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El ascenso del hombre

Por Estudios de Política Exterior  ·  11.06.2016

Somos criaturas singulares. El mundo está lleno de adaptaciones hermosas, exactas, gracias a las cuales los animales encajan en su medio ambiente como una rueda dentada en otra. Las mariposas, por ejemplo, mimetizadas con hojas e incluso con criaturas nocivas para engañar a sus depredadores. El ser humano, sin embargo, no parece encajar en ningún medio ambiente en concreto. Tenemos un equipamiento para la supervivencia tosco. Yuval Norah Harari lo tiene claro: si abandonásemos en una isla desierta a un hombre y a un mono, el divulgador israelí, autor de la fascinante De animales a dioses, apostaría por el mono. ¿Y si abandonásemos a cien seres humanos y a cien monos? Entonces la apuesta cambia. ¿Qué nos convierte en criaturas singulares? Nuestra imaginación y lo que deriva de ella: desde el lenguaje al sentido de la justicia. De la multitud de animales que corren a toda velocidad, vuelan, excavan o nadan a nuestro alrededor, el ser humano es el único que no está encadenado a su medio ambiente. No somos una mera figura del paisaje: somos sus modeladores.

Sin duda, Harari está en deuda con uno de los pioneros de la divulgación científica, Jacob Bronowski, matemático polaco de origen judío y nacionalizado británico, autor de este maravilloso El ascenso del hombre. Como también lo están Richard Dawkins –autor del prólogo– o Neil DeGrasse Tyson; como lo estuvo Carl Sagan, mentor del segundo, cuyo programa Cosmos tuvo un digno predecesor en la versión televisiva de El ascenso del hombre, una excelente herramienta de enseñanza pergeñada por la BBC en los setenta.

Historia, arte, antropología, cultura, literatura, filosofía… y ciencia. Hombre renacentista en el siglo XX, Bronowski desplegó un conocimiento profundo de todos estos campos del saber, pero no se conformaba con disfrutar de los logros a los que había llegado a la ciencia, sino que pretendía provocar, estimular, pinchar. En palabras de Dawkins, “Bronowski era un racionalista y un iconoclasta”. “Esa es la esencia de la ciencia: haz una pregunta impertinente, y estarás en camino hacia una respuesta permitente”, escribe Bronowski.

Monumentos del intelecto

La isla de Pascua, Machu Picchu, la biblioteca de Newton y el observatorio de Gauss, la Alhambra o las cuevas de Altamira.

El ascenso del hombre se ocupa de la evolución cultural del ser humano, a partir de la biológica. Bronowski repasa, en una brillante secuencia, las cumbres culturales alcanzadas por el hombre a lomos de su imaginación insaciable. Este conjunto de ensayos constituyen un viaje a través de la historia intelectual, una historia de sus ideas, en especial de sus ideas científicas. “El hombre asciende a medida que va descubriendo la plenitud de sus dones y lo que va creando mientras asciende son monumentos de cada una de las etapas en su comprensión de la naturaleza y de sí mismo –escribe Bronowski–; aquello que el poeta W. B. Yeats llamó ‘monumentos de un intelecto que no envejece’”.

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