El último día de 1994, Tim White, paleoantropólogo de la Universidad de California en Berkeley (EEUU) y uno de los más exitosos buscadores de fósiles, cantó eureka: las excavaciones de su equipo en un yacimiento situado en la depresión de Afar, en Etiopía, concretamente en una zona conocida como Awash Medio, acababan de encontrar el esqueleto de un único individuo de 4,4 millones de años de una especie bautizada como Ardipithecus ramidus. Ni uno de los huesos permanecía articulado con otro, era un revoltijo de más de 125 piezas, pero se trataba de un hallazgo revolucionario. “Nadie ha visto nunca uno de estos. Todo un privilegio, ¿eh?”, presumió el brillante e impertinente científico mientras sostenía la mandíbula.
Hasta principios de la última década del siglo XX, Lucy, el pequeño esqueleto de una antepasada de 3,2 millones de años que caminaba erguida y tenía el cerebro pequeño y los huesos nasales parecidos a los de un mono, era el antecesor humano más antiguo y famoso encontrado —también salió a la luz en el desierto de Afar—. White —que había dado nombre a esta criatura: Australopithecus afarensis— y su equipo llevaban desde 1992 desenterrando a una especie todavía más primitiva. “Los primeros homínidos”, había rubricado la revista Nature.
Ardi también resultó ser una hembra, la mujer más antigua de la familia humana. Pero en el momento de su descubrimiento todo eran interrogantes. Los arqueólogos y paleoantropólogos necesitarían tres años para excavar por completo el cuerpo y quince para reconstruirlo y darle sentido. Los resultados, obtenidos gracias a la colaboración de casi medio centenar de científicos de todo el mundo, se dieron a conocer en varios estudios publicados en Science en 2009. Había aparecido algo totalmente novedoso, un nuevo género, un nuevo híbrido de simio arborícola y bípedo terrestre que provocó un terremoto en los círculos académicos en forma de respuestas críticas o de silencios deliberados.
La apasionante aventura del hallazgo de Ardi la reconstruye de forma pormenorizada el periodista Kermit Pattinson en Hombres fósiles (Capitán Swing). No se trata de un libro centrado exclusivamente en la importancia científica del fósil, sino que revive con emoción, como si hubiese sido testigo de primera mano, el hostil contexto en el que se produjeron las investigaciones: una guerra civil en Etiopía, seguratas armados con AK-47, balas y granadas de las tribus nómadas esquivadas por los científicos, pulsos entre los medios de comunicación por formar parte de la expedición y conseguir una exclusiva, chacales que deambulaban el yacimiento por la noche amenazando con devorar los huesos prehistóricos…
La crónica, resume el autor, disfrazadao de detective y de interrogador de los protagonistas, “es, en parte, una historia sobre cómo los científicos descubren, analizan, lidian con la discordancia, se desprenden de las viejas creencias y llegan a una nueva comprensión, es decir, sobre la evolución del pensamiento. También es un relato de la dinámica no científica de la psicología humana, los sesgos, el resentimiento, los bandos rivales y el tribalismo”.
Hallazgo desconocido
Ardi medía aproximadamente 1,2 metros y tenía un cerebro del tamaño de un pomelo de unos 300 centímetros cúbicos. Según el equipo de White, demostraba que estos antepasados humanos eran más primitivos en ciertos aspectos anatómicos que los simios africanos actuales. También que el esqueleto obligaba a “rechazar las teorías que recurrían a un ancestro chimpancé o gorila para explicar la marcha erguida habitual”. En este sentido, Ardiphitecus sería un puente evolutivo, adaptativo, ecológico y anatómico entre el ancestro común de chimpancés y seres humanos y el género Australophitecus.
“Su esqueleto cuestionó las creencias fundamentales sobre cómo nos convertimos en humanos, cómo nuestros antepasados se escindieron de los otros simios, cómo llegamos a caminar erguidos y cómo evolucionaron nuestras manos hábiles, así como si fueron realmente las sabanas el crisol de la humanidad”, explica Pattinson. “Y lo que es más importante, demostró que el aspecto de estos primeros ancestros humanos era de manera sorpresiva muy diferente al de los chimpancés modernos”.
Uno de los aspectos más controvertidos tuvo que ver con el extraño estilo híbrido de locomoción de Ardi. Se trataba de un hominino de bosque que combinaba la capacidad para desplazarse por el suelo sobre las extremidades inferiores con la de trepar por las ramas. El pulgar le permitía ejercer la pinza de presión, de manera que podía sujetarse a ellas con fuerza. Era capaz de desplegar posturas pronógradas y otrógradas, algo revolucionario para una especie tan antigua. Hasta 2013, en un foro público celebrado en la Universidad de Boston, muchos académicos críticos no reconocerían la evidencia: ese esqueleto representaba a un miembro primitivo de la familia humana.
Aunque Ardi ya goza de mayor aceptación entre los investigadores, el gran público todavía sigue sin conocer a “uno de los descubrimientos más importantes de nuestra era”, en palabras de Pattinson, artífice de un relato que combina con habilidad las intrigas científicas, personales y políticas y evidencia la naturaleza imperfecta del conocimiento. Ninguno de los descubridores escribió un libro de divulgación, los principales museos no obtuvieron réplicas de los fósiles y la protección etíope contra la explotación de antigüedades también restringió el flujo de información.
Siendo un descubrimiento mayúsculo, lo cierto es que en esta historia —mérito de la narración del autor— resulta igual de interesante conocer los detalles de ese estudio que desafió los postulados más ortodoxos sobre la evolución humana como las peripecias del variopinto dramatis personae. A White, científico perfeccionista e inflexible, un maestro a la hora de granjearse enemigos, se suman Gen Suwa, un sabio japonés sobre piezas dentales, Owen Lovejoy, un antiguo creacionista reconvertido en paleoantropólogo; Berhane Asfaw, que sobrevivió al encarcelamiento y la tortura para convertirse en el paleoantropólogo más veterano de Etiopía; Don Johanson, el descubridor de Lucy, que tuvo un rencoroso desencuentro con el equipo de Ardi; o los Leakeys, durante décadas la familia más famosa de la disciplina. Una historia que recuerda lo fascinante que es la ciencia.
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