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El buen antepasado: la nueva teoría para salvar el planeta es vivir hoy pensado a largo plazo

Por La Vanguardia  ·  16.11.2022

El sociólogo Roman Krznaric defiende en ‘El buen antepasado’ (Capitán Swing) la responsabilidad
y obligación de dejar un planeta habitable, no solo medioambientalmente, a las generaciones futuras

¿Qué puedo hacer yo, desde hoy y en lo que me resta de vida, para dejar un planeta que no lastre la supervivencia de las generaciones futuras? ¿Por qué las políticas de los gobiernos son cortoplacistas y ajustadas a los períodos electorales? ¿Por qué las grandes empresas no levantan la mirada más allá de las cuentas de resultados trimestrales y en general no les importa el daño que causan en el medio ambiente? ¿Hemos perdido, como humanos, la virtud de planificar el futuro? El australiano Roman Krznaric, doctor en Sociología Política, filósofo y fundador de The School of Life, en Londres, responde a estas y muchas otras preguntas en su último ensayo, El buen antepasado. Cómo pensar a largo plazo en un mundo cortoplacista (Capitán Swing). Pensar a largo plazo es urgente, sostiene Krznaric, “porque nunca antes en la historia de la humanidad nuestras acciones han sido tan potencialmente destructivas como ahora”.

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Pero ¿qué es ser un buen antepasado? Lo será aquella persona, grupo o sociedad que toman ahora las decisiones económicas, políticas, legislativas y sociales que no hipotequen ni destruyan los medios y recursos que necesitarán las generaciones futuras para vivir con dignidad en la Tierra. Son los ciudadanos que hoy actúan de manera responsable para facilitar un mundo mejor para los nietos de sus nietos y más allá. Y serán recordados como “buenos antepasados” porque dejaron un planeta más limpio, una economía más igualitaria, un mundo con menos guerras, una sociedad más justa y con menos discriminación…

Ser un buen antepasado no es fácil. En primer lugar, porque no disfrutaremos del reconocimiento de haber hecho lo correcto: ya estaremos muertos. Además, comportarnos como es debido, pensando en el futuro de la humanidad puede suponer tomar decisiones que no nos beneficien, pero que defenderemos por el bien común.

Es urgente pensar a largo plazo porque hemos desarrollado una sociedad que ha colonizado el futuro y con sus acciones vamos hacia el suicidio ecológico”

Roman KrznaricSociólogo y filósofo, autor de ‘El buen antepasado.. Cómo pensar a largo plazo en un mundo cortoplacista’ (Capitán Swing)

Afrontar y resolver en el ámbito político, económico y social (también en el personal) el reto de querer ser un “buen ciudadano” requiere una mirada a largo plazo y vivimos en una era de cortoplacismo patológico. “Esta es la época de la tiranía del ahora”, afirma Krznaric en su obra. “Es urgente establecer el pensamiento a largo plazo y tenemos que hacerlo ahora mismo. Y es urgente porque hemos desarrollado una sociedad que ha colonizado el futuro y con sus acciones vamos hacia el suicidio ecológico”, declara en una entrevista para Magazine Lifestyle.

Krznaric sostiene que nos comportamos como depredadores del futuro y de forma parecida a como lo hicieron los colonizadores de las Américas, de África, de Asia o de Australia, su país. Es decir, con el máximo desprecio por las personas que allí vivían y con el máximo afán de explotar sus riquezas: “Creo que sí hay una similitud entre una y otra forma de colonización, con la diferencia de que en las colonizaciones pasadas se sometía a la gente que vivía allí y ahora tratamos el futuro como un lugar deshabitado, donde no hay nadie, donde no va a ser necesario usar la fuerza, porque no va a haber nadie que ofrezca resistencia”. Pero estará habitado y estamos diezmando los recursos naturales de esa gente que aún no está ahí.

No quiera ser Steve Jobs

Roman Krznaric reflexiona sobre los actos cotidianos: “Cuando Steve Jobs se miraba cada día en el espejo se preguntaba: ‘Si este fuera mi último día, ¿haría lo que estoy a punto de hacer hoy?’. Es la idea de vive tu día como si fuera el último. Yo creo que nos tendríamos que preguntar otra cosa cuando nos miramos al espejo: ‘¿Qué puede hacer un buen antepasado?’. Y al final del día, insistir: ‘¿Qué hice hoy para ser un buen antepasado?’. Creo que los cambios personales comienzan con estas reflexiones y que la lucha por descolonizar el futuro es una lucha colectiva… quizás podamos sembrar ahí una semillita”.

