«Mañana es la fiesta de Santa María Magdalena. Esta tierra que pisamos ha acogido los cuerpos de mujeres de nuestra comunidad, de sus hijos y sus neonatos; mujeres que atendieron las necesidades de muchos hombres, pero cuyas necesidades fueron pasadas por alto; mujeres a la que se pagaba por el amor, pero a las que se les negó el obsequio del verdadero amor; mujeres a las que se utilizó para llenar las arcas de la Iglesia, pero que fueron rechazadas por esa; mujeres a las que se excluyó por sus pecados, a pesar de que Jesús las habría incluido», aseguró el deán de la catedral de Southwark un 21 de julio en un solar cerca del Támesis y ante una veintena de personas, un montón de clérigos y la estatua de una virgen acunando a una gansa.
Un solar donde hasta el siglo XIX se enterraban a prostitutas y a sus hijos bastardos. Un lugar sin lápidas ni indicaciones que tuvo que cerrar en 1850 porque estaba abarrotado, porque ya no había tierra para tapar tantos huesos. «No podemos enmendar los pecados de ayer, pero sí podemos hacer lo correcto hoy. Por eso estamos aquí, arrepentidos, para recordar y seguir haciendo lo que empezamos un día como este hace ya varios años: rezar por la restitución de esta tierra, de estos recuerdos y de las almas eternas de nuestras hermanas y sus criaturas. Oremos pues», añadió en relación a cómo la Iglesia nunca les permitió descansar en campo santo.
Las palabras del deán las escuchó el escritor Peter Ross cuando acudió a ver esta ceremonia anual y ahora cuenta la historia de este lugar, Crossbones, en su libro Una tumba con vistas (Capitán Swing) donde no solo habla de este lugar londinense, sino de muchos otros donde sus muertos tienen algo que contar, una historia que se debería conocer.
En este caso la de cómo durante la Edad Media la Iglesia dio permiso a las mujeres para ejercer la prostitución, y así calmar ciertas necesidades masculinas, pero les prohibió enterrarse en un lugar sagrado porque sus cuerpos no podían yacer al lado de los de las mujeres dignas. No sólo a ellas, también a sus hijos normalmente morían muy jóvenes por las condiciones pésimas de vida o no llegan a nacer vivos.
La historia de Crossbones es llamativa por varios motivos: el primero porque aunque en el medievo a esta zona se la conocía como la zona oscura y ni siquiera pertenecía a Londres, ahora se encuentra muy cerca del London Bridge y porque su uso no fue minoritario sino al contrario. Hubo tantos cadáveres en este terreno de 30 por 40 metros que en 1853 tuvieron que cerrarlo. «Está atestado de muertos y muchos fragmentos de huesos sin descomponer, algunos incluso enteros, se mezclan con la tierra de los montículos que cubren las tumbas», aseguraba el informe de inspección que condujo al cierre y que Ross recoge en este libro.
Las reglas en este lado del río no eran las mismas que en el centro Londres, y se conocía como la zona oscura porque todo lo ilegal estaba permitido, como el teatro (por eso el Shakespeare’s Globe estaba aquí), las peleas de animales y las prostitutas. A estas mujeres se las conocía como Winchester Geese, en castellano, las Gansas de Winchester, porque siempre iban de blanco, incluso cuando uno de los hombres con lo que habían estado se contagiaba de una enfermedad de transmisión sexual se decía que le había mordido una gansa. Por eso, la virgen que ahora «las guarda» no tiene un niño entre los brazos si no una gansa a la que acuna.
Casi tres siglos y más de 15.000 cadáveres
Aunque no se sabe la fecha exacta en la que se abrió este cementerio, la primera cita sobre él es del autor John Stow, que escribió sobre su existencia en el año 1598, llamándolo «el cementerio de las mujeres solteras» y dando por hecho que ya tenía una larga trayectoria. Se calcula que durante los siglos que se mantuvo abierto llegaron a enterrarse unas 15.000 personas.
En 1886, a los 30 años de su cierre, se vendió en una subasta y se utilizó para «circos económicos, montañas rusas, espectáculos de figuras de cera y de fantasmas, carruseles de vapor, etc., amenizados por órganos de vapor y de otro tipo, cascabeles, tambores, campanas y silbatos», tal y como recoge Ross de una de las denuncias que presento un diputado local.
Cuando años más tarde, a finales del siglo XX, en 1992, empezaron con la ampliación de una de las líneas de metro, la línea Jubilee, tuvieron que excavar por debajo y «los arqueólogos extrajeron 148 esqueletos de mediados del siglo XIX, de los cuales cerca de un tercio eran de niños y de los adultos, dos tercios eran de mujeres», narra Ross.
También que «esa gente sufrió mucho: ataúdes baratos, huesos deformados, vidas entre niebla tóxica y barrios bajos. El reformador social victoriano Charles Booth, en su mapa de la pobreza de Londres codificado por colores, mostraba las calles cercanas al cementerio en tozos azules y negros», añade y explica que era los que se daban a «la clase más baja, depravada y semidelictiva».
Quizá la historia más dura de este cementerio sea una de las que se descubrieron al analizar los huesos que se encontraron durante las obras de ampliación del metro. Eran los de una adolescente que murió en torno a 1850 y que a día de hoy es conocida como la Chica de Crossbones por un documental que le dedicó la BBC. «Medía menos de metro y medio y había sufrido una sífilis terrible, tenía los huesos picados, agujereados y lesionados. Los antropólogos forenses del Centro de Anatomía e Identificación Humana de la Universidad de Dundee han sugerido que pudo haber sido prostituta y haber contraído la enfermedad de muy pequeña, un detalle macabro. La enfermedad la desfiguró, pero parece que no la mató. Se ha especulado que se llamaba Elizabeth Mitchell y que murió de neumonía en el hospital de la caridad de St. Thomas».
Una mujer de las miles que se enterraron allí que, como explica Ross, representa a la perfección las condiciones de vida, cómo se las prostituía desde muy pequeñas y cómo la Iglesia las usó pero no quiso tenerlas cerca. «Por eso van a pedir perdón, a resarcirse», explica.
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