John Steinbeck y Robert Capa plasmaron sus impresiones de la URSS en un libro que ahora se recupera
Robert Capa acumuló deudas de juego formidables. Se dice que puso Magnum a la agencia de fotos que fundó porque le gustaba celebrar sus triunfos con una botella ‘magnum’ de champán. El escritor John Steinbeck tampoco era un tipo ejemplar. Según el retrato malévolo que hizo Capa de él, Steinbeck estaba aquejado de una «sed considerable». De hecho, el autor de ‘Las uvas de la ira’ hilvanaba frases con fluidez solo cuando había mojado convenientemente el gaznate, si hemos de creer al fotógrafo. Ambos formaron una extraña pareja. Con el ánimo bajo, se encontraban una vez sentados a la mesa del bar del Hotel Bedford de Nueva York tomando dos ‘Suissesses’. Curtidos en el periodismo y asqueados por las aburridas noticias que escupían los teletipos, no se les ocurrió mejor idea que viajar a la Unión Soviética. Corría el año 1947 y todo el mundo hablaba de Stalin, del Soviet Supremo y de los misiles teledirigidos. Pero, como decía, Steinbeck había cosas que nadie sabía de los rusos. ¿Qué comían? ¿Cómo hacían el amor y cómo morían? Eran asuntos que interesaban a los americanos. Para cubrir esa laguna, hicieron las maletas con el fin de relatar todas las vicisitudes de su periplo, en el que visitaron Moscú, Kiev, Stalingrado y las estepas y granjas ucranianas, entre otros muchos lugares. «Trabajaríamos juntos, evitaríamos la política y los temas más amplios. Nos mantendríamos lejos del Kremlin», se propuso Steinbeck.
Las crónicas que Steinbeck escribió y las fotos que Capa hizo se publicaron en el ‘New York Herald Tribune’ y en 1948 aparecieron reunidas en un libro bajo el título ‘Diario de Rusia’, que ahora la editorial Capitán Swing se encarga de rescatar.
Capa regresó con unos cuatro mil negativos y Steinbeck con varios cientos de páginas con apuntes. Se habían topado con campos y ciudades devastados por la guerra, hombres y niños lisiados, mano de obra barata y gentes animadas por un espíritu heroico que se afanaban en la reconstrucción del país.
Crónica de viajes
Para la derecha más intransigente de EE UU aquel libro poco menos que era un sacrilegio. Ni el fotógrafo ni el escritor se ensañaron con los demonios bolcheviques. Y para la izquierda más ortodoxa el libro no cantaba las excelencias de la patria del proletariado.
Sin proponérselo, Capa y Steinbeck firmaron una magnífica crónica de la literatura de viajes, un relato honesto y trufado de humor. No pudieron ver todo lo que quisieron –al fin y al cabo la visita no escapó a la vigilancia del régimen–, pero la prosa del autor de ‘Al este del Edén’ es un ejemplo de elegancia y perspicacia. No faltaron voces que recriminaron al dúo que no testimoniara las purgas, deportaciones y atrocidades perpetradas por Stalin contra la disidencia y todo aquel que sacara los pies del tiesto. Sin embargo, está crítica se revela un poco ingenua. ¿Cómo iba el régimen soviético a dejar contemplar sus vergüenzas a un escritor y fotógrafo reputados y prestigiosos? Por aquellas fechas no había noticias del gulag. El libro está escrito en la Guerra Fría, poco después de que Churchill anunciara al mundo que entre Occidente y la URSS se interponía un telón de acero. Los dos reporteros se percataron enseguida de que si los norteamericanos sufrían una «moscovitis» aguda, una afección que les llevaba a tragarse cualquier patraña y tergiversar los hechos que acontecía en la URSS, los rusos no les iban a la zaga en su «washingtonitis» patológica. Con estos antecedentes, ni a Capa ni a Steinbeck les extrañó que en vísperas del viaje un afamado hombre de negocios les dijera: «¿Así que van a Moscú? Cojan unas cuantas bombas y suéltenlas encima de esos rojos hijos de puta».
Fotógrafo y escritor se dieron de bruces contra la burocracia, aguardaron colas interminables, se sorprendieron del aire uniformado que gastaban los hombres y de la manía de bailar solas de las mujeres: había pocos varones a causa de la mortandad de la guerra y los pocos que había eran demasiado tímidos.
La aventura por Rusia sirvió para que los famosos viajeros se conocieran mutuamente. Steinbeck descubrió que su compañero de fatigas era un ladrón redomado de libros y Capa se sorprendía del ensimismamiento mañanero del escritor, del que solo le sacaba la contemplación de «una muchacha bonita en una fiesta». «Este nuevo personaje es capaz de coger el teléfono y pronunciar palabras como vodka o cerveza».
De filocomunista a defensor de la guerra de Vietnam
Steinbeck nunca cayó demasiado bien a sus compatriotas. No fueron pocos los que le retiraron el saludo cuando publicó ‘Las uvas de la ira’, una denuncia de las penurias de los agricultores estadounidenses en la Gran Depresión. Le consideraron un traidor a su país y hasta se organizaron actos para quemar sus libros. Demasiado rojo y transgresor para la época. Sin embargo, este ganador del Nobel y el Pulitzer fue atemperando sus ímpetus izquierdistas hasta el punto de que llegó a apoyar la guerra de Vietnam y la política del presidente Lyndon Johnson. De ser considerado un filocomunista por la derecha pasó a ser odiado por el progresismo en los años sesenta. A él nunca le agradó la etiqueta de izquierdista. No en vano él se definía como un patriota. Razones para adscribirse a la izquierda no le faltaban: tuvo unos comienzos difíciles y trabajó como jornalero y albañil.
Antonio Paniagua