El financiero

Por José Luis Amores  ·  21.12.2011

Escribo esto la víspera de la fiesta santificada al dinero aleatorio, cuando tanto pobres como ricos se entregan al cotejo de un papel de la suerte en la confianza de que podrán convertir una inversión diminuta en la fortuna de sus sueños. Quién dijo que el dinero no da la felicidad, cuando sólo hay que anticipar la alegría barata en caras anónimas regadas con espuma de champán. Ansia viva. Ya oigo la cantinela numérica y el murmullo que especula con que el niño entone una cifra concreta. Definitivamente, prefiero el sistema babilónico borgiano a este, tan injusto y predecible en sus efectos.

Hay otras formas legales de hacerse rico que nada tienen que ver con la suerte, esa puta cara. El financiero, de Theodore Dreiser, anticipa algunas que han cambiado poco o nada en 140 años. Por ejemplo, ¿alguien sabe lo que es vender en corto? ¿No?

Pongamos que sois aficionados a operar en Bolsa y que estáis en posesión de alguna noticia empresarial que podría tener un impacto notable en el valor de una acción o grupo de acciones concretas. Por ejemplo:

“El Tribunal Penal Internacional juzgará las prácticas esclavistas de las empresas textiles multinacionales tanto en las fábricas propias como en las de sus proveedores en países del Tercer Mundo. Las penas incluirán prisión incondicional para su máximos ejecutivos y la prohibición de producir por debajo de los costes que el propio Tribunal fije”.

Os habéis enterado de extranjis porque vuestro vecino, que es traductor en La Haya, os lo ha comentado cuando salía a pasear al perro. Dice, además, que todo está tan podrido que la medida ha sido consensuada con los abogados de las principales cadenas textiles multinacionales low-cost, que en breve empezarán a desmantelar decenas de fábricas con el consiguiente aumento del coste de producción y de precios para los consumidores finales, lo que hará que las acciones de esas empresas canallas bajen una barbaridad porque los beneficios futuros se van a resentir un huevo. Hay una empresa en concreto, Ropa Barata S.A., que está en el punto de mira del Tribunal a causa de su estrategia basada en precios irrisorios gracias a disponer de multitud de contratistas que obligan a sus trabajadores a vivir encadenados a la máquina de coser a cambio de un poco de pan y agua. RoBaSA se va a ir a tomar por saco. ¿Qué hacer con una información así? ¿Cómo se puede ganar dinero si la cotización de las acciones va a desplomarse? ¿Podéis aprovecharos de la ruina de esos sinvergüenzas? La respuesta es sí, pero hay que darse prisa, pues vuestro vecino dice, a modo de despedida y recogiendo las defecaciones del perro en una bolsa reciclable, que la noticia se hará pública mañana por la mañana.

Se dice que El financiero es una novela naturalista, puesto que el lector encontrará en ella desde descripciones objetivas y minuciosas de los perfiles y apariencia física de cada uno de los personajes hasta de procesos como el que acabo de poner en pausa. En cierta manera es como si, además de leerlas, las imágenes pudieran concretarse mentalmente con mayor nitidez que con otras formas narrativas. Y sin embargo el realismo con que está escrita es manifiesto, si nos atenemos al nada despreciable detalle de que la capa social a que se dedica es, por exigencias del guión, la alta burguesía y los noveaux riches. La historia es sencilla: Frank A. Cowperwood, hijo de un empleado de banca en la Filadelfia de la segunda mitad del siglo XIX, sueña con hacerse rico especulando. En su carrera en pos la millonariedad va nutriéndose del apoyo de un abanico de personajes financieros, políticos y funcionariales; algunos ilustrados y otros bastante gárrulos. Le gustan el lujo palpable y demostrable y las mujeres —sobre todo dos, una antes que otra y esta última más que la primera— pero no el vino. Y sin embargo el lector no tiene más remedio que simpatizar con él. Hay momentos en que cabría interpolar, aun con toda la carga anacrónica que ello supondría —la novela se publicó en 1912 y sitúa la acción en el último cuarto del siglo anterior—: “¡con dos cojones!”.

