Hombre de multiples saberes, poeta revolucionario y extraño personaje hermanado con el movimiento moderno, Ezra Pound fue uno de los
escritores más extraños e influyentes de su tiempo. Digamos que la gente estrechaba la mano de Pound y sentía una especie de descarga contemporánea. Durante un par de décadas, él fue el hombre ante el que había que presentarse si se quería llevar el paso de la modernidad. Nacido en Idaho en 1885, su escritura viajó del neorromanticismo a experimentalismo fragmentario. Mientras tanto, su vida osciló entre la mística y los errores, entre el esoterismo y el fascismo. Pound tenía aspecto de chamán y llegó a ser el paradigma del artista americano en Europa. Mientras extendía su influjo por los círculos literarios más avanzados, aspiraba a resumir el mundo en sus torrenciales libros de poesía. Si sus logros son cuestionables, no hay duda de que sus aspiraciones eran certeras y máximas.
En 1922, el crítico Edmund Wilson situaba con la precisión habitual los orígenes de Pound: “El ideal estético de Ezra Pound es tal vez uno de los más elevados de la poesía contemporánea de habla inglesa. Indiferente a la aprobación pública, ha trabajado fiera y concienzudamente para reducir la vaga sustancia de las palabras a un agudo y duro residuo de belleza que no debería tener nada en común con la retórica, comparativamente, débil de poetas tan buenos como Masefield. De Cátulo a Yeats, sus maestros (con la posible excepción de Browning) han sido los más severos y perdurables de los dominios de la poesía”.
Lo curioso es que en la misma reseña, Wilson matizaba su entusiasmo e interponía entre Pound y la excelencia algunos reparos llenos de sentido: “Todavía se pasa
las dos terceras partes de su tiempo traduciendo o citando a otros poetas, y buena parte del resto imitándolos (donde antes se trataba de Browning o Yeats, ahora parece ser T.S. Eliot), y aún no ha logrado, en su obra original, dominar realmente su propio estilo, que continúa siendo remendado y agudamente autoconsciente”.
De algún modo, lo que Edmund Wilson comentaba en 1922 sobre un poeta que no había cumplido los cuarenta años serviría para la totalidad de la carrera del autor: Pound fue un artista distinguido, estricto, alocado y confuso. Una especie de sabio desbocado. Quien quiera comprobarlo puede acercarse a un libro curioso y lleno de interés publicado por la interesante editorial madrileña Capitán Swing. Se titula Guía de la Kultura, Pound lo publicó en 1938 y el que aspire atrapar su naturaleza en una definición va a tener serios problemas para hacerlo.
Cajón de sastre
Guía de la Kultura es una especie de cajón de sastre, con la peculiaridad de que en esta ocasión el sastre se ha leído todos los libros, es notablemente antisemita y tiene la cabeza centrifugando a una velocidad desmesurada. Para que el lector pueda hacerse una idea, diremos que el volumen arranca con un resumen de las ‘Analectas’, continúa con algunas reflexiones sobre Esquilo y Leibniz, avanza con un poema en homenaje y “alabanza” del conejo macho (“Soy el conejo macho, lo soy,/ la orilla es mi patio de recreo/
el verde monte es mi alimento.// Soy el conejo macho,lo soy, ¿qué le pasa al maldito hombre?/ Piel sin pelo, eso es lo que le pasa”) y termina, entre otras cuestiones, con algunas ideas sobre Kung, Chaucer, la entonación y el estudio de la fisonomía.
Por ejemplo: “La cultura no está destinada al olvido. La cultura empieza cuando se puede HACER lo que sea sin esfuerzo. El violinista que se pelea con una nota no ha llegado. El violinista perdido en la línea melódica, o más bien concentrado sin esfuerzo en reproducirla, ha llegado”.
O la versión poundiana de la historia del pensamiento: “Orientad la mirada por el margen de la historia y observaréis grandes olas, profundos movimientosy triunfos que caen
cuando las ideologías se fosilizan. Esto puede verse mejor en los mayores triunfos. La lección de la conquista mahometana y su fracaso es una lección para todos los reformadores, incluso para los pequeños movimientos de diez o de cuarenta años. Las ideas se fosilizan. Se crea un Corán y se construye una ortodoxia con la exigencia de que todo el mundo se la trague”.
O alguna de las más famosas equivocaciones de la máquina de teorizar: “Para establecer alguna tabla de valores entre los hombres que he visto, y con los que he charlado (…) Picabia, una inteligencia brillante. Gaudier tenía y Cocteau tiene talento. Mussolini, un gran hombre, demostrable en su influencia sobre los acontecimientos, inadvertiblemente en su rapidez mental, en la velocidad con la que su verdadera emoción aparece en su cara, de manera que sólo una persona deshonesta podría malinterpretar su
significado y sus intenciones básicas”.
Todas estas cosas –y un millón de ellas más– caben en esta Guía de la Kultura, un libro que tiene algo de clase magistral impartid a por un venerable sabio y algo de
charla de chiflado peligroso que se ha hecho fuerte en el Speaker’s Corner de Hyde Park. Es en su carácter misceláneo y en su potencia torrencial donde radica el particular encanto de este libro que según su furioso autor tiene un “título ridículo, truco efectista”.
Fascismo italiano
Como puede intuirse, además de un artista de una pieza, Pound fue un ser humano complicado. Uno de los episodios más oscuros de su biografía tiene que ver con su participación como propagandista del fascismo italiano en la Segunda Guerra Mundial. En 1945 fue detenido por los partisanos y entregado a las tropas americanas. Terminó siendo encerrado
en un campo de prisioneros de Pisa. Una vez terminada la guerra, Pound fue juzgado en su país, acusado de alta traición. Evitó la pena de muerte al ser declarado loco y pasó doce años internado en un hospital psiquiátrico.
Si Guía de la Kultura puede servirnos para conocer el pensamiento de Pound, la última novela de Justo Navarro –El espía (Anagrama)– es un método inmejorable para conocer a través de la ficción los años más turbulentos del poeta americano. En El espía Justo Navarro plantea un juego de intriga en busca de Ezra Pound. La novela sigue los patrones del ‘quest’ y está protagonizada por un escritor llamado J.N. que recala por casualidad en Pisa y entra en contacto con la historia del autor de los ‘Cantos’ a través de un
escritor de novelas de misterio llamado Carlo Trenti.
En apenas doscientas páginas, con un minucioso trabajo de documentación y una dicción precisa y envidiable, Justo Navarro reconstruye la historia de Ezra Pound y nos la ofrece envuelta en un estimulante halo de fría melancolía. El inicio de la novela tiene algo de declaración de intenciones y algo de invitación irrechazable: “Dos partisanos lo detuvieron. Fue la mañana del 3 de mayo de 1945, en Sant’Ambrogio, Rapallo, no muy lejos de Génova, región de Liguria, y en noviembre compareció ante un tribunal de Washington. Se llamaba Pound. Vivía en Sant’Ambrogio con dos mujeres, pero estaba solo cuando llegaron los partisanos. ¿Qué hacía en ese momento? Traducía a Mencio, filósofo chino, discípulo de un discípulo de un nieto de Confucio”.
Por Pablo Martínez Zarracina
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