Esta Tierra de Hielo y Fuego ha jugado además un papel clave en la Historia, con protagonismo en la Revolución Francesa, la llegada a la Luna y la fundación de Israel.
¿Cómo? ¿Que esta isla en medio del Atlántico, con un decorado primigenio que se estremece a causa de las calderas geológicas, cuyos glaciares, cascadas tumultuosas, desiertos y montañas parecen sacados de las mocedades de la Tierra, ha tenido una influencia capital en la historia del mundo? Pues sí. En el descubrimiento de América, en la Revolución Francesa, en la llegada a la Luna y en el nacimiento de Israel, Islandia estuvo ahí. Nos lo cuenta un libro que acaba de salir del horno: ‘Cómo Islandia cambió el mundo’, del periodista Egill Bjarnason (Capitán Swing).
Pero es que, además, en Islandia se creó el parlamento europeo (y del mundo) más antiguo de la Historia, algo que quizás no conozcan la mayoría de los que votarán este fin de semana a sus representantes en la Eurocámara.
En las elecciones del próximo 9 de junio, la ciudadanía de los Estados miembros de la UE seleccionará a 720 diputados, quince más de los 705 pactados para las votaciones precedentes en 2019, que habrán de representar sus intereses en el proceso legislativo subsiguiente. El más comúnmente denominado Parlamento Europeo es la única institución de la UE cuyos miembros son designados por sufragio directo. Desde su creación, el 19 de marzo de 1958, acomodando su existencia a sucesivos acuerdos, ha tratado siempre de promover la democracia y los derechos humanos, no solo en el Viejo Continente, sino en el resto del mundo.
El hallazgo permite entender mejor cómo se forman los diques magmáticos subterráneos que después dan lugar a erupciones
Pero si queremos escudriñar su primigenio precedente, nuestra indagación nos va a conducir más de un milenio atrás en el tiempo a un país que en la actualidad -veleidoso es el acontecer histórico- ni siquiera pertenece a la UE: Islandia, la Tierra del Fuego y del Hielo… ¿Echamos un vistazo sobre el asunto?
Si es así, tenemos que centrar nuestro afán en Thingvellir (Campos del Parlamento, traducido al castellano), hoy un espacio con jerarquía de parque nacional islandés, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2004. Aquí se fundó, en el año 930, el parlamento democrático con existencia no continua más antiguo del mundo. En la lengua vernácula se conoce como Althing y, desde sus inicios, fue acogiendo las proclamas de libertad del pueblo, significándose hasta el presente como el lugar de mayor importancia histórica de Islandia. No se identifica, como sería preceptivo imaginar, con ninguna construcción vetusta de tipo palaciego, ni con edificio alguno, sino con la obra de la propia naturaleza, que en Thingvellir fragua un paisaje total, aún indómito, a base de fenómenos volcánicos, glaciares, fluviales, lacustres y tectónicos, todos a ojos vistas -exceptuando, claro está, a los últimos-.
Dibujo del Althing en las llanuras de Thingvellir (Campos del Parlamento)
El Althing propiamente dicho se singularizaba bajo los acantilados del cañón de Almanna, en un pétreo montículo de piel herbácea conocido como Lögberg (la Roca de la Ley). Una bandera islandesa ondea hoy en un mástil sobre su cima plana, desde la cual los portavoces de la asamblea y los distintos oradores, merced a la óptima acústica propiciada por los rocosos cantiles, podían hacerse oír de la audiencia en inmejorables condiciones. Almanna es en sí una fosa tectónica cuya superficie visible adopta la fisonomía de un desfiladero de paredes paralelas y cortadas a pico mientras en sus entrañas, ocultas bajo tierra a profundidades geológicas, se produce una permanente inyección del magma creador de nueva corteza terrestre, generando la separación en esta zona de dos de las grandes placas, la Euroasiática y la Norteamericana, a razón de 10-18 mm anuales; una acción telúrica insondable que ni los vikingos, primeros colonizadores de Islandia, ni sus actuales habitantes, descendientes en su mayoría de noruegos, irlandeses y escoceses, ni ser humano alguno en este planeta estuvo en condiciones de sospechar hasta la década 1970-1980, cuando la ciencia confirmó la teoría del baile de los continentes. Y, a causa del mismo, la Tierra del Fuego y del Hielo va ensanchado sus límites en una media de un metro por siglo.
Los prístinos colonos, con los cuales arranca la llamada Era Vikinga, arribaron a Islandia alrededor del año 870, poniendo distancia de por medio con la realeza escandinava. Les empujaba la básica aspiración de vivir felices, sin estar sometidos a ningún poder monárquico. El ‘Libro de los Islandeses’ (‘Íslendingabók’), escrito alrededor del 1130, cita como pionero a un tal Ingólfur Arnarson, quien en el 874 se asentó con sus acompañantes en un paraje al que denominó Reikiavik (Bahía Humeante) por el vapor de sus fuentes termales.
Y, si en un principio les bastó con disponer de ‘things’ (asambleas) en las cuales los ‘godar’ (jefes locales) impartían justicia, con el paso del tiempo y el flujo gradual de otros emigrantes establecidos en distintas áreas, se les hizo evidente la necesidad de contar con un parlamento a nivel nacional. Realizada la pertinente búsqueda del emplazamiento idóneo, Thingvellir se alzó con el premio en el 930: he allí un conjunto de suaves planicies, salpicadas con rodales arbolados -leña en abundancia- ciñendo un enorme lago -el Thingvalla, segundo en extensión de Islandia- sobrado de peces.
