“El 1 de enero de 1999, a la edad de 89 años, Doris Haddock, más conocida como Granny D, salió a caminar atravesando Estados Unidos para exigir una campaña de reformas financieras; llegó a la capital del país 14 meses y 3.200 millas (5.000 kilómetros) más tarde”. Así empieza Wanderlust (Pasión por el vagabundeo), un ensayo de Rebecca Solnit sobre las mil y una implicaciones del hecho de andar: el libro, editado en España por Capitán Swing, lleva como subtítulo Una historia del caminar. La idea es brillantísima, la información copiosa y el texto interesante, aunque algo ensombrecido por un estilo un poco espeso. En cualquier caso resulta fascinante pararse a pensar en la enorme trascendencia biológica, social, cultural y espiritual que puede tener el modesto gesto de ir poniendo un pie delante del otro. Desde el bipedismo, uno de los umbrales de nuestra evolución, hasta el lento deambular de los monjes en los claustros, pasando por las manifestaciones políticas, las gestas deportivas, las peregrinaciones o los filósofos peripatéticos. Caminar mueve literalmente el mundo. Un dato que no incluye Rebecca: el principal medio de transporte de mercancías en el interior de África son las mujeres, esas estoicas luchadoras de la vida, cimbreantes mujeres con fardos increíbles sobre la cabeza que ellas acarrean pasito a pasito.
Quizá me haya gustado especialmente el libro porque me encanta caminar. Andar es mi pasión, mi placer, mi manera preferida de pensar y de trasladarme de un lugar a otro. Además es una actividad extremadamente gratificante: cuando miras hacia atrás después de una hora de andar por un monte, por ejemplo, siempre te asombra observar la mucha distancia recorrida: el lugar del que partiste asoma allá al fondo, varias colinas más abajo, tan remoto que azulea ya en el horizonte. Es la prueba de que pequeños gestos te llevan muy lejos, si eres capaz de ser constante. Dando un paso tras otro llegas hasta China, aunque ahora te parezca una meta inalcanzable. El truco consiste en no parar.
Y eso es lo que está haciendo exactamente Ignacio Dean, un malagueño de 34 años que estudió Publicidad y Relaciones Públicas y que es técnico en Medio Ambiente. Ignacio partió el 21 de marzo de 2013 de la Puerta del Sol de Madrid para dar la vuelta al mundo andando. En total, 50.000 kilómetros, que él calculaba hacer en cinco años. Ahora acaba de cumplir los dos primeros años y va adelantado, ya ha recorrido la mitad de la distancia. Mientras escribo este artículo se encuentra en Costa Rica y lleva 24 países a la espalda: España, Francia, Italia, Eslovenia, Croacia, Serbia, Bulgaria, Turquía, Georgia, Armenia, Irán, India, Nepal, Bangladés, Tailandia, Malasia, Singapur, Indonesia, Australia, Chile, Bolivia, Perú, Ecuador y Panamá. El único país que se ha saltado, tras mucho pensárselo, ha sido la hermosa Colombia, porque se hubiera visto obligado a cruzar varias zonas demasiado inseguras. Ha atravesado desiertos calcinadores, soledades fantasmagóricas y selvas hirvientes de bichejos (múltiples picaduras de mosquitos, arañas, una garrapata), además de subir y bajar varias veces los tremendos Andes: superó los 4.800 metros de altura. En el Callao, Lima, fue atracado; ha pasado hambre, se ha empapado con furiosas tormentas, ha plantado su tienda a -12 grados de temperatura.
Cuando salió de la Puerta del Sol iba bien rasuradito y empujaba sus pertenencias en un carrito detrekking, que es algo bastante parecido a un coche de bebé. Todo lo que llevaba, la tienda, el saco de dormir, el hornillo de gas, la ropa, la comida, el botiquín, apenas llegaba a los 35 kilos. Ahora, según las fotos que va colgando en su blog (para verlo googlea Earthwidewalk, que significa “vuelta al mundo a pie”: es una página interesante y curiosa), anda medio barbado y melenudo cual aprendiz de apóstol, y en ocasiones su carrito ha pesado setenta kilos, porque la dureza y lo despoblado del recorrido le obligaron a hacer acopio de agua y alimentos. Lleva siete pares de zapatillas desgastadas y tiene un presupuesto de 60.000 euros para todo el viaje, conseguido de diversos patrocinadores. Es un aventurero muy económico.
Él repite hasta la saciedad que esta locura extravagante y grandiosa nace del sueño de recorrer y conocer el mundo y de la necesidad de colaborar “en lanzar un mensaje de amor y de respeto por la naturaleza”. Lo segundo no lo dudo, pero supongo que uno se mete en esta prueba durísima por lo primero, esto es, por la aventura existencial y psicológica, por el reto contra uno mismo. Cinco años de soledad itinerante son muchísimos años, pero esta proeza justifica una vida. No sé cómo se las va a arreglar Ignacio Dean después, cuando regrese, para vivir sin la adrenalina del camino y sin el lento girar del planeta bajo los pies.
Autora del artículo: Rosa Montero.
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