Krznaric analiza en su ensayo que el cerebro humano es muy dado a actuar de forma cortoplacista, para evitar un peligro u obtener un beneficio o placer inmediato. “No es culpa nuestra y el cortoplacismo de nuestras mentes forma parte de la evolución, que tiene una base de acción-reacción, porque tenemos que estar alerta ante los peligros y, si viene un tigre, corremos. Desgraciadamente, nuestras mentes no están preparadas para salir corriendo cuando nos viene de frente Facebook, Google o Instagram”, declara con ironía a Magazine.Lee también

El sociólogo recuerda que lo que nos hace específicamente humanos es pensar a largo plazo. Pero en este mundo globalizado reina el corto plazo. Por ejemplo, en la política: “La idea de las elecciones cada cuatro años era el progreso, comparado con el régimen de la monarquía establecida. Pero ahora, el funcionamiento de los sistemas políticos son cortoplacistas y también lo son las políticas y los políticos, pendientes del último tuit y retuit”. Resalta que también es cortoplacista la bolsa, que decide en nanosegundos compras y ventas millonarias. Como lo es el neoliberalismo y las grandes empresas, “cuyo largo plazo es a cinco o diez años vista, porque más allá ya no hay beneficios”. Krznaric sentencia:“Somos avariciosos, pero somos avariciosos a corto plazo; no a largo plazo, porque no vamos a estar”.

Que no veamos ahora mismo la urgencia de establecer este pensamiento a largo plazo tiene que ver con que raramente pensamos más allá de nuestra muerte, que es “el punto de corte habitual para nuestra imaginación”. Para ayudarnos a cambiar, Krznaric propone pequeños juegos mentales y algunas propuestas de acción. Por ejemplo, pensar que desde el punto de vista antropológico formamos parte de un hilo que arranca en nuestros abuelos y padres, sigue en nosotros y se proyecta hacia nuestros hijos y nietos. Es un período de unos 250 años; por tanto, no tendría que ser tan difícil pensar a largo plazo. También puede añadir un 0 al año en que vivimos y escribir que estamos en el 02022, porque visualiza otra dimensión temporal.Párrafos para recordar1

Los tres modelos principales de desarrollo económico que han prevalecido desde que se acabó la Segunda Guerra Mundial -el neoliberalismo; su predecesor, el keynesianismo; y el marxismo- comparten la creencia en el crecimiento económico infinito como instrumento para el progreso humano. Esta fe subyacente en el crecimiento es lo que plantea el mayor reto para garantizar un futuro largo a la humanidad. Como dijo el economista Kenneth Boulding a principios de los años setenta: “Quien crea que el crecimiento exponencial puede continuar indefinidamente en un mundo finito, o bien es un loco, o bien un economista. 

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El argumento de la flecha disparada en un bosque: “La felcha guarda relación con el grado en que somos responsables de las futuras consecuencias de nuestras acciones. Una de sus formulaciones más conocidas aparece en los escritos del filósofo Derek Parfit: ‘En sí misma, la lejanía en el tiempo no tiene más importancia que la lejanía en el espacio. Supongamos que disparo una flecha en un bosque apartado y hiere a una persona. Si yo debía saber que podía haber alguien en el bosque, soy culpable de negligencia absoluta. Como esa persona está lejos, no puedo identifica a quién he herido. Pero no es excusa. Tampoco es excusa que esa persona esté lejos. Deberíamos hacer las mimas afirmaciones sobre los efectos en personas temporalmente alejadas'”.

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En todo el mundo, la construcción de centenares de presas, canales y carreteras ha ocasionado en el último siglo un perjuicio ecológico incalculable en nombre del “desarrollo” y el “progreso”. Ya se ha vertido  suficiente cemento para envolver todo el planeta en un ataúd esférico de dos milímetros de grosor que se extiende incluso a los océanos del mundo (yeso no es todo: la industria del cemento genera alrededor de un 5% de las emisiones globales de dióxido de carbono).   

Propone que entendamos la herencia, o nuestro legado, no solo circunscrita a la familia, sino como algo que concierne a la humanidad. Nos recuerda que disfrutamos de democracias y derechos humanos porque hubo antepasados que actuaron movidos por el beneficio propio y de clase, es verdad, pero que también creían que estos cambios beneficiarían a la humanidad. Por tanto, “ahora tenemos que pensar nosotros en los derechos de las futuras generaciones”.

Krznaric nos recuerda la regla inexorable de la curva S o curva sigmoidea, que puede observarse tanto en los seres vivos como en las edificaciones humanas: sociedades, imperios, economías… Esta curva es obstinada y nos recuerda que ningún crecimiento es ilimitado ni perpetuo, a pesar de que la Ilustración sembró esa semilla en muchas mentes de historiadores, políticos y pensadores. La gráfica de la curva S muestra una línea de ascenso moderado al inicio y un despegue más o menos abrupto y sostenido en el tiempo… hasta que llega a un pico donde nace la desaceleración (período de “madurez”). A partir de ahí, se inicia un descenso sostenido e imparable hasta el declive final.

Nada escapa a la curva sigmoidea. “Es la línea de todas las cosas humanas”, sostiene el experto en conducta organizativa Charles Handy. Esta representación no señala, por sí sola, cuándo ocurrirá la ralentización o la debacle definitiva, pero nos recuerda que se producirá sin lugar a dudas y esa “fatalidad” debería hacernos más sabios: “Evidentemente, estamos en el lado equivocado de la curva”, sentencia Krznaric. “Hay que llegar a acuerdos internacionales para frenar el uso del carbono. Y seguimos obsesionados con la idea del crecimiento económico constante del siglo XX y eso ya no es posible”.

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