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El investigador que afirma haber resuelto el mayor enigma de la Ciencia contemporánea: “¿Podremos descargar nuestra conciencia al morir? Es posible”

Por El Mundo  ·  20.05.2024

Por Daniel Arjona (Madrid)

En la saga del Mundodisco, el fabuloso planeta creado por Terry Pratchett que danza entre la ciencia ficción y la fantasía sostenido sobre cuatro elefantes y una tortuga, habitan unos seres inquietantes llamados Auditores de la Realidad. Estas entidades cuasi divinas y ultrarracionalistas se ocupan de que las leyes del universo funcionen. Sin ellos, la gravedad se suspendería y el caos reinaría sin tregua. Los Auditores odian la vida y especialmente a los imprevisibles humanos, agentes del desorden cuyas emociones incontrolables lo desbaratan todo. Pratchett es siempre deslumbrante, pero las últimas investigaciones ofrecen una imagen exactamente invertida de su visión sobre nuestra especie y su tesoro más preciado: la conciencia.

¿Y si en realidad las emociones ordenaran mejor el mundo que la razón? Tal es la hipótesis de partida de una de las figuras más sugestivas y rompedoras de las actuales investigaciones sobre la mente humana, el neurocientífico sudafricano Mark Solms. O, más bien, neuropsicoanalista. Porque el herético Solms aúna en su formación la ciencia dura y la sorprendente reivindicación del psicoanálisis de Freud que el establishment de la Psicología, dominado por el paradigma cognitivoconductual, repudió como pseudociencia hace ya más de medio siglo.

Solms publica hoy en castellano El manantial oculto (Ed. Capitán Swing), un libro totalmente original, de una ambición desmedida en el que asegura, nada menos, que está a punto de resolver el mayor enigma no ya de la Psicología, sino de toda la Ciencia actual: el llamado problema difícil de la conciencia.

¿Cómo es posible que los procesos físicos de nuestro cerebro den lugar a las sensaciones? ¿Qué ocurrió para que un pedazo de materia llegara a pensar sobre sí mismo? ¿Qué es, dónde reside y para qué sirve exactamente la conciencia? Después de estudiar en el mismo colegio sudafricano por el que luego pasaría Elon Musk, al que le une el interés por los implantes neuronales y sendas familias dedicada al poco admirable negocio de las minas de diamantes, Solms labró una carrera científica de prestigio, con numerosas investigaciones, cientos de publicaciones y el reconocimiento de sus colegas de profesión. Hoy dirige tanto la cátedra de Neuropsicología de la Universidad de Ciudad del Cabo y como la Fundación de Neuropsicoanálisis de Nueva York. Así que quien recibe al periodista por videollamada es tal vez un outsider… pero con indudable pedigrí. P. ¿Quién es Mark Solms? ¿Le estoy hablando a un yo o a una ilusión? R. Oh, le aseguro que no soy una ilusión. Sé que hoy en día neurocientíficos y filósofos eminentes sostienen que la conciencia es una ilusión. Pero yo no estoy de acuerdo, y así se lo dije a Daniel Dennett apenas unas semanas antes de que lamentablemente muriera. En mi opinión, el sentimiento no puede ser una ilusión. Si me siento triste o deprimido, se trata de un estado que de verdad está ocurriendo y que tiene un efecto real. Lo que nos jugamos aquí es la realidad de la experiencia consciente como parte de la propia naturaleza. Si la Ciencia no es capaz de entender eso, nunca tendremos una Ciencia de la mente, nunca tendremos una Ciencia de la conciencia. P. ¿Siento, luego existo? R. Creo que eso resume bien mi teoría, pero yo lo tocaría muy levemente: siento, luego pienso, luego existo. P. Muchos científicos dirían que fusionar Neurociencia y Psicoanálisis es como mezclar Cosmología y Astrología. ¿Le debemos una disculpa a Freud? R. Mire, creo que Freud tuvo la idea correcta. Su punto de partida fue que debemos incorporar la experiencia subjetiva para entender la conciencia. La vida de la mente forma parte de las ciencias naturales. Ésa es la primera razón por la que estudié psicoanálisis. Y luego iría más allá y mencionaría también algunas de las ideas básicas de Freud, como el concepto de impulso biológico que nos mantiene vivos o el de pulsión. En el siglo XX los conductistas rechazaron todo eso y se les ocurrió la ridícula idea de que nacemos como pizarras en blanco y todo es aprendizaje. Olvidaron que somos una especie animal más. Son los sentimientos los que generan el manantial oculto de la mente. P. Después de que en los últimos años se minusvalorara el mundo onírico, usted recupera la concepción freudiana. ¿Los sueños esconden deseos ocultos? R. Cuando me puse a investigar los sueños en los años 80 en pacientes con lesiones cerebrales, esa concepción freudiana hacía tiempo que había sido derrocada. Entonces descubrí que los sueños son generados precisamente por la parte del cerebro que también da lugar a nuestras emociones y deseos, el tronco encefálico. ¡ Freud estaba en lo cierto cuando afirmó que los sueños eran estados mentales ilusorios motivados ! Es extraordinario que llegara a una conclusión tan improbable sin la tecnología de la que disponemos los neurocientíficos modernos. Sí, la ciencia le debe una disculpa a Sigmund Freud. P. No me negará que muchos psicoanalistas actuales no suenan muy científicos… R. Freud se equivocó en muchos detalles. Fue un pionero que trabajó en una Ciencia que estaba en su infancia, como Darwin con la Biología o Newton con la Física. No podemos esperar que alguien de hace 100 años lo haya hecho todo bien. Reconozco que muchos psicoanalistas y otros seguidores de Freud son como una secta que sigue a un profeta y practica el culto a la personalidad. Debemos tratar a Freud como a Darwin y Newton. Alguien que dedujo el panorama general básico, se equivocó en muchas cosas, pero sentó las bases de una parte fundamental de la ciencia moderna.

