10º Aniversario
¡El capitán cumple diez años!
descúbrelo

El paria japonés que venció al régimen de Corea del Norte

Por El Independiente  ·  08.02.2020

Uno no elige nacer. Simplemente pasa. Hay quien dice que tu cuna marca tu destino. Yo digo que una mierda, y un poco del tema sé» así comienza Un río en la oscuridad, el libro en el que Masaji Ishikawa relata su huida de Corea del Norte. El paraíso en la Tierra. Así engañaron vilmente al padre del autor de esta obra, que vivía relativamente bien junto a su familia en una ciudad nipona cercana a Yokohama. Qué iluso fue.

Le prometieron lo que comúnmente se conoce como el «oro y el moro», una vida mejor, una vuelta a su hogar (el progenitor de Masaji Ishikawa era surcoreano) a cambio de abandonar el sistema capitalista de Japón. Nunca en la historia ha habido tal emigración de un país capitalista a uno comunista. Esta repatriación de decenas de miles de personas interesaba, a una superpoblada potencia como Japón, y a una Corea del Norte que necesitaba mano de obra.

Masaji Ishikawa dejaba en Japón una vida no del todo buena, en la que su padre, maltratador, casi mata en una ocasión a su esposa, madre de cuatro hijos y japonesa. Este doble origen del autor le va a pasar factura en sus dos hogares, donde le insultan sin ningún tipo de reparo. Con muy poca ilusión, la familia se marcha al «paraíso» de Corea del Norte, pero lo que estaba relativamente mal fue a peor.

La mayor parte de los repatriados se desprendió de todas las pertenencias que tenía en Japón, una tendencia que la familia de Masaji Ishikawa no siguió. Una vez en el colegio, el autor sería criticado por su indumentaria y llamado «bastardo japonés». Por otro lado, sus escasas nociones de coreano le permitieron sobrevivir a las lecciones de adoctrinamiento que ofrecía esa educación universal en la que se veneraba a Kim-Il sung.

Sin embargo, la peor de las suertes asoló a la familia una noche: la aparatosa casa en la que vivían se quemó por culpa de un vecino qque olvidó apagar su cigarro. El padre de Masaji Ishikawa, ingenuo, fue al Partido para que se le asignara una nueva vivienda, pero lo único que recibió de la formación fueron sus negativas e insultos. Lo particular de este incendio es que ocurrió horas después de que concluyera una celebración en el hogar familiar, festejo al que habían acudido los mismos oficiales que ahora le daban la espalda. Este momento que Masaji Ishikawa recuerda con trsiteza fue superado por la propia familia, que construyó con troncos su nuevo hogar.

«Lo más duro era conseguir las dos pieles de conejo anuales», recuerda un melancólico Masaji Ishikawa. Cada año, los norcoreanos tenían que completar una ofrenda anual en la que se incluían dos muestras de este animal, algo que era descabellado. Normalmente, los aldeanos recurrían al mercado negro para conseguir esos dos ejemplares, un esfuerzo que normalmente costaba un tercio del salario percibido.

Corría el año 1994 cuando Masaji Ishikawa vivía en la localidad norcoreana de Hamhung, momento en que fallece Kim- Il Sung, pero pasa algo más importante: el autor del libro logra divisar China al otro lado del río Yalu. Una China más o menos libre en la que los trabajadores descansaban en las cantinas, mientras los norcoreanos apenas podían parar unos segundos a contemplarles con envidia. Una mañana, Masaji Ishikawa comprobó como un niño chino se sumergía en el río sin ningún tipo de repercusiones. Parecía que meterse en el agua no suponía un peligro, idea que el escritor meditó durante las próximas noches. Hasta que una, se armó de valor. Iba a cruzar el río.

El autor se sumergió en las aguas del río Yalu una noche fría. Enseguida, sus huesos, entumecidos, le dificultaron el nado, aunque el golpe en la cabeza con una roca fue lo que, finalmente, le dejó inconsciente. Una vez recuperado el conocimiento, se vio transportado por un hombre que lo llevaba en brazos con la compañía de su perro. Sí, un perro. Esto trastocó un tanto a Masaji, puesto que en Corea del Norte los aldeanos no tenían perros, se los comían. El extraño comenzó a hablar en una lengua que le resultaba desconocida: el chino. Efectivamente, Masaji Ishikawa estaba en China y había vuelto a nacer.

A los pocos días, decidió realizar una llamada internacional: «Soy japonés, estoy en China. Ir a Corea del Norte con mi familia hace mucho. 1960. Vuelvo a Japón. Por favor». Después de unas cuantas llamadas para verificar su ascendencia japonesa, recibió la siguiente respuesta: «Enhorabuena. Todo aclarado»

«Era la noche del 15 de octubre. El avión tomó tierra en Tokio poco después. Había regresado a Japon», concluye Ishikawa. 

Ver artículo original