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El baile sin ataduras de la Chana

Por El Periódico  ·  22.03.2018

‘El magnífico bobo’ (‘The Bobo’, 1967) es una comedia de Robert Parrish en la que Peter Sellers interpreta a un improbable torero que se establece en Barcelona con la pretensión de ganarse la vida como cantante; en la capital catalana, un empresario del mundo del espectáculo llamado Francisco Carbonell (Rosanno Brazzi) le promete un contrato si en un plazo de tres días consigue seducir a Olimpia Segura (Britt Ekland), la mujer más deseada de la ciudad. La película, rodada en los estudios Cinecittà de Roma, dura 103 minutos; de ellos, 98 son perfectamente olvidables, una nadería. Pero los otros cinco son sublimes. Y pertenecen en exclusiva a una bailaora gitana del barrio de la Torrassa de L’Hospitalet de Llobregat: Antonia Santiago Amador. La Chana.

La escena es como sigue: Sellers y Ekland, sentados a una mesa en la primera fila de un tablao, conversan ajenos a lo que sucede en el escenario hasta que, deseoso de desviar la atención, él se gira y anuncia: “Mira, empieza el espectáculo”. En ese momento aparece la Chana dando palmas, rigurosa y desatada, como una tormenta oscura. Y el tiempo se detiene. Baila por alegrías, pero lo que transmiten su rostro, sus brazos y sus velocísimos pies es un sufrimiento cósmico, una angustia tan íntima que parece imposible de desentrañar. “Una pelea entre el alma y el cuerpo”, como ella misma lo describe hoy, medio siglo después. Probablemente no hay testimonio visual más elocuente del arte primordial de la Chana que esos cinco minutos incrustados en medio de una comedia intrascendente de estética pop.

La escena del tablao de ‘El magnífico bobo’ fue lo que acabó de convencer a la realizadora croata Lucija Stojevic de aceptar la propuesta de Beatriz del Pozo, pianista clásica y profesora de baile flamenco, para convertir la historia de la bailaora de la Torrassa en un documental. “Ver esas imágenes me dejó en ‘shock'” relata Stojevic. “En ese momento la Chana tenía 19 años, pero expresa algo tan profundo que parece que tenga 40. Es como una hechicera”. Y de aquel hechizo nació la película ‘La Chana’, que ha sido distinguida hasta la fecha con los premios Gaudí y Feroz al mejor documental, además de otros muchos galardones en festivales de todo el mundo.

Desde aquellos comienzos nacidos del puro instinto, el arte de la Chana ha sido siempre autosuficiente. “No he conocido un artista tan radicalmente autodidacta como ella”, asegura Beatriz del Pozo. “Yo no ensayo nunca -explica Antonia-. Les digo a los cantaores: ‘Vosotros cantadme bien y yo arremeto’. Ensayar va bien, porque queda todo más bonito, pero… échale guindas al pavo y sal a improvisar, porque ahí está la verdad. Yo me emborracho conmigo misma. Cuando es flamenco puro, no hace falta echarle agua para ponerlo bonito”.

“¡Vete ya con las panteras!”
Con 14 años debutó en La Bota de Tossa de Mar, persuadida por su tío Chano (del que tomó el nombre artístico) ante la oposición del resto de su familia. A los 18 actuaba en Los Tarantos de la plaza Real, donde su forma de bailar fascinó a Salvador Dalí, que visitaba regularmente el local acompañado por sus ocelotes. “Yo no sabía que fuera tan famoso”, recuerda la Chana, que sentía terror cada vez que aparecía el pintor con los felinos. “Cuando venía Dalí, aplaudía y hacía ‘¡uuuá uuuá!’, que parecía que estaba loco ‘perdío’. Y yo lo miraba y decía: ‘¡Vete ya con las panteras!'”.

Pero el verdadero terror estaba en casa, donde Antonia vivía el infierno de un matrimonio con un guitarrista gitano que se quedaba su dinero y le propinaba unas palizas de muerte casi a diario. Aún hoy a la bailaora le cuesta horrores hablar de ese tiempo que pasó junto a un maltratador cuyo nombre prefiere no mencionar. “He estado 30 años y pico callando. La gente me pregunta ‘¿por qué no lo dejaste?’, y yo creo que prefería aguantar antes de que a alguien le pasase algo. Cuando los payos se pelean, se pegan puñetazos y ya está, pero algunas peleas de los gitanos no son a puñetazos…”.

En Los Tarantos la descubrió Peter Sellers, que pasó a encabezar un club de admiradores famosos al que se sumaron tiempo después leyendas de la danza como Maya Plisétskaya o Mijaíl Baríshnikov; la Chana triunfó en el tablao Los Canasteros, templo madrileño del flamenco regentado por Manolo Caracol; causó sensación con su aparición en el programa ‘esta noche fiesta’ de TVE; viajó a Australia, a Chile, a Argentina… y cuando ya tocaba el cielo artístico con la punta de los dedos, vio cómo su marido, convertido en representante único, saboteaba su carrera enfrentándose a todos los promotores y dejándola sin contratos.

Estuvo cinco años alejada de los escenarios. Olvidada por todos. “Me quedé en casa guisando, haciendo paellas y estofados, que por eso ahora cocino tan bien”. Privado de los ingresos de la Chana, su marido optó por abandonarla y montarse una nueva vida en Santander con el patrimonio ganado por la bailaora, que buscó refugio en el culto evangélico. Alentada por una visión de su amigo Peret -“he soñado contigo, Chana, y te he visto bailando con la bata de cola”-, en 1985 volvió a los tablaos y dio varias vueltas al mundo como parte del espectáculo ‘Cumbre Flamenca’. Se casó de nuevo y se retiró, esta vez voluntariamente. Y de ese retiro han venido a sacarla ahora Lucija Stojevic y Beatriz del Pozo.

Antonia Santiago Amador no puede contener las lágrimas cuando agradece a Lucija, a Beatriz y “al señor Jesucristo” haber podido disfrutar de este nuevo y tardío reconocimiento. Dentro de tres semanas se marcha a Nueva York para presentar la película y para bailar. Ahora baila sentada en una silla, zapateando sobre una tabla de madera, pero su presencia sigue impresionando igual que cuando irrumpió en aquel falso tablao de Cinecittà. “En el baile hay una pelea entre el alma y el cuerpo. Y, claro, el alma puede más, porque no pesa y es más rápida. Pero el cuerpo tiene que intentarlo y resistir”. La Chana resiste.

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