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El poder político de la ira de las mujeres

Por El País  ·  22.02.2019

En el contexto privado y en el público las mujeres han sido plenamente conscientes del peaje que acarrea mostrarse airadas. A la pregunta “¿estás enfadada?”, la respuesta habitual “no”, o “¿yo?, no”. Pero este arquetípico intercambio ha empezado a hacer aguas en los últimos años. Sin esperar a ser preguntadas, sin tratar de disimular su cólera para ganar tiempo y lograr calmarse, muchas mujeres expresan hoy abiertamente su enfado en distintos ámbitos. Lo personal vuelve a ser político, como proclamaba el lema feminista, y además furiosamente. La broma irónica para calmar los ánimos o las lágrimas como forma líquida y poco amenazante para expresar frustración y enfado han dejado paso a un grito alto y poco apaciguador.

A un hombre no se le juzga de la misma manera por estar furioso; ella, si pierde los estribos, será tildada de histérica o amargada

En sintonía con esta era de emociones en política, la ira que ellas sienten (¿explosiva?, ¿liberadora?, ¿irreverente?, ¿ciega?) ocupa calles, redes sociales, tribunas y cuartos de estar, también salas de exposiciones, pantallas cinematográficas, escenarios teatrales y, de forma apabullante, las mesas de novedades en las librerías. “No hay una sola mujer que no comprenda que su enojo es abiertamente denigrado. No necesitamos libros, estudios, teorías o especialistas que nos lo cuenten”, escribe, a pesar de ello, Soraya Chemaly en su oportuno y esclarecedor ensayo Rage Becomes Her (ira en femenino). “Las mujeres experimentan la discriminación de formas distintas, pero comparten la experiencia de que al mostrar su enfado se les diga que están locas, son irracionales o están poseídas”.

Cierto que más allá del género, la ira genera rechazo, no resulta atractiva ni agradable; es uno de los siete pecados capitales, descendiente directa de las furias diosas de la venganza. Mitologías y tradiciones aparte, una cuestión central en torno a la cólera radica en la forma en que es entendida y etiquetada en función de quién la exprese. Valentía, capacidad de liderazgo, decisión o simplemente fuerza y convicción, son algunas de las connotaciones que pueden ir asociadas a la ira masculina y que distan mucho del pegajoso estereotipo que atrapa al enojo de una mujer. A un hombre no se le juzga de la misma manera por estar furioso; ella, si pierde los estribos, será tildada de histérica o amargada. Por eso, apunta Chemaly, a las mujeres por lo general “no nos enseñan a reconocer o manejar nuestra cólera tanto como a temerla, ignorarla, esconderla o transformarla”. El contexto cultural influye: hay lugares y culturas más relajados frente a los exabruptos tanto femeninos como masculinos, y otros en los que el autocontrol se valora por encima de todo. La tolerancia acústica de las sociedades varía: el mismo grito, capaz de hacer estallar una cristalería pongamos en Copenague, no incordia ni a una mosca en Nápoles. Y sin embargo, la ira femenina que hoy se agita clama desde muchas latitudes contra la desigualdad, el abuso, y la discriminación sistémica, con reivindicaciones concretas en cada lugar. Se calienta con la etiqueta estadounidense Metoo, el grito “Hermana, yo sí te creo” ante la sentencia de la Manada en España, o el lema argentino #NiunaMenos. Ya no vale decir que las mujeres que protestan no saben de Derecho, o no entienden un coqueteo en la oficina.

“La primera marcha fue después de que apareciera el cuerpo de una joven que llevaba un tiempo desaparecida. No era la primera, se sumaba al de tantas otras, pero se produjo la eclosión. Explotamos y no había más posibilidad de no salir, ganar la calle y hacernos escuchar”, recuerda al teléfono la escritora Claudia Piñeiro, una de las voces más preclaras y valientes del movimiento en Argentina cuyos discursos ante congresistas y senadores a favor de la legalización del aborto, finalmente tumbada en la votación, marcaron un hito. De paso por España para presentar su novela Ella lo sabe (Alfaguara) Piñeiro defiende la movilización y visibilización que ha generado la ira, logrando implicar políticamente a los jóvenes. “Si los hombres quedaran embarazados el aborto en la Argentina estaría legalizado, y no tengo duda de muchas cosas parecidas. ¿Cómo no tener ira? Te hacen algo tremendo y luego te dicen ‘pero no te enojes, decilo bien’. ¿Y por qué? Cuando además de enojarme tengo que controlarme, me pides una exageración, no tengo por qué estar tranquila”, explica Piñeiro. “Estamos llenos en la Argentina de políticos y políticas que con un tono muy suave te hablan de cómo las mujeres no deben interrumpir su embarazo, aunque los abortos se practiquen ilegalmente con agujas de tejer. Ese tono lastima más que si fuera iracundo”.

EE UU, epicentro del MeToo, y escenario de la derrota de Hillary Clinton en las elecciones presidenciales de 2016 frente a Donald Trump, el magnate que presumía de agarrar los genitales de mujeres, es el foco de Rebecca Traister. Cronista especializada en cuestiones feministas para la revista New York, su libro Buenas y enfadadas, el poder revolucionario de la ira de las mujeres(Capitán Swing) elabora un pormenorizado relato del despertar y apogeo de la cólera femenina y entona una apasionada defensa del capital político que encierra. “La ira es un catalizador para clamar contra la injusticia y la desigualdad, y esto es algo histórico en lo que coinciden todos los movimientos sociales”, explica al teléfono. “Luego se transmite una versión distorsionada de la historia en la que la ira que impulsó el cambio queda tapada, como en el caso de Martin Luther King. Tampoco se enseña que muchas mujeres desobedientes, insistentes y furiosas han moldeado nuestras sociedades”.

