier sorpresa». Otros dicen: «Hay que ir a Versalles, dispersar la Asamblea y llamar a
Francia entera para que se pronuncie». A lo que el autor de la propuesta de Vauxhall responde:
«Nuestro mandato se limita a asegurar los derechos de París. Si la provincia piensa como
nosotros, que nos imite». Algunos quieren liquidar la revolución antes de recurrir a los electores,
otros se oponen a una fórmula tan vaga. El Comité decide proceder a las elecciones cuanto antes
y encarga a Moreau que redacte una convocatoria. Mientras se está firmando, llega Duval:
-Ciudadanos, acaban de decirnos que la mayoría de los miembros del Gobierno aún están en
París; la resistencia se está organizando en el primer y segundo arrondissements y los soldados
marchan camino de Versalles. Hay que tomar medidas rápidamente, nombrar ministros, dispersar
a los batallones hostiles y evitar que salga el enemigo. En efecto, Jules Favre y Picard ya habían
abandonado París, mientras que Jules Simon, Jules Ferry, Dufaure, Leflô y Pothuau habían huido
la noche anterior. Los ministerios se trasladaban sin disimulo y largas filas de militares se
deslizaban por las puertas de la orilla izquierda del Sena. El Comité seguía firmando documentos,
y descuidó la clásica precaución de cerrar las puertas para atenerse a las elecciones. No vio la
muerte rondar entre París y Versalles; pocos la vieron, de hecho. El Comité seguía firmando
documentos, y descuidó la clásica precaución de cerrar las puertas para atenerse a las elecciones.
No vio la muerte rondar entre París y Versalles. El Comité se distribuyó las tareas y envió a sus
delegados a apoderarse de los ministerios y servicios, algunos de los cuales fueron elegidos pese
a no formar parte del Comité porque eran reputados hombres de acción o revolucionarios. Así,
Varlin y Jourde fueron a Finanzas, Eudes a Guerra, Duval y Raoul Rigault a la Prefectura de
Policía, Bergeret a Interior, Édouard Moreau se encargó del Officiel y de la Imprenta Nacional y
Assi obtuvo el gobierno del Hôtel de Ville . Cuando alguien del Comité mencionó una subida
salarial, sus colegas protestaron. -En una situación sin control ni freno resulta inmoral asignarse
más dinero -dijo Moreau-. Hasta ahora hemos vivido con nuestros treinta sueldos, y eso nos
bastará. Se designó la permanencia de los miembros en el Hôtel de Ville y el Comité convocó una
reunión a la una. Fuera se oía el clamor de la multitud, rebosante de alegría. Un sol primaveral
bañaba las risas de los parisinos. Era el primer día de esperanza después de ocho meses
sombríos. Los curiosos pululaban ante las barricadas del Hôtel de Ville , en Montmartre y por
todas las calles. Entonces, ¿quién hablaba de guerra civil? Solo el Officiel , que relataba los
acontecimientos a su manera: «El Gobierno ya ha agotado todas las vías de conciliación», y hacía
un desesperado llamamiento a la Guardia Nacional: «Un comité que se hace llamar Comité
Central ha asesinado a sangre fría a los generales Clément Thomas y Lecomte. ¿Quiénes son sus
miembros? ¿Son comunistas, bonapartistas o prusianos? ¿Tendrán la decencia de asumir la
responsabilidad de sus asesinatos?». Las lamentaciones de los fugitivos solo conmovieron a unas
pocas compañías del centro. Sin embargo, los jóvenes burgueses de la Escuela Politécnica -grave
síntoma de lo que sucedería después- acudieron a apoyar a la mairie del segundo arrondissement
y muchos estudiantes, hasta entonces vanguardia de la revolución, se pronunciaron en contra del
Comité. Pero esta revolución está compuesta por proletarios. ¿Quiénes son? ¿Y qué quieren? A
las dos se cuelgan los pasquines del Comité, recién salidos de la Imprenta Nacional:
«Ciudadanos, el pueblo de París, tranquilo e impasible ante su propia fuerza, ha esperado sin
temor ni provocación a esos locos desvergonzados que querían mancillar la República […]. Que
París y Francia sienten juntos las bases de una República aclamada con todas sus
consecuencias, y solo de ahí podrá salir el Gobierno que ponga fin a esta era de invasiones y
guerras civiles. El pueblo de París queda convocado a las elecciones comunales». Y a la Guardia
Nacional: «Nos habéis encargado la organización de la defensa de París y de vuestros derechos.
En este momento expira nuestro mandato, que os entregamos […]. Preparad, pues, vuestras
elecciones comunales […] y, mientras tanto, conservaremos el Hôtel de Ville en nombre del
pueblo». Firmaban veinte nombres, que, salvo tres o cuatro -Assi, Varlin, Lullier-, solo eran
conocidos por haber aparecido en los carteles de los últimos días. Desde la mañana del 10 de
agosto de 1792, París no había vuelto a ver tal advenimiento de hombres desconocidos. Aun así,
los carteles se respetan y los batallones circulan en libertad, ocupando los puestos sin resistencia
alguna: los ministerios de Finanzas e Interior a la una y los de la Marina, Telégrafos y Guerra,
junto con la Prefectura de Policía y el Officiel, a las dos. Eso significa que el cartel estaba en lo
cierto. ¿Qué decir contra un poder que, apenas nacido, ya habla de abdicar? A su alrededor van
surgiendo montones de bayonetas. Veinte mil hombres armados se amontonan en la plaza del
Hôtel de Ville con el pan en la punta del fusil. Cincuenta bocas de fuego, cañones y metralletas, se
alinean en la fachada y hacen las veces de friso de la casa comunal. Los pasillos y las escaleras
se llenan de guardias, que comen allí mismo. La gran sala del trono bulle de oficiales, guardias y
civiles. En la sala de la izquierda, donde se encuentra el Estado Mayor, cesa el murmullo. La
habitación que da al Sena es la antecámara del Comité. Cincuenta hombres escriben sobre una
larga mesa donde reina el silencio y la disciplina. De vez en cuando, dos centinelas apostados en
la puerta dejan paso a un miembro del Comité, que trae una orden o una convocatoria. La sesión
se ha reanudado. Babick pide que el Comité proteste por las ejecuciones de Clément Thomas y
Lecomte, con las cuales no tiene relación alguna. -Es importante que el Comité se desentienda de
cualquier responsabilidad -dice. -Tenga cuidado de no desmentir al pueblo si no quiere que este lo
desmienta a usted -le responden. -El Journal Officiel declara que las ejecuciones se hicieron en
nuestra presencia -dice Rousseau-. Debemos detener esas calumnias. El pueblo y la burguesía
van de la mano en esta revolución, y la unión debe persistir. Es necesario que todo el mundo
participe en el escrutinio. -Pues venga, abandonemos al pueblo para conservar a la burguesía; el
pueblo se retirará, y ya veremos si con la burguesía se hace la revolución. Historia de la Comuna
de París de 1871 Autor: Prosper-Olivier Lissagaray. Traductora: Blanca Gago. Editorial: Capitán
Swing, 2021. Formato: Rústica con solapas. 656 páginas, 25 euros. B

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