na de las noticias literarias del año recién terminado fue la edición en castellano de ‘Las niñas clandestinas de Kabul’ (Capitan Swing), de la periodista sueca, afincada en Nueva York, Jenny Nordberg. Un relato estremecedor sobre el colmo del acoso a la mujer: las ‘bacha posh’, niñas vestidas como niños, principalmente en Afganistán, pero también en Irán, Irak, India, Birmania, Catar…, países donde nacer niño es una bendición y niña un problema, muchas veces traducido en drama.
A principios del milenio, tuvimos la ocasión de aproximarnos a esa costumbre, silenciada pero no ignorada, a través de la película Osama, de Siddiq Barmak, que pudo salir adelante gracias a la ayuda y la financiación del director iraní Mohsen Makhmalbaf, filme que transcurre durante el mandato de los talibanes, que prohibieron la realización de todo tipo de películas. El relato de Nordberg está, sin embargo, centrado en un Afganistán reciente con una presencia muy importante de la comunidad internacional, no solo militar.
Pero es necesaria una visión histórica para contemplar la realidad actual. Un pasado de monarquía absolutista, régimen procomunista, emirato islámico y multitud de etnias controladas por señores de la guerra, siempre dispuestos a apoyar al mejor postor. País con un nivel altísimo de mujeres analfabetas, que pasan la mayoría de su tiempo encerradas en casa, al capricho de sus maridos, que les impiden salir solas a la calle, donde el burka es tan normal como los matrimonios amañados desde la infancia, un componente de clase más del sistema patriarcal.
Donde la única finalidad del sexo es tener hijos varones, no como deseo sino como obligación. Donde ellas no tienen posibilidad de explorar ni su sexualidad, ni sus fantasías. Donde no existen espacios de intimidad y el sexo es tabú. Donde una mujer violada es acusada de adulterio, donde muchas se suicidan con aceite hirviendo de cocinar para acabar con la violencia de género. Donde las niñas son monedas de cambio para pagar deudas y favores. Donde no tener niños te hace aparecer como una familia débil y vulnerable, siendo difícil confiar en una mujer que no ha concebido varón, experimentando con métodos poco científicos para lograrlo.
Un país donde no existe el Estado y el único valor existente es la reputación, que pasa por preservar las tradiciones y huir de los cotilleos, donde lo único significativo de las mujeres es el útero como muestra de género y de cierto poder. Donde las parlamentarias no pueden sonreír ante los medios de comunicación, ni en público, para no ser catalogadas como frívolas y ligeras.
Con esta realidad, las niñas, por pura supervivencia, pasan a la clandestinidad convirtiéndose en niños con el beneplácito de padres y madres y la complicidad de los más allegados.
Ninguna ha elegido ser varón, pero de alguna manera aceptan la complicidad y el shock se produce al llegar a la pubertad. ¿Qué hacer entonces? ¿Renunciar a “los privilegios” que han tenido durante los pocos años de infancia? ¿Cómo modificar pensamientos y comportamientos adquiridos? Un ejemplo de sociedad disfuncional donde, como dice Judith Butler, “el sexo está decidido al nacer, el género no”. ¿Querrían ser hombres en otras circunstancias?
Sobre todo esto se centra la investigación de la periodista sueca. Con entrevistas y viajes por todo el país con personajes, menos uno, reales. Llama la atención la amplia presencia de miembros de la comunidad internacional -diplomáticos, militares, cooperantes…-, que, sin embargo, desconocen la existencia de las bacha posh, poniendo de alguna manera de manifiesto que su presencia es meramente económica y militar.
Una de las mujeres entrevistadas, Azita, manifiesta que la comunidad internacional sólo se dirige a las mujeres parlamentarias, como ella, para hablar sobre temas de mujeres; para el resto de cuestiones nunca son requeridas, siguen siendo invisibles. Cómplices también las agencias humanitarias, la cooperación internacional y sus trabajadores, algunos de los cuales pasaron antes por los Balcanes y Bagdad, y cuyos sueldos pueden sobrepasar los 15.000 dólares mensuales, o ciertos integrantes de los cuerpos diplomáticos, que nunca han salido de la red protegida, pasando del aeropuerto a la hierba verde de sus embajadas “en un país donde todo es polvo y arena”.
Afganas vistas como “problema”, no como una prioridad política. Nordberg explica: “La historia de Afganistán en las últimas décadas es un ejemplo de cómo las mujeres –y el control que se ejerce sobre ellas- siempre ha estado en el núcleo del conflicto”. “Los que controlan la vida y los cuerpos de las mujeres controlan el dinero y detentan el poder. Las mujeres encerradas en casa, sea con la excusa de la religión, la cultura o el honor, no pueden ganar dinero y nunca tendrán poder… Las mujeres a las que no se les concede voz sobre la reproducción de sus propios cuerpos nunca podrán desafiar a los hombres por el poder económico. Quienes detentan el poder de la vida controlan el universo”. Desviarse de dichos roles tradicionales pone en entredicho la economía tradicional más estricta.
Ante realidades como la afgana, lo normal es plantearse la elección entre género y libertad. Muchas de esas rebeldes se transformaron, no sólo en Afganistán sino también en Irán –donde no está permitida la homosexualidad, pero sí el cambio de sexo-, Camboya, Birmania, India, Irak, Catar y otros países. Criadas como varones por pura supervivencia.
Deseos de libertad contra la segregación que las hace invisibles. Pasar por hombres para no ser vendidas o prostituidas, para poder trabajar, para no ser obligadas a casarse, para poder realizar actividades tan simples como pasear por las calles o ir al fútbol. También para hacer deporte, como atletas, como ciclistas o boxeadoras, tal como podemos ver en Boxing for freedom (2015), la multipremiada película española dirigida por Juan Antonio Moreno Amador y Silvia Venegas Venegas que nos relata la historia de Sadaf Rahimi, la mejor boxeadora afgana, que se enfrenta a las tradiciones de su país y a su propio objetivo de ser una mujer libre. Sus éxitos en el boxeo y en los estudios la convirtieron en un referente para muchas jóvenes de su país. Un camino plagado de amenazas y dificultades para la inmensa mayoría de las mujeres afganas, y que desde Occidente seguimos ignorando.
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