P. Su explicación se basa en el principio de energía libre de Karl Friston, que afirma que la conciencia nace para reducir el caos. ¿Podemos decir que la vida en general es una estrategia del universo para retrasar la inevitable victoria de la entropía? R. Algo así. Las fuerzas, energías y procesos naturales que dieron lugar al nacimiento de nuestro universo son las únicas fuerzas que existen en la naturaleza. La conciencia no puede ser más que el resultado del desarrollo de dichas fuerzas. Es de crucial importancia reconocer que los sistemas autoorganizados simplemente ocurren en la naturaleza. Ciertas disposiciones de las energías de las fuerzas que componen las cosas se comportan de tal manera que continúan existiendo sin disiparse. Pueden ser sistemas autoorganizados muy simples como, por ejemplo, los cristales. Los cristales emergen en la tierra líquida y mantienen su estructura, pero son muy monótonos. Hacen lo mismo una y otra vez. P. No parecen muy prometedores. R. Pero a partir de esos sistemas autoorganizados básicos se desarrollaron otros más complejos que pueden hacer diferentes cosas en diferentes circunstancias con el mismo fin: continuar existiendo. Una suposición perfectamente razonable a la luz de la evidencia es que los seres vivos evolucionaron a partir de sistemas autoorganizados ordinarios. La vida es una forma de infección sensible autoorganizada. Me atrevería a decir que toda la evolución lo es. Y así hasta llegar a la conciencia. Sólo hizo falta un paso evolutivo más. P. ¿Y cuál fue? R. Que el sistema fuera capaz de registrar lo bien o mal que le estaba yendo para alcanzar su propósito, seguir existiendo. Se abrió entonces la puerta de la conciencia. El amanecer del sentimiento. Una gran ventaja adaptativa, porque una vez que surgió el sentimiento, el sistema fue capaz de ajustar su comportamiento. ¿Nos sentimos bien? Seguimos. ¿Nos sentimos mal? Cambiamos. Tal es la base de la acción voluntaria y de la elección que nos permite no sólo sobrevivir en entornos impredecibles, novedosos y desconocidos, sino también aprender de la experiencia. Por supuesto, como bien apuntaba usted, lamentablemente al final perdemos porque la segunda Ley de la termodinámica es inviolable. Tratamos de seguir existiendo tanto tiempo como podemos para perder al final la batalla. P. En El manantial oculto defiende que la conciencia es un fenómeno puramente natural y físico, que no hay nada más. Pero Dave Chalmers o Thomas Nagel aseguran que sí hay algo más, eso que llaman el problema difícil, que nunca podremos resolver. R. Estuve precisamente con Thomas Nagel en la conferencia sobre la Ciencia de la Conciencia en Nueva York a principios de julio del año pasado. Nagel pronunció el discurso de apertura el mismo día de mi cumpleaños, el 17 de julio. Y dijo en ese discurso que mi enfoque centrado en los sentimientos es el camino correcto. P. ¿Ha resuelto entonces el problema difícil con el que se pelea la ciencia desde hace décadas? R. Lo siento si sueno narcisista, pero creo que he tomado la dirección correcta para que podamos resolver ese problema y el respaldo de Nagel me da motivos para ser tan audaz. Porque aunque se cree lo contrario, él fue el que sentó las bases del problema difícil 20 años antes de que David Chalmers