Detesta Arcade Fire, adora el reguetón y Camela y por encima de todo quiere acabar con la hegemonía cultural impuesta por los modernos. Víctor Lenore es motivo de polémica cada vez que habla, y ahora acaba de publicar Indies, hipsters y gafapastas, un panfleto antihipster en donde carga contra la cultura del emprendizaje y el imaginario del moderneo. Para despejar dudas, hablamos con él.
En el momento de hacer esta entrevista, los vídeos musicales más populares en YouTube España son David Guetta y Pablo Alborán. Ambos son música popular; ninguno es música política ni música hipster. ¿Qué opinión te merecen a ti?
Me parece relevante el hecho de que el house se inventara en Chicago por comunidades negras excluidas; ellos crearon ese estilo musical. Sin embargo, quien más pasta se ha llevado a lo largo de la historia con este género ha sido David Guetta. Desde luego, es interesante pensar sobre un sistema en donde uno hace una innovación, y otros se llevan el dinero. La cultura house es algo muy descentralizado: en casi todos los pueblos hay una discoteca donde puedes escuchar house por un precio razonable. Sin embargo, David Guetta es sinónimo de la cultura de las entradas a 50 euros, el endiosamiento de la figura del DJ, etcétera. En cuanto a Pablo Alborán, no lo he escuchado mucho, pero yo estoy muy a favor de las canciones sentimentales y las canciones de amor, algo que está mal visto en el mundo hipster: si no son irónicas o cáusticas, parece que eres un cursi.
Precisamente en el libro dices que tu reivindicación no es solo un arte más político, algo que podría sospecharse de antemano…
A mí me gusta Camela, que no son nada políticos. Luis Troquel decía que Camela no querían ser los Chichos o los Chunguitos; querían ser Mecano. Pero a mí me gustan sus letras, su sencillez y el hecho de que han conseguido ser un superventas a pesar de todo lo que les han rechazado… Aunque a veces pueda tener un tono de comisario político de Podemos o de bolchevique, lo cierto es que a mí me gustan otro tipo de canciones.
Hace unos días estaba en el metro y delante de mí había una mujer negra trabajadora leyendo un best-seller romántico de Danielle Steele. ¿Qué diferencia hay entre esta mujer y una licenciada en publicidad en situación precaria que se evade con Arcade Fire?
Las obras de arte tienen un montón de factores políticos. Recuerdo que en Diagonal Belén Gopegui defendía 50 sombras de Grey. Decía que era de las pocas novelas donde se hablaba del clítoris y del orgasmo femenino con un mínimo de realismo. Creo que cuando alguien consigue vender tanto, como ocurre con Corín Tellado o 50 sombras, es que tiene algo, y el trabajo de un crítico cultural es encontrar eso. En el caso que planteas, supongo que habría que preguntarle a la lectora de Steele cuáles son sus motivos para leerlo.
Defines lo hipster como “elitismo al alcance de todos”. No obstante, el hecho de que alguien de clase trabajadora lea un best seller romántico de Danielle Steele o 50 sombras, ¿se puede considerar elitismo al alcance de todos?
No. Lo que yo critico de la cultura hipster es esa sensación de creerte por encima de los demás: yo no he visto a ningún fan de 50 sombras diciendo “qué guay soy por leer 50 sombras”. Es un libro que alguien se compra, que lo comenta con otra persona, que circula… Cuando oigo hablar a los fans de David Foster Wallace, en cambio, sí hay elitismo. Sí se mira por encima del hombro.
En ese caso, ¿qué es lo que está mal de la cultura hipster?, ¿el producto cultural en sí, o el afán de distinción? Porque si solo es el afán de distinción, entonces no debería haber ningún problema con -por ejemplo- Kanye West, sino con los oyentes que creen que escuchan música mejor que su vecino…
Con Kanye West hay un problema clarísimo. Yo he sido superfan de Kanye West, pero hay que atender a su evolución. Su último disco es musicalmente increíble, pero las letras lo estropean. Es un tipo que solo es ego, y que utiliza el Black Power y el apartheid para hablar de sus chicas y su dinero. Si las marcas de moda tuvieran que diseñar un rapero que hiciera justicia a sus valores, ese sería Kanye West, alguien que no tiene una letra comunitaria en su repertorio. Sin embargo, el rap era la CNN de los guetos. Ahora mismo, si escuchas a Kanye West, no tienes ni idea de lo que está pasando en los guetos o en las comunidades excluidas.
La mayoría de periodistas culturales se queja de la precariedad. Tú te quejas del elitismo que gobierna la prensa cultural. ¿Quién de los dos lleva razón?
Personalmente, yo de la precarierdad no me quejo porque la queja individual no creo que sirva de nada. Me gustaría poder tener un sindicato y mejorar las condiciones. Me encantaría que las empresas donde trabajamos, en lugar de ser empresas capitalistas con jefe y empleado, fueran cooperativas. Me gustaría que no hubiera tanta desigualdad en los medios de comunicación… La precariedad es indiscutible.