Lo cierto es que si hubiera que señalar a alguien que ha logrado colocar el enfado en la pista central de la política, ese parece haber sido Trump. La furiosa respuesta de las mujeres en EE UU parece haber seguido el tono que él y sus bases marcaron, más que abrir un camino nuevo. Así lo señala la ensayista y crítica cultural, Laura Kipnis, por correo electrónico: “La campaña y las elecciones cambiaron el clima y después vinieron las impactantes revelaciones del MeToo que han provocado ira en muchas mujeres, sobre el ruin comportamiento sexual masculino y sus prerrogativas. Lo que es una novedad es que las instituciones sociales en EE UU han empezado a usar nuevos códigos de conducta que hacen que los hombres sean responsables de cosas que hasta ahora eran tácita o explícitamente permitidas”.

Traister rechaza que se trate de una caza de brujas —“los delitos no son inventados”—, ni “estar glorificando el odio”. En Buenas y enfadadas repasa el legado del feminismo de la Segunda Ola de los años setenta, y no obvia los peligros que entraña la ira. “Puede fragmentar y destruir, pero también inflama, sirve de motor y hace visible y audible lo que está infra reconocido”, sostiene. ¿Y las divisiones que se han generado entre distintos sectores con discusiones sobre la raza, o el apoyo que muchas han dado al sistema contra el que cargan? “Es algo valioso también porque han aflorado conversaciones complicadas y necesarias”.

La furiosa respuesta de las mujeres en EE UU parece haber seguido el tono que Trump y sus bases marcaron, más que abrir un camino nuevo

Martha Nussbaum, la filósofa estadounidense premio Príncipe de Asturias, ha estudiado el papel de los sentimientos en la política en La ira y el perdón (Fondo de cultura económica) y más recientemente de The Monarchy of Fear (la monarquía del miedo). Citando a Aristóteles ella señala que en la cólera se encuentra una necesidad de devolver el golpe. Pero la idea de la retribución, advierte, no tiene sentido: enfocarse en la ofensa original y buscar recompensa, imaginar que el sufrimiento futuro de quien ha cometido la ofensa mejorará las cosas, no funciona.

Hay otro camino que Nussbaum señala como el único válido. “Es el tipo de cólera que llamo transicional, que no busca retribución, su contenido puede resumirse en ‘esto es un escándalo y no debe suceder de nuevo’. Evidentemente, una persona que siente ese tipo de ira que está enfocada en el futuro puede buscar un castigo legal o social, porque el castigo es un elemento disuasorio”, aclara por correo electrónico. ¿Es esta la cólera que expresan hoy las mujeres en EE UU? “Sí, quieren exponer ofensas para que no vuelvan a pasar, para que toda la sociedad despierte”, apunta. “Pero a menudo se necesita una amenaza legal. El acoso sexual en el trabajo y en las universidades se ha frenado con condenas que la gente sabe que puede sufrir. No es algo nuevo, lleva en marcha 40 años en la legislación estadounidense, con valiosas sentencias. Las mujeres han trabajado en el campo legal y en la sociedad para hacer patente que el acoso sexual es una ofensa, no simple flirteo o erótica, y en casi todos los centros de trabajos hay reglas que lo persiguen. Lo que se necesita ahora es que la aplicación sea más uniforme, y que se extienda a campos como el cine o el deporte donde no hay un solo espacio de trabajo, y las estrellas han podido cometer abusos impunemente”. La ira ayuda a proteger la dignidad, es esencial para que quien comete la ofensa cargue con su responsabilidad y es fundamental para combatir la injusticia, ha escrito Nussbaum, pero si se lleva demasiado lejos puede envenenar el objetivo común.

Un frente de mujeres cuyos votos traten de impedir el retroceso de sus derechos y empujar en el avance de la igualdad no es algo que los partidos puedan obviar

Manuel Arias Maldonado, profesor de Ciencia Política en la Universidad de Málaga y autor del ensayo (Fe)Male Gaze. El contrato sexual en el siglo XXI(Anagrama), advierte sobre cómo la “hipersensibilización de las relaciones puede desembocar en una enemistad recelosa”. La ironía, apunta, es que no te hacen caso hasta que no elevas la voz, pero la movilización puede causar víctimas y contrarreacciones: “En España Vox puede ser el enfado de los hombres que contesta a la ira de las mujeres”. Las emociones conviene examinarlas con cuidado. “Hay que preguntarse si la ira es la mejor forma de conseguir unos objetivos y examinar si está bien fundada, porque, tanto en hombres como en mujeres, puede no estarlo. Indignarse no da la razón automáticamente, ni tampoco la quita”. La crítica Kipnis reclama, también desde EE UU, un riguroso análisis que más allá de los daños causados permita centrase en reclamar más recursos para avanzar la causa y ayudar a las mujeres.

De lo que no hay duda, a uno y otro lado del Atlántico es de que la cólera femenina es una fuerza política de primer orden, algo que habrá que tener en cuenta en la campaña electoral que se avecina en España. Un frente de mujeres cuyos votos traten de impedir el retroceso de sus derechos y empujar en el avance de la igualdad no es algo que los partidos puedan obviar.

Escribe Soraya Chemaly, la autora de Enfurecidas. Reivindicar el poder de la ira femenina (Paidós), que “es más fácil criticar a una mujer enfadada que preguntar ‘¿qué te pone furiosa? ¿qué podemos hacer?”. Quizá llegó la hora en el ámbito público y en el privado, de hablar del porqué de ese ceño fruncido y ese grito. Porque sí, ellas están enfadadas.

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