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El hombre ventilador, de William Kotzwinkle

Por Lector con pulso  ·  25.01.2012

Los libros minoritarios existen. Están destinados a apetitos, no con un gusto exquisito, más bien osados o inquietos. Concebidos como tales, sus padres y parientes, el autor y los altruistas editores, son plenamente conscientes de cuál es su sino.

El libro minoritario nunca se convertirá en cisne. Es ese hijo estrafalario, peculiar, consentido y venialmente díscolo, con cierto talento artístico, en absoluto atractivo, que decide hacerse actor. Su físico le impedirá triunfar en escena o ser protagonista en la pantalla. Tendrá que conformarse con formar parte del elenco en compañías de segunda, o ser poco más que figurante en series de televisión. Y tal vez, con el paso del tiempo, adquiera popularidad y reconocimiento como recurrente secundario. La familia se tranquiliza viéndolo feliz y con la vida encauzada. No anhelan su éxito, se conforman con que dicha profesión le proporcione un sustento.

Los lectores seríamos esas amistades, más o menos cercanas, de los padres, que conocemos a su hijo, lo apreciamos y lo apoyamos yendo a sus estrenos, pero no osamos recomendarlo. Prudentes y contenidos lo elogiamos y defendemos, presumimos de tratarlo, si surge la conversación.

Sin dejar de ser justos, seamos cariñosos y generosos, como desprendidos han sido en Capitán Swing Libros, que se han preocupado en ofrecer un producto de una calidad inusual, utilizando para las páginas un papel más grueso que las solapas de otros, y regalándonos las persuasivas e inquietantemente bellas ilustraciones de Marieta Moraleda.

Y hay que proclamar que en ningún caso se trata de un libro duro, truculento, aburrido o difícil de leer. Que nadie se sienta disuadido a acercarse a “El hombre ventilador” por esos prejuicios. Todo lo contrario, si algo sorprende, si alguna culpa tiene, es su ligereza. Se trata más de un divertimento, un ameno desafío. Las elipsis, los neologismos, las esporádicas ausencias de puntuación, son travesuras útiles que no obstaculizan una plácida lectura. Solventemente traducido por Iris Menéndez, se puede, y se debe, leer de una sentada para sumergirse en el mundo propuesto, asumir el punto de vista y el lenguaje de Horse Badorties, y sentir el mantra oculto, el ritmo narcótico y envolvente que, según el prólogo de Antonio Jiménez Morato, sería uno de los significados del ventilador del título.

William Kotzwinkle reconoce que el ventilador produce esa cadencia de fondo, tan agradable y fundamental, que armoniza, amalgama y estabiliza el entorno. Pero el ventilador, como metáfora, está abierta a múltiples e igualmente válidas interpretaciones. Su movimiento circular es una imagen efectiva de una elección o condena, una vida pequeña y repetitiva, sin esfuerzo ni responsabilidades, sin destino ni metas. De hecho, el argumento no es más que un deambular por la ciudad, gravitando en torno a su cubil. Estoy de acuerdo con lo dicho en el prólogo: Es también una representación del estado constante de quedado. O del modo de alcanzarlo. Cuando ofrece esos objetos a la gente con las que se cruza realmente les brinda su opción de subsistencia.

La historia, siendo original, evoca a otras ya leídas o vistas. A lo largo de los días previos al Love Concert el protagonista vaga circularmente, por distintas zonas de New York, y alrededores. De Chinatown a su cubil, del Bowery a su cubil, de New Jersey a su cubil, del Lower East Side a su cubil, de Central Park a su cubil, de Brooklyn a su cubil, de su nuevo cubil al Bronx. Estos paseos sólo sirven para conocer a su protagonista, el resto son meros bosquejos. Ese gorro con orejeras, esos puestos de Hot Dogs, esa indumentaria ¿A quién me recuerda? Simpático, pícaro, encantador, canalla, ingenioso, impresentable, mugriento, escrupuloso, talentoso e insensato. Una figura fascinante y malograda. Atractivo en cierta medida, es, en cambio, fundamentalmente un ser ominoso, engañosamente e involuntariamente destructivo y letal, que va dejando un rastro de inmundicia, incapaz de comprometerse y ser responsable, apenas consciente de sus actos, plenamente inconsciente de las consecuencias.

Estas son, pues, las pistas sobre una obra minoritaria, imposible de recomendar sin arriesgar una solida amistad. Un libro al que uno libremente ha de decidir si leer o no, y asumir individualmente la responsabilidad. Sin miedo.

 

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