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El norcoreano que regresó a su país y solo encontró muertos de hambre

Por La Razón  ·  16.01.2020

Para abordar la lectura de este libro es conveniente comenzar con algo de información. La península de Corea perteneció a Japón hasta que fue ocupada por la URSS y EEUU en 1945. Tres años después, durante la Guerra Fría, el país se dividió en dos Estados: Corea del Sur, donde se estableció un gobierno pronorteamericano y Corea del Norte, que se convirtió en una «república popular», es decir, en una dictadura comunista dirigida por Kim Il-sung que afirmaba estar construyendo una utopía socialista, « un paraíso en la tierra», «un territorio de leche y miel»; así se expresaba el Gran Líder de la nación emergente y estas eran las palabras que todos los norcoreanos debían repetir hasta el desfallecimiento por la falta de alimentos, porque si hay una palabra que atraviesa las memorias de Masaji Ishikawa, y adquiere niveles cercanos al espanto, esa palabra es «hambre».PUBLICIDAD

Explotados en Japón

Numerosos coreanos vivían en Japón discriminados, despreciados y explotados como mano de obra barata. Durante el período del Imperio, se llevaron a miles y miles de coreanos a Japón en contra de su voluntad para usarlos como mano de obra esclava primero y, después, como carne de cañón. A finales de los años cincuenta del pasado siglo, ya no eran necesarios como obreros y el gobierno nipón temía que entre esos coreanos, pobres y discriminados, se convirtieran en una peligrosa fuente de agitación social. De modo que cuando el Gran Líder de Corea del Norte afirmó que su país estaría encantado de recibirlos «con los brazos abiertos», Japón inició una campaña masiva de repatriación disfrazada de acción humanitaria. La Cruz Roja de ambos países negoció un «Acuerdo de Regreso» en 1959 y cuatro meses después partió de un puerto nipón el primer barco cargado de coreanos.

Miles de ellos, fascinados y engañados por los mensajes del dictador Kim Il-sung (sus discursos se repetían en las escuelas), estaban a favor de la repatriación masiva. Organismos como la Cruz Roja Internacional, la ONU y los EE.UU conocían la verdad. Pero nadie movió un dedo: solo en los primeros días de la llamada «repatriación» salieron de Japón unas setenta mil personas y hasta 1984, unos cien mil coreanos y dos mil esposas japonesas cruzaron el mar hasta Corea del Norte.

Una emigración masiva muy particular: era la primera y única vez en la historia que tantas personas de un país capitalista se mudaban a otro socialista. El líder coreano proclamó exultante que miles de compatriotas regresaban a casa para servir como peones en su «paraíso». Masaji Ishikawa tenía 13 años cuando le despidieron en Japón envidiando su fortuna al poder estudiar y disfrutar de una vida con la comida garantizada. El choque con la realidad no pudo ser más brutal. La más espantosa de las miserias se le vino encima de golpe a Ia familia, formada por los padres y tres hijos. Pero había algo aún peor, eran insultados y maltratados por haber vivido en un país enemigo, y, el colmo para los coreanos, que la madre fuera nipona. «Bastardo japonés» era un insulto continuo que solía acompañarse de violentas muestras de desprecio. Los objetos que llevaban de Japón fueron robados rápidamente. Las palizas eran continuas tanto al padre como al hijo, y a la madre nunca le dieron trabajo por ser extranjera y al no tenerlo no tenía derecho a su ración diaria de arroz: setecientos gramos oficialmente que se reducían a trescientos de forma habitual. Arroz que se mezclaba con raíces y hierbas recogidas en la montaña.

Asignados en castas

Isikawa describe el deterioro humano, las penalidades, los infortunios, el hambre, y aunque el dolor sea tan intenso que hasta las líneas parecen a veces desgarrarse, el autor va realizando al hilo de las sucesivas desgracias personales y familiares un retrato realista que explica los términos y los modos en que se vivía y se sigue viviendo en ese país. Un «edén» en el que el esfuerzo personal no tiene ningún valor, lo que importa es la casta a la que se te asigne: nuclear, básica u hostil. Para determinar la de cada persona hay tres criterios: tu cuna, tu pasado y la lealtad al partido. No importaban los logros académicos, la inteligencia, toda la vida de una persona quedaba determinada por la casta a la que te incluyeran. Ishikawa quería estudiar matemáticas, pero se le asignó a la casta hostil y se moría de hambre trabajando como agricultor y carbonero.PUBLICIDAD

Cuando llegó el nuevo «gran líder», Kim Jong-il, hijo del anterior, la situación empeoró. En 1992 todavía prometía que se cumpliría el gran sueño de comer arroz blanco y sopa de carne, pero los cadáveres de los muertos por el hambre quedaban a la vista en las calles. El autor de este libro pensó, de hecho, en dejarse morir, pero tenía una familia y decidió emprender una arriesgada huida para poder ayudarlos.

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