E.B. White: La claridad y el estilo

Por El Mundo  ·  11.02.2018

Harold Ross y Jane Grant, su esposa, editaron el primer número de The New Yorker en febrero de 1925. Nueve semanas después, E. B. White, un licenciado en Artes por la Universidad de Cornell, periodista que había trabajado en la United Press, firmó el primero de los 1.800 textos que llegaría a publicar en la revista a lo largo de seis décadas.Desde el año siguiente, White fue editor asociado y colaborador habitual del New Yorker, la revista que sigue representando lo mejor de la literatura y del periodismo cultos e ilustrados. Para esta galería, han posado ya muchas de sus figuras: Capote, Cheever, Salinger, Updike, Nabokov, Mitchell, Parker, Thurber…

Precisamente con James Thurber, White firmó uno de sus primeros libros, ¿Es necesario el sexo? (1929), publicado por Anagrama hace tres décadas, un libro pleno del humor elegante y sutil que le caracterizó. La claridad y la elegancia del estilo fueron notas características de la escritura de White, agudo observador de lo cotidiano y sus goces, un tipo tímido y modesto que, como él mismo dijo, amaba el mundo y que, como dice Hal Hager en su epílogo a Ensayos (1977), escribió desde el placer que le procuraba lo complejo y desde el entusiasmo por el idioma, el inglés norteamericano.Y el gran amor de su vida fue Katharine Angell, a quien conoció en la redacción del New Yorker, donde ella desempeñó con finísimo olfato e inteligencia, hasta 1968, el cargo de directora de narrativa. A ella se le deben muchos de los descubrimientos de escritores con talento que hizo la revista. Casada, con dos hijos y siete años mayor, Katharine se divorció y se casó con White en 1929. Vivieron juntos hasta la muerte de ella, en 1977, y tuvieron un hijo, Roger, que se dedicó a la construcción de embarcaciones.Elwyn Brooks White nació en 1899 en Mount Vernon, cerca de Nueva York, en una familia culta y adinerada. Fue el menor de seis hermanos. Su padre fabricaba pianos y su madre era hija de William Hart, uno de los más destacados pintores paisajistas norteamericanos del siglo XIX. A Stanley, hermano mayor de White y arquitecto paisajista, se le atribuye la invención de los jardines verticales.White comenzó publicando poemarios, pero pronto se asentó en el ensayismo, oficio de egocéntricos que requiere de la franqueza, decía él, recopilando, a veces, textos que ya había publicado con anterioridad. Así editó, por ejemplo, One Man’s Meat (1942), donde reunió las columnas que escribió para otra importantísima revista, Harper’s Magazine, durante cinco años. De hecho, los textos recogidos en Ensayos fueron escritos a lo largo de 50 años y varios fueron corregidos para su publicación en el libro que ahora edita Capitán Swing y que, sin duda, fue decisivo para la concesión del Premio Pulitzer al conjunto de su obra en 1978. El texto He aquí Nueva York fue publicado en 1948 y se corresponde con Esto es Nueva York, un librito que publicó Minúscula hace cuatro años.En Ensayos se rastrean varias de las preocupaciones y experiencias vitales de White: el medio ambiente, Florida -donde solía ir a pasar el invierno con su esposa-, el humor y la figura de Will Strunk, inseparablemente unida al uso del idioma. Strunk, profesor de inglés de White en Cornell, fue el autor de The Elements of Style (1918), un clásico tratado sobre el estilo literario. A White le encargaron una revisión y puesta a punto del libro de Strunk, cosa que hizo en 1959, dando lugar a uno de los libros más consultados y estudiados por los aspirantes a escritor en Estados Unidos.Y una buena parte de Ensayos está dedicado a La granja. White, admirador de las teorías y prácticas del trascendentalista y naturalista Henry David Thoreau (Walden), compró con su esposa en 1931 una granja con vistas al mar -con la bicicleta, otra de las aficiones del escritor- en el pueblo de North Brooklin, de apenas unos centenares de habitantes, en el Estado de Maine. El matrimonio White pasó en esa granja fines de semana, vacaciones y largas temporadas hasta que en 1957 se instaló en ella definitivamente. Y en ella murió White en 1985.Los ratones, las arañas, los cerdos, las ocas, las gallinas y los cisnes -y los huevos- fueron del máximo interés para White y acabaron inspirándole tres obras maestras de la literatura infantil: Stuart Little (1945), La telaraña de Carlota (1952) y La trompeta del cisne (1970), requetepublicadas en castellano y origen de seis películas, en total, que, sin duda, habrán leído y visto muchos niños (y adultos) españoles.Hal Hager nos proporciona unas hermosas palabras de White en el último tramo de su vida: «Atesoro el recuerdo de la belleza que he visto».

Ver artículo original