Y no es para menos. Imaginad que podríais ser Frank, y que cabría la posibilidad de que parte de la masa de dinero injustamente acumulada por el amo y señor de RoBaSA pasara a vuestros bolsillos con solo algo de especulación, sangre fría e inteligencia. Para empezar, y nada más abrir a la mañana siguiente las Bolsas, tenéis que meteros en el mercado de futuros y ofrecer acciones de RoBaSA a un precio bastante inferior al que se estén cotizando en ese momento, aunque no las tengáis (en cualquier manual financiero que podéis descargar en las webs dedicadas a la piratería de libros aprenderéis cómo hacerlo). Pongamos que ahora una acción de esa casa de Satanás cuesta 100 euros, y vosotros ofrecéis venderlas por 90 euros (en realidad la diferencia no suele ser tan grande como estos 10 enteros, pero para el caso valdrá). Os quitarán las acciones de las manos, porque los compradores no tienen un vecino bocazas que ejerce de traductor en La Haya. Esta operación se puede repetir tantas veces y a precios distintos —siempre bajos— como queráis, más o menos en función de vuestra sangre fría o de lo poco que os importe terminar arruinados si resulta que el vecino del perro os ha metido una trola. ¿Cuántas acciones ofrecéis? Digamos 10.000:

10.000 x 90€ = 900.000€

No necesitáis muchos más conocimientos matemáticos que ese para ganar dinero de esta manera.

Frank hizo cosas parecidas en múltiples ocasiones, como aquel personaje de Tom Wolfe en La hoguera de las vanidades, pero él comenzó siendo todavía un niño. Así logró acumular una fortuna de la época y, para redondear el asunto, ya lo he insinuado, acumuló también experiencia en materia de faldas de la época, y no precisamente las de cualquiera. Para Frank, nada era nunca suficiente, y exceptuando algunos seres inmediatos y de veras queridos, el resto eran o meros instrumentos que podían ponerse o no a su servicio —pero aun así le seguimos queriendo— o enemigos:

“La vida era, en el mejor de los casos, una lucha tenebrosa, inhumana, implacable, formada por crueldades, y la ley y sus abogados eran los más despreciables representantes de todo aquel desagradable caos. Sin embargo, él utilizaba la ley como utilizaría cualquier otra arma o cualquier otro instrumento para deshacerse de un mal humano, y, en cuanto a los abogados, los utilizaba como utilizaría una estaca o un cuchillo para defenderse. … En cuanto a los jueces, en general no eran más que abogados incompetentes, que habían quedado arrinconados por algún golpe de fortuna y que, con toda probabilidad, no serían tan eficientes de encontrarse en el lugar de los abogados que comparecían ante ellos. … Los jueces eran tan necios como la mayoría de las demás personas que llenaban este polvoriento y caótico mundo ¡Puaf!”, (p. 372).

Sí, Frank se mete en problemas. El financiero es una precursora excelente de gran parte de la narrativa posterior, escrita y audiovisual, de ascensos y caídas tanto económicas como sociales, pero con la diferencia de que Dreiser fantasea lo justo o nada y se somete a la realidad de la circunstancias, obligando a su querido personaje a pasar por el aro de la indignidad para luego, una vez cumplida su deuda social, hacerlo resurgir de entre las cenizas. Como un héroe clásico que descendiera desde el Olimpo al caos del Mundo y sufriera las consecuencias de ser humano entre humanos pero, al fin y al cabo, hecho de materia divina.

En ese mundo se acaba de producir La Convulsión, y los analistas más previsores anticipan el encarcelamiento del presidente de RoBaSA tras meses de juicio público en varias lenguas y con cientos de testigos desfilando y contando a la corte de jueces las prácticas despóticas de la empresa. Las acciones comienzan a bajar: 97, 95, 93, hay una caída fuerte hasta los 85 euros en que parece estabilizarse pero no, rápidamente cae en picado hasta 80, 75, 70… Y a ese precio compráis 10.000 acciones:

10.000 x 70€ = 700.000€

Compráis, por supuesto, para entregárselas en la misma mañana a quienes os las compraron a 90€, los compromisos hay que cumplirlos:

900.000€ (que recibís) – 700.000€ (que pagáis) = 200.000€ (que os quedáis) = ½ Gordo

A no ser que el vecino no trabaje en La Haya y ni siquiera sea traductor, cosa bastante probable puesto que en lugar de estar currando en Holanda estaba dándole el paseo de rigor al perro y haciendo algo improbable: hablando con un vecino, revelando secretos y limpiando la acera con material biodegradable.

Despertad.

Respecto de la novela sólo queda decir que ojalá quienes se niegan abandonar las viejas fórmulas narrativas lo hicieran solo un diez por ciento igual de bien que Dreiser. Tendríamos libros más cortos pero valiosos. Mientras lo asumen, cuando queramos narrativa excelente en forma de novelones del pasado, todavía tenemos a mano a Dreiser, Zola, Balzac, Dostoievski, Tolstoi, Dickens, Mann, etcétera. Por fortuna.

 

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