El novedoso sistema parlamentario iba a resultar todo un éxito. Más allá de una simple asamblea política, el Althing asumía múltiples funciones: legislativas, sociales, judiciales e incluso de jurisprudencia religiosa. Las sesiones de los diputados, convocadas una vez al año con un par de semanas de duración, se realizaban al aire libre, en las praderas adyacentes al río Öxará -cuyo caudal regala la vista de los actuales senderistas despeñándose en generosas cascadas sobre la falla de Almanna- y, como sucede con la mayoría de los sitios citados en las sagas, solo se conservan los cimientos de piedra de los antiguos campamentos.
Hombres libres
Todos los hombres libres podían asistir al evento, que tenía carácter de fiesta nacional y atraía a Thingvellir multitudes de diversa condición y procedencia: granjeros con sus familias, mercaderes, feriantes, artesanos, músicos, trotamundos, buscavidas o simplemente curiosos. La corte de apelaciones resolvía conflictos a destajo; se convenían negocios; se concertaban matrimonios; tenían lugar duelos y, para que nada faltase, sentencias a los reos, desde multas, pasando por exilios temporales, hasta ejecuciones de índole diversa, la mayoría de una crueldad acorde con la época.
Este último aspecto configura la crónica luctuosa de Thingvellir, explicitada en bastantes de sus topónimos: Drekkingarhylur (Estanque de Ahogamiento), muerte que sufrían las mujeres adúlteras, a los pies de la cascada de Oxará; Höggstokkseyri (Sierra para Decapitar), pena que se llevaba a cabo en presencia de la multitud; Gálgaklettar (Roca de la Horca) en el cañón de Almanna; Brennungjá (Garganta del Fuego), donde se quemaba a las presuntas brujas y hechiceros; Stekkjargja (Cañón del Salto), también llamado Paseo del Hombre Muerto (por despeñamiento), de perfiles familiares para cualquier seguidor de Juego de Tronos…
Dibujo que representa una de las asambleas en Thingvellir
Desde el mirador cercano al Centro de Visitantes, dejando de lado esta cara oscura de su pasado, el espectador se recrea contemplando un vasto panorama de solapada belleza, aureolado con cierto misticismo emanado de las fuentes del tiempo remoto. Porque Thingvellir es, a no dudarlo, un lugar para abrir el abanico de las emociones y a la vez reflexionar sobre la conexión entre naturaleza, historia y cultura; un lugar que invita a apreciar lo lejos que han llegado los islandeses y su querencia a corazón abierto hacia su isla de hielo y fuego; un lugar, en suma, que reivindica la pasión de vivir como ningún otro en Islandia.
Un país sorprendente como pocos, lleno de tentaciones turísticas y aventureras, que ha saltado a los titulares de prensa en los últimos tiempos por su actividad volcánica pero que, normalmente, vive una aparente tranquilidad geoestratégica, con su clima de cuatro estaciones en un día, sus ballenas, charranes árticos y frailecillos, sus pistas de ripio donde ciclistas con alforjas desafían al tiempo ‘revuelto’ (seamos compasivos), sus festivales de música donde Of Monsters And Men y otras bandas locales interpretan sus tonadas entre el rock y el folk… saca pecho por su papel en eventos históricos.
El citado libro ‘Cómo Islandia cambió el mundo’ recoge en estilo muy ameno un puñado de estos hitos. «Los islandeses son la raza más inteligente de la Tierra: descubrieron a América y nunca se lo dijeron a nadie», dejó escrito Oscar Wilde. A Leif Erikson lo llamaron ‘el afortunado’, y se cree que ganó a Colón por medio milenio de distancia en el tiempo.
Pocas bromas con sus volcanes, hoy fotogénicos objetos de culto para los turistas: la erupción del Laki en 1783 no solo provocó una crisis climática, sino social: una niebla espesa cubrió Europa, y tras la ola de frío llegaron las inundaciones durante el deshielo, y la hambruna acabó de encender la mecha de, por ejemplo, la Revolución Francesa. Como compensación a este volcánico disturbio la pequeña isla adoptó un papel pacificador desde mediados del siglo XX, cuando Thor Thors, un tipo que siempre iba en traje de raya diplomática, fue nombrado relator por la ONU para arreglar el desaguisado del Mandato Británico en Palestina. Cuentan que, hace unos años, el primer ministro islandés David Oddson le dijo a su homólogo israelí Simon Peres precisamente en Thingvellir: «Vosotros sois la gente elegida por Dios; nosotros somos la gente congelada por Dios».
Nota final: Islandia fue una república independiente hasta 1262, año en que su gobierno pasó a manos de la Corona noruega. Nueve años después el Althing perdió sus poderes legislativos, aunque siguió celebrando sesiones como sala de justicia hasta su completa disolución en 1799. Décadas después, en 1844, la institución volvió a activarse, aunque sus miembros decidieron su traslado a Reikiavik. Así pues, la sede actual del Althing es la Casa del Parlamento, un edificio construido en 1881 situado en el centro de la capital islandesa.
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