CUANDO ISLANDIA QUEBRÓ, ESTE CÓMICO INVENTÓ EL ‘PARTIDO MEJOR’; COLGÓ SUS DISPARATADOS VÍDEOS EN LA RED Y LO QUE EMPEZÓ COMO UNA BROMA ARRASÓ EN LAS URNAS.
Jón Gnarr dice que él no es un político. Lo que sí es es un comediante fantástico. Reír y hacer reír a la gente es lo que más le gusta. Y también lo que se le da mejor. Por eso, no es extraño que, en el epicentro de la crisis financiera mundial, se le ocurriera lanzar el Partido Mejor. Una sátira del sistema político que había llevado a Islandia a la bancarrota. En consecuencia, presentó su candi- datura a la alcaldía de Reikiavik. Colgó unos divertidos vídeos en YouTube y se puso a hacer disparates. Pero la broma dejó de serlo cuando empezó a subir en las encuestas. Furiosos tras la crisis, cada vez más ciudadanos le apoyaban, así que ganó las elecciones y se convirtió en alcalde.
Su aventura en primera línea de la política duró cuatro años, del 2010 al 2014, y ahora la cuenta en su libro De cómo me convertí en alcalde y cambié el mundo, que Capitán Swing acaba de lanzar en España esta semana.
Nació en 1967, en el seno de una familia de clase media. Su madre trabajaba en una cafetería y su padre era policía. Su nombre original no era Jón Gnarr sino Jón Gunnar Kristinsson. Pero su difícil infancia, en la que llegó a sufrir violencia doméstica y tuvo que hacer frente a varios estigmas como la dislexia o el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), le llevaron a cambiarse de nombre cuando tenía 14 años.
“Jón Gunnar Kristinsson era un niño pequeño abandonado que consideraban un retrasado mental. Jón Gnarr, por el contrario, es un adulto optimista, creativo, honrado y valiente”, explica ahora. Sin embargo, las férreas leyes islandesas sobre nombres y apellidos nunca le han dejado oficializar el cambio.
Sin bachillerato ni certificado de estudios alguno, las expectativas laborales que se le presentaban eran limitadas. Hasta que conoció a un grupo de chicos de su edad a los que también les chiflaba hacer payasadas. Con algunos de ellos, de hecho, fundaría años más tarde el Partido Mejor.
Al principio, alternaba las actuaciones cómicas en fiestas y actos con su profesión de taxista en las calles de Reikiavik. Pero al cabo de un tiempo, su carrera cómica empezó a cuajar y empezó a dedicarse a ello a tiempo completo hasta el punto de convertirse en uno de los comediantes más conocidos y populares del país.
Tal desenlace revela, por ejemplo, lo equivocado que estaba uno de sus profesores de adolescencia cuando le decía que con sus “tonterías” nunca llegaría a nada. “Desde entonces y hasta ahora, he constatado todo lo contrario. Sin mi sólido sentido del humor, hoy quizá estaría metido en algún psiquiátrico”, bromea.
Entre todos los sketches, obras de teatro, programas de televisión y libros que ha ideado a lo largo de su carrera, considera que la creación del Partido Mejor ha sido su “mayor genialialidad”. La idea le vino a la cabeza tras la debacle financiera que su mió a los islandeses en una intensa depresión. La desmesura neoliberalista y desreguladora previa a la crisis había permitido que los bancos se hincharan desproporcionadamente, hasta suponer 10 veces el PIB del país. Nunca había sido tan fácil obtener crédito como hasta entonces y la ola consumista contagió a buena parte de la población, que empezó a endeudarse sin pensar mucho en las consecuencias. Con el reventón de la burbuja, los bancos cayeron en bancarrota y la corona islandesa se desplomó.
Muchas familias, que habían firmado créditos en divisa extranjera, vieron cómo su deuda se disparaba hasta lo absurdo. La gente estaba muy enfadada y la sociedad necesitaba “algo nuevo de verdad; había llegado el momento de que los políticos se apartasen de sus frases prefabricadas y abandonasen el esquema de pensamiento rígido y tradicional de izquierda-derecha. ¿Qué haces cuando tienes que elegir entre dos opciones y las dos son igual de malas? Te inventas una tercera”. Y así fue como se inventó el Partido Mejor, con la sátira y el sentido del humor como principal signo de identidad. Gnarr se inspiró en el personaje que había creado para un sketch: “Era un político local simplón con modos autoritarios y las promesas de campaña más absurdas posibles”. Una ridiculización de la clase política dominante. Crearon el sitio web e idearon el logo, el típico pulgar hacia arriba, símbolo internacional de acuerdo, de amistad. Eligieron la tipografía más fea y la combinación de colores más horribles que pudieron encontrar. Copiaron fragmentos de los programas electorales de los demás partidos y los mezclaron todos, “de un modo bien surrealista, para hacer un cóctel único, sin ningún sentido, pero plenamente positivo”. Y, para sorpresa de todos, ellos mismos incluidos, sus resultados en las encuestas empezaron a aumentar de modo imparable, hasta ganar las elecciones. De la noche a la mañana, el bufón se convirtió en alcalde y, con el humorismo y la creatividad como armas, intentó desmontar la imagen dura, fría y de tenerlo todo bajo control que suelen tener los políticos. Su primera decisión fue imponer a sus socios de Gobierno ver las cinco temporadas de The wire, su serie favorita. En el 2010 y el 2011 participó en la Fiesta del Orgullo Gay vestido de drag queen y en la del 2012 cambió ese disfraz por el de las Pussy Riot.
Pero más allá de las excentricidades, su gabinete de gobierno se tomó en serio su trabajo. La prueba es que poco antes del fin del mandato, las encuestas indicaban buenas posibilidades de salir reelegido. Sin embargo, Gnarr tomó la decisión de no presentarse. Al fin y al cabo, lo que había fundado era un partido sorpresa y si repetía, dejaría de serlo.
Artículo de Gloria Moreno.
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