Antes me preguntabas qué hay de malo en la cultura hipster: la mayoría de los ídolos de los iconos hipsters son hombres blancos, anglosajones y con un complejo brutal de genio: Bowie, Cave, Cohen… Todos totalmente metidos en sus movidas individualistas y ajenos a lo que está pasando en el mundo. A mí eso me parece estar desconectado de la realidad.
En tu entrevista de Rockdelux a Eloy Fernández Porta le dices que parecía que sus ensayos estuvieran desconectados del 15-M. Con tu libro a mí me ocurre un poco lo mismo: tal es la magnitud que se le concede a la cultura hipster, que parece que no hubiera sucedido nada desde el 15-M hasta ahora…
Creo que los procesos culturales son muy lentos, y que lo que pasa en 2011 no se verá este año o el que viene. Son procesos que llevan una digestión lenta. No obstante, ya hay pequeños indicios.
Personalmente, yo estoy de acuerdo con que las canciones que se hacen con motivos políticos son un coñazo. No sirven ni para estética ni para política. Pero creo que la cultura hipster y posmoderna que viene de los 80 y los 90 es una cultura muy asentada. Sigue siendo hegemónica en los medios, y la cultura que salga del 15-M está por hacerse. Yo espero que no sea un panfleto ni algo tipo manual bielorruso…
Veo ahí una encrucijada: si la cultura dominante es lo hipster, el 15-M ha fracasado, y si lo hipster es la cultura de unos pocos pijos, entonces tampoco merece tanta atención.
Aquí hay dos cosas diferentes. El mundo cultural tiene unas dinámicas lentas y yo creo que lo hipster sigue siendo dominante en los medios. Desde arriba, la cultura hipster es algo que quiere imponerse porque tiene los mismos valores que el sistema: individualismo, meritocracia… Pero desde abajo se intenta romper con estos valores porque el 15-M y sus alrededores es algo muy fuerte. Eso sí, estas cosas no se rompen en tres años. Afortunadamente, la hegemonía de la cultura hipster ya está siendo cuestionada.
En el último capítulo hablas de que el hipster está en decadencia y que los modernos actuales son más relajados. Luego terminas con la siguiente frase: “vistas las opciones, lo mejor es que mi hijo se haga perroflauta”. ¿Es posible una confluencia entre lo hipster y lo perroflauta?
De lo hipster yo no veo nada salvable. Hay un festival en Chile que se llama Viña del Mar donde van Julio Iglesias, El Puma… y que claramente refleja los valores de Pinochet: valores muy rancios, conservadores. Cuando vemos un vídeo del Viña del Mar, todos sabemos que detrás de todo eso hay unos valores políticos y de género… Pero cuando vemos a Arcade Fire parece que no hay valores. Sin embargo, toda música tiene implícitos unos valores. Por ejemplo, el rock radical vasco, además de música, tenía unos espacios de socialización que eran la casa okupada, la radio libre, la asamblea… ¿Pero qué tipos de socialización ha creado el indie? Eventos de un día como el Primavera Sound, clubs de moda como Nasti… Espacios elitistas.
Hablando de literatura, expones a la “Generación Nocilla” como muestra de literatura indie y despolitizada. Sin embargo, y al igual que ha pasado a la ciudadanía, varios de los autores asociados a ella han ido adoptando motivos políticos después de la crisis…
Puede que no conozca bien a los autores de la Generación Nocilla para hablar de todos ellos, pero tanto Eloy Fernández Porta como Agustín Fernández Mallo tienen una conexión evidente con la cultura indie. En el primer Nocilla aparecen Rockdelux, Señor Chinarro, Los Planetas… En los de Porta Magnetic Fields, Astrud…
De todas formas, y hablando de cine, en el libro hablo de un texto de Ana Useros en donde dice que vivimos una época hiperpolítica. Un ejemplo: una comedia taquillera como Ocho apellidos vascos no se vende como algo con lo que vas a pasar un buen rato, sino que también se vende como política. También hay un montón de cineastas jóvenes que han tirado por el lado político, aunque lo que manda en sus películas es la estética.
A mí en los 90 me encantaban los Manic Street Preachers, un grupo que está todo el día hablando de política, pero que en el fondo son hipernarcisistas e hiperindividualistas: es imposible que su música encuentre eco en los movimientos sociales. Que algo se declare político no significa que tenga ningún valor como tal.
¿Es la política el nuevo indie?
Está claro que ahora todo es política. Hay un momento de la historia de España reciente en donde a alguien de La Noria se le ocurre llevar a Diego Cañamero y al alcalde de Marinaleda y petan las audiencias; luego llevan a Ada Colau y petan las audiencias… Ahora Telecinco ha fichado a Pablo Iglesias. Está claro que la política es mainstream.
¿Qué hay de los hipsters de izquierdas?
