El barro del Támesis oculta una gran historia

Por La Voz de Galicia  ·  20.01.2023

Lara Maiklen, rebuscadora de objetos en las orillas del gran río inglés, publica sus hallazgos, desde jarras romanas a maravedíes

Cansada de un trabajo aburrido, Lara Maiklen decidió un día, hace ahora veinte años, pasear por la vecina ribera del Támesis y poco después descendió a la orilla. Había crecido en una granja, en una casa antigua, que la invitaba a familiarizarse con la naturaleza y con la historia de aquellas paredes. Su madre guardaba objetos familiares que evocaban las vidas de sus ancestros.

Aquellos primeros paseos por las orillas del Támesis le desvelaron la posibilidad de encontrar paz y calma, de alejarse del frenesí urbano. En las mareas bajas, emergían del barro botellas de cerveza del siglo XIX, pipas de arcilla, cuentas chevron de vidrio quizás fabricadas en Venecia. Había encontrado lo que ahora describe como «un gran hobby».

El término mudlarking, que podría traducirse literalmente como «juguetear en el barro», se acuñó en el siglo XIX para describir a los niños que buscaban carbón, clavos, monedas… en las orillas del río y los vendían para conseguir unas perras. Tanto los infantes como los adultos que rebuscaban algún tesoro eran pobres y tenían fama de malolientes.

Mudlarking es el título de un libro publicado ahora en España por Capitán Swing, con una excelente traducción de Lucía Barahona. Maiklen traza en sus cerca de trescientas páginas el itinerario del río desde la esclusa y presa de Teddington, en el oeste de Londres, hasta su estuario. Es el fragmento del río cuyo flujo es regido por las mareas, un gran caudal para que la autora se sumerja en las profundidades de la historia.

«Nunca me han interesado las batallas, los reyes o las fechas que nos enseñaban en la escuela», declara Maiklen. «Me interesa coger algo con mis manos y entender cómo vivía la gente normal. Encuentro seguridad y confort en el pasado. Me dice que aquí ha vivido gente». Halla tipos de imprenta o jarras de garum, una salsa de vísceras fermentadas de pescado de la época de los romanos, posiblemente hecha en Iberia.

Con permiso

Mudlarking no es ahora una ocupación mal vista. La marea se llevaría joyas arqueológicas si los rebuscadores no las encontrasen. La Autoridad Portuaria del Támesis es propietaria de todo y ya no emite más licencias. Los aspirantes debían de cumplir, entre otros requisitos, el de haber enviado hallazgos en los últimos dos años al Esquema de Antigüedades Portables, parte del British Museum.

Todos los objetos con más de trescientos años de antigüedad han de ser registrados. Todos los hallazgos metálicos con un 10 % de oro o plata son calificados en una ley como tesoros y se debe informar de ellos a un juez local.

El más largo depósito arqueológico conocido no se libra, sin embargo, de las fugas que depara la vida moderna y practicantes del mudlarking ofrecen sus mercancías en eBay.

Maiklen diferencia a sus colegas como cazadores o recolectores. Entre los primeros hay mayoría de hombres, armados de detectores eléctricos o palas para excavar. Una mayoría de las mujeres que frecuentan el barro se contentan con la experiencia de observar con paciencia el terreno fangoso a la espera de que una forma o un destello incite a una pesquisa cuidadosa, arrodilladas y con guantes.

«No hay descubrimiento si no lo compartes», explica Maiklen. «Si lo encuentras, debes mostrarlo a una audiencia más amplia, porque nuestra historia es compartida. Yo no poseo los objetos de mi colección, soy su custodio en este momento. No los tendré siempre, tendrán otra vida. La gente no debería comerciar con ellos. Es inmoral».

Desde el descubrimiento de un tronco de olmo hueco que se utilizaba para desagües a la moneda del maravedí que debió caer de los bolsillos de un pirata -que había pasado por la América hispana- y que fue encontrada junto al lugar donde se les ahorcaba. Finalizando el recorrido en un estuario salvaje, de mareas peligrosas, el viaje de Maiklen es un gran fresco histórico reconstruido a partir de minucias embarradas.

Con un espíritu similar, aunque apelando a la basura, los residuos plásticos y el reciclaje, y en una crítica al consumo desmedido en que se mueve esta sociedad capitalista, la artista compostelana afincada en Inglaterra María José Arceo también recorre desde hace años las orillas del Támesis, aunque su cosecha es reutilizada en sus peculiares y coloridas esculturas e instalaciones.

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