Ingeniero eléctrico por el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y doctor en Psicología Matemática por la Universidad de Pensilvania, Donald Arthur Norman trabajó en empresas como Apple, HP, Nielsen o las universidades de Harvard y California. A sus 88 años resulta incontable el número de centros y organismos de los que es profesor, asesor o consultor. Su obra El diseño de las cosas cotidianas (1990) está considerada como la biblia de los diseñadores, y Capitán Swing acaba de publicar en castellano una edición revisada. -¿Diseñamos cosas para solucionar problemas o para generar necesidades? -Hace unos años, un periodista del New York Times me pidió que lo acompañara por las tiendas de la ciudad de Nueva York para fijarnos en los productos que vendían. Los miramos, y eran asquerosos. Nos fijábamos en cafeteras, y todas las empresas tenían que fabricar su cafetera; pero, al final, hay unas formas limitadas de hacer cafeteras y todas eran básicamente lo mismo. Así que, sí, el mundo moderno está lleno de cosas que tenemos en casa y que no necesitamos. -¿Tiene el diseñador algún tipo de responsabilidad ética? -El diseño no debería estar pensado para hacer los objetos atractivos, sino para mejorar la vida de las personas. Pero los diseñadores no tiene ni voz ni voto. Yo he hablado con diseñadores y me dicen: « ¡ Ay ! Es que la gente no entiende lo que hacemos».
Y yo les digo: «¿Y tú como lo explicas?». Y lo explican todo mal. Los diseñadores deberían tener un papel muy importante, pero solo si se molestan en aprender cosas más allá del mundo del diseño. Suelen formarse en escuelas de arte y diseño. Y el diseño no es arte. Es hacer cosas por los demás para mejorar el mundo. -Asumimos que los avances tecnológicos son positivos, pero usted evidencia que funciona mejor la rueda del reloj de cuerda que los botones del digital. -La idea del progreso es extraña. La idea de que cualquier cosa es progreso se llama modernidad. Creo que eso ha perjudicado al mundo. Yo soy un antimoderno y no creo que todo tenga que ser considerado progreso. Llamamos progreso a que las empresas ganen más dinero, y los economistas aquí se equivocan. Quieren medirlo todo, incluso cosas que no se pueden medir, y lo hacen en términos económicos. Yo estoy en contra de la idea tradicional del progreso que dice que a más productos más beneficios. -Usted relativiza los errores humanos. Dice que, si los hay, es por fallos de diseño. Entonces, ¿el diseño perfecto sería el que eliminase el factor humano? -No. No hay un diseño perfecto, porque lo que se intenta es corregir alguna deficiencia o ayudar a la gente con una tarea o con algún aspecto de su vida. Somos todos diferentes. La perfección no existe. Además, si yo diseño un objeto perfecto, la gente empezará a usarlo de formas que a mi ni siquiera se me habrían ocurrido. Al diseñar, es muy fácil hacer algo que funciona cuando todo va bien, pero, en realidad, lo difícil del diseño es lo que pasa cuando algo no funciona, cuando ocurre algo inesperado. Un buen diseñador te ayudará a descubrir lo que pasa para poder seguir. -¿En el diseño centrado en las personas se tiene en cuenta a los mayores? -Creo que se pueden usar los mismos abordajes para todo el mundo. Básicamente, si diseñas para gente mayor, vas a tener que ir a trabajar y a vivir durante un tiempo con gente mayor para entender a qué problemas se enfrentan. Pero en el mundo, cuando una empresa decide hacer un nuevo producto y junta un equipo, el primer día que se reúne ya se ha pasado de presupuesto y va tarde. Y, claro, si les dices: «Hay que entender a la gente que va a usar este producto». Te contestan: «Sí, tienes razón, pero no hay tiempo ni hay dinero. La próxima vez lo haremos». Pero nunca hay una próxima vez. Otra cosa que deberíamos dejar de hacer es hablar de la edad de las personas, porque lo que importa no es la edad. Tengo 88 años y no necesito un diseño específico para mí, porque estoy bien de salud, estoy en mis cabales, no tengo problemas de memoria… Tenemos que diseñar no según la edad de una persona, sino según sus habilidades.
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