Hay hipsters de izquierdas y hay mucho elitismo dentro de la izquierda; lo hubo también en Ladinamo, un proyecto donde yo he trabajado muchos años. Hace poco Alba Rico hablaba del “elitismo democrático”, acerca de la gente que pedía más participación y más asambleas en Podemos. Alba Rico decía que no todo el mundo tiene tiempo para participar, y que es profundamente antidemocrático darles mucho más protagonismo a la gente que tiene todo el tiempo del mundo para estar en asambleas. Si eres un trabajador donde te explotan, no puedes ir a la asamblea…
De todo esto, yo me quedo con la frase de Owen Jones según la cual necesitamos más cajeras de supermercado en política. En cuanto a Podemos, una de las cosas que más me molestan de Pablo Iglesias es su insistencia en que “somos la generación más preparada de la historia de España, tenemos doctorados, carreras”… Esto es cierto, pero también cuenta el punto de vista de la gente que no tiene esas carreras. Por supuesto, en la izquierda hay elitismo, narcisismo y egos para parar un tren.
En este sentido, ¿tu libro no corre el riesgo de fragmentar más a los jóvenes precarios? Es decir, leyéndote, uno tiende a pensar que el consumidor de cultura hipster es elite, y no clase trabajadora…
Siempre he pensado el libro como un panfleto, un género que tiene unas reglas de estilo muy sencillas y muy directas, y puede que en ese estilo haya incurrido en razonamientos mecánicos. Pero si hablo desde mi experiencia personal, todos los gustos que yo tenía cuando era hipster me hacían creerme mejor persona. Tenía una interpretación distorsionada de la realidad. Tampoco encuentro mucha gente que escuche a Arcade Fire y tenga un gran interés por la política: sus letras están en contra del mundo moderno, pero no ofrecen soluciones, alternativas o críticas mínimamente sólida. Su único conflicto fue cuando pidió ir a sus conciertos en traje, cosa que ni Julio Iglesias se atrevería a decir.
Acerca de la fiebre por el vegetarianismo y la comida ecológica, niegas que comprar algo pueda ser un acto político progresista. ¿Podemos situar el hecho de comprar una biografía de Belén Esteban en El Corte Inglés con el acto de comprar tu libro, publicado por una editorial independiente, en una librería cooperativa?
Yo creo que las elecciones individuales no van a provocar ningún cambio importante. Zizek o Thomas Frank han escritor varios artículos contra la idea de que la revolución pase por la tarjeta de crédito. En el fondo, todo esto deriva en una mentalidad individualista.
Por otra parte, y aunque no he leído el libro de Belén Esteban, personalmente me niego a descalificarla. Owen Jones decía que todos estos personajes de la tele repiten esas torturas de la Edad Media, en donde se ponía un cepo de madera a un ladrón y la gente le insultaba o le tiraba verdura, mientras pensaban “hay una chusma que es más chusma que yo”. Yo me niego a eso. Me niego a meterme con Belén Esteban o con la gente de Gandía Shore porque ese es el efecto que persiguen desde arriba: que nos peleemos entre nosotros en lugar de pelear contra ellos.
En los disturbios de Londres de 2011 se habló mucho de esto. Hubo quien condenó como chusma a los chavs que se dedicaban a saquear comercios y robar ropa o tecnología. También hubo quien pensó que tenía toda la lógica del mundo que los jóvenes de los suburbios quisieran tener esos productos: a fin de cuentas, les habíamos dado una educación capitalista… ¿Puede pensarse lo mismo de los hipsters? Es decir, que la culpa de que quieran ir a festival de música es nuestra…
Para empezar, yo a lo de Londres no lo llamaría disturbio, sino levantamiento. En estos casos el proceso siempre es el mismo: la policía mata o da una paliza a alguien, y la gente reacciona. Pasó en Ferguson, en Los Angeles, en París… Pero no son disturbios, son levantamientos en contra de los abusos y la opresión policial. En cuanto al motivo de los robos, se debe a que no hay una organización política para que la rabia y la frustración se canalice de una manera más constructiva. Y sí, es cierto que esa es la educación que se les ha impartido.
Sobre cultura hipster, nos la meten por los ojos. En España tenemos un problema de anglofilia: parece que todo lo que pasa en Londres, Nueva York o Los Angeles es genial, y lo que pasa en el resto del mundo es aburrido. Lo que intento explicar en el libro es que el mercado no es neutro; tiene un efecto de imposición. Es mucho más fácil meterte en una inercia que el mercado te mete por los ojos, que buscar una alternativa.
Para mí, el hipsterismo ha sido dejarse llevar por la corriente. Por ejemplo, los años ochenta son los años de los colegios privados, las urbanizaciones cerradas, las teles privadas y sus valores neoliberales, la moda de mandar a tus hijos a Inglaterra a que aprendan inglés… lo cual tiene un reflejo cultural. Todo esto se acaba convirtiendo en una identidad, pero no es una identidad que tú hayas escogido.
¿Qué música hay que evitar, sí o sí?
Personalmente no me siento muy cómodo en el papel de gurú. Me contento con que la gente se muestre crítica ante las recomendaciones que la prensa cultural le ofrece.
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