acuñara el concepto basándose en un artículo suyo. Pero dicho esto, quiero añadir algo. Richard Feynman afirmó que no entendemos realmente algo hasta que no logramos replicarlo. Así que no resolveremos el problema difícil hasta que podamos demostrar que realmente podemos generar sentimientos en una máquina. P. Si la conciencia es puramente física, como asegura, ¿qué nos impediría replicarla? ¿Nos espera a la vuelta de la esquina una IA general igual o superior a la inteligencia humana? R. Le contaré lo que está haciendo mi equipo de investigación ahora mismo. Hemos creado una forma artificial de conciencia muy simple con una orden muy sencilla: trata de mantener tu suministro de energía. No tengo idea de cómo se siente un robot que busca no quedarse sin energía, pero ese deseo ya articula una forma muy simple de conciencia. A partir de ahí construiremos formas cada vez más complejas que lleguen desembocar en una IA general. P. ¿Y qué nos falta para eso? R. El principal problema de la inteligencia artificial es que no generaliza lo que aprende en una situación a otras. Ese sería exactamente el significado de general. Nos falta añadir sentimiento. La mejor manera es montar un sistema y obligarlo a sobrevivir en un entorno incierto. Es en lo que trabajamos nosotros. Nuestro agente tiene que satisfacer tres necesidades básicas, de lo contrario deja de existir. Navega en un entorno incierto que vamos cambiando a medida que aprende a sobrevivir. Y cuando aprende, alteramos su entorno y tiene que aprender todo de nuevo. Y luego lo hacemos regresar al primer entorno. Como si fueran estaciones: primavera, verano, otoño, invierno… y primavera otra vez. Lo más interesante es que el agente se dio cuenta de que había vuelto al principio. Recuerde: nuestro agente está diseñado para sobrevivir. Nada más. Debe descubrir dónde está y hacer lo que sea. Eso es inteligencia general, aunque muy simple, de momento. P. ¿Y una IA general más avanzada nos permitirá fusionarnos con ella y vivir para siempre como sueñan los transhumanistas, o decidirá que sobramos y procederá a destruirnos? R. Cuando comencé a desarrollar una conciencia artificial, me sentía un poco avergonzado ante mis colegas. Era peor confesarles eso que lo del psicoanálisis. Y, de pronto, se ha convertido en un tema serio del que todos hablan. Ya no me siento como un doctor Frankenstein que ha perdido la cabeza. Nos enfrentamos a problemas éticos graves, pero también creo que no podemos detenerlo. Hace sólo cinco años todo el mundo decía que era una locura imaginar algo así. Hoy parece perfectamente posible. E inminente. Elon Musk, quien fue al mismo colegio que yo en Sudáfrica, ya está colocando prótesis artificiales para complementar nuestras funciones cerebrales. En cierto modo, hace tiempo que nuestros teléfonos funcionan como una extensión, con la diferencia de que no está implantada en nuestra cabeza. ¿Y no es internet también una extensión del cerebro humano? Va a suceder todo tipo de cosas. ¿Podremos descargar nuestra conciencia en un sustrato artificial de manera que nuestra cognición siga existiendo cuando nos hayamos ido? Me avergüenza decir estas cosas, le confieso, pero creo que es posible en principio.

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