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El desafío de Putin a la historia

Por Babelia   ·  24.09.2022

LIBROS | CRÍTICA DE ‘TENEMOS QUE HABLAR DE PUTIN’ Y ‘UNA BREVE HISTORIA DE RUSIA’

Dos ensayos de Mark Galeotti arrojan luz sobre el trasfondo de la invasión a Ucrania y ofrecen una semblanza del autócrata ruso tan poliédrica como interesante

Juan Luis Cebrián

JUAN LUIS CEBRIÁN

Unos rusos que estaban deseosos de abrazar el estilo de vida occidental empezaron a pensar que ellos y su nación estaban siendo humillados y mantenidos a distancia por una Europa dispuesta a acoger a bálticos y búlgaros, eslovacos y eslovenos, pero no a rusos”. Esta cita de Una breve historia de Rusia parece una buena introducción al comentario de las dos obras más recientes de Mark Galeotti, una la citada y la segunda, Tenemos que hablar de Putin, título por lo demás tan actual como sugestivo. El autor, formado en Cambridge y la London School of Economics, se dedicó durante años a investigar la política exterior y de seguridad rusa y es en la actualidad director de un centro de Inteligencia especializado en el tema. Ambos libros fueron escritos antes de la guerra de Ucrania, pero en la edición española incorporan dos codas redactadas después de la invasión. Recomiendo vivamente su lectura a quienes estén interesados en lo que ahora acontece en el corazón de Europa, y desde luego a los representantes políticos. Ellos son moralmente responsables de las decisiones pasadas y venideras al respecto de una guerra que se complica por momentos y está provocando no solo la muerte de miles de combatientes de ambos lados y de inocentes civiles, sino también una crisis considerable en la Europa democrática.

Los dos estudios son complementarios y se centran fundamentalmente en la figura del autócrata culpable de la invasión de Ucrania. Ofrecen una semblanza de él tan poliédrica como interesante, que ayuda a descubrir cómo toma sus decisiones e incluso a prever algunas de ellas. Galeotti hace un compendio de la historia rusa, desde su fundación primera en Kiev, sobre la que se asientan la leyenda y el convencimiento del Kremlin de que en el fondo Ucrania y Rusia han sido siempre un mismo pueblo y un mismo territorio. Por distorsionado que resulte, este es un imaginario útil para explicar los motivos que Putin enarbola como inútil justificación de su criminal aventura bélica. Aunque la brevedad de ese relato histórico lo hace en ocasiones de difícil comprensión, habida cuenta del aluvión de nombres y fechas que lo pueblan, finalmente nos ayuda a comprender que la Rusia de hoy se parece mucho a la del pasado, y su dirigente máximo aspira, consciente o inconscientemente, a ser heredero natural de Iván el Terrible o Pedro el Grande. Pese a la dureza letal de algunas de sus decisiones, al parecer Putin las sopesa largamente antes de tomarlas. “Tiene aversión al riesgo, no es un macho aventurero”, hasta el punto de que, según el autor, decidió que las tropas entraran en Ucrania solo en el último minuto. Semejante aseveración, de ser cierta, arrojaría sospechas sobre la actitud desafiante de la Casa Blanca cuando anunció repetidamente y con gran aparato mediático la previsible invasión antes de que tuviera lugar. En cierto modo Putin podría haber considerado aquello como una provocación y no una advertencia disuasoria. Se hace hincapié también en el papel predominante de la iglesia ortodoxa en la consolidación de la unidad territorial y el sentimiento nacionalista del inmenso país que es Rusia y en las demandas de seguridad y respeto que a lo largo de la historia Moscú ha exhibido frente a lo que consideran la amenaza exterior. En opinión del ocupante del Kremlin seguridad y respeto solo son posibles si se demuestra fortaleza, para la que Vladímir está emocionalmente más que preparado. Él mismo dijo que “aunque han pasado cincuenta años, las calles de Leningrado me enseñaron una cosa: si una pelea es inevitable, lánzate y pega primero”. Esa es la estrategia que le ha llevado a emprender la aventura de Ucrania. No esperaba la formidable resistencia de Kiev pues, en el fondo, estimaba imposible que los ucranianos dieran la espalda a Moscú.

Entender cómo actúa Putin no es una forma de justificarle, sino una condición para combatirle con perspectivas de éxito

Entender cómo actúa Putin no es una forma de justificarle sino una condición para combatirle con perspectivas de éxito. Rusia es una superpotencia en declive económico y militar cuya población no ha vivido jamás en democracia, y ha demostrado a lo largo de los siglos que es capaz de soportar sufrimientos y vejaciones sin cuento. Padece una cierta esquizofrenia de identidades: su realidad euroasiática no deja de ser una construcción intelectual. Repetidos esfuerzos por asimilarse a Europa, por ser parte de ella, han chocado no pocas veces no solo con el apego a sus diferencias sino con la propia reticencia europea, tendente a considerar a los rusos —dice Galeotti— “no como europeos del este, sino como asiáticos del oeste, o en el mejor de los casos como un híbrido bastardo”. Puede ser que ese sea el origen de que se le considere el país más complejo del mundo. En cualquier caso es también el más extenso y la primera potencia nuclear.

Está por ver cual es el desarrollo de la actual guerra, que en los días recientes no ha hecho sino empeorar para el ejército ruso. Cuánta es su duración y cual es su desenlace. De momento ha servido para levantar el telón de un nuevo escenario mundial en el que la incógnitas superan con crece a las certezas. La revolución de Lenin, al amparo de la primera gran contienda europea acabó con los Romanov. La segunda gran guerra, y la posterior guerra fría contribuyeron a consolidar primero el imperio de la Unión soviética y a despedazarlo más tarde. Para Galeotti estas son evidencias de que la Historia siempre gana y en su opinión Putin no debería haberse atrevido a jugar con ella. Ojalá acierte en el pronóstico.

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