Poco interviene el azar en el nombre de las calles y sí cuestiones como la identidad, la raza, la religión o el poder. Así lo explica Deirdre Mask en su libro El callejero (Capitán Swing). Mil anécdotas acompañan el recorrido de esta escritora, abogada y académica por las calles de todo el mundo, donde los navegadores digitales han cambiado nuestra relación con el paisaje y con la comunidad.
Mientras el nomenclátor europeo suele llevar nombres propios, en Estados Unidos es más frecuente la numeración. “Para mí fue una gran sorpresa cuando me mudé al Reino Unido desde los EE.UU. y me enteré de que muy pocas ciudades en Europa tienen calles numeradas ¡mientras que casi todas en los Estados Unidos lo tienen!”, admite a Crónica Global.
Es difícil determinar el origen de esa diferencia, afirma, “pero surge en gran medida de la forma diferente en que las ciudades crecieron. Las ciudades en Europa lo hicieron orgánicamente, con poca planificación urbana, mientras que en los Estados Unidos, los nuevos gobiernos planificaron cuidadosamente las ciudades, a menudo alrededor de una cuadrícula, lo que facilita la numeración”.
El rechazo de España a numerar las calles
Curiosamente, los norteamericanos deben su nomenclátor a un inglés, William Penn, quien “fundó Filadelfia como una ciudad cuadriculada, posiblemente porque sabía cuánto contribuyeron las caóticas calles de Londres al Gran Incendio de 1666. Era cuáquero y su religión, con su énfasis en la sencillez y la humildad, probablemente le llevó a elegir números de las calles de la ciudad. La práctica se extendió por todo Estados Unidos”. añade la autora. Son muchos quienes argumentan que esa numeración imprimió los ideales estadounidenses de racionalidad e independencia en el paisaje. “Pero numerar calles simplemente no era práctico en las calles enredadas de gran parte de Europa, ni era una práctica cultural. De hecho, en un momento fue rechazado activamente en España”, añade.
En efecto, el libro relata cómo en Madrid, en 1931, durante la Segunda República, alguien planteó utilizar números para evitar conflictos en el supuesto de que se tuvieran que renombrar las calles. Pero el Ayuntamiento lo rechazó tajantemente al asegurar que las calles numeradas no encajaban con la tradición española “que honraba a los ciudadanos ilustres prestándoles su nombre a calles en pueblos y ciudades”.
Roma, Manhattan, París…
El recorrido de Mask lleva a la antigua Roma, al Manhattan de la Edad Dorada, al Londres victoriano, al París revolucionario o a los suburbios de la India. ¿Qué pasa con millones de personas viven en la calle sin dirección? ¿Se puede relacionar el nombre de las calles con la desigualdad? “Bueno, no es que los nombres de las calles causen desigualdad –precisa la escritora–, aunque a menudo se puede rastrear la desigualdad a través de los nombres de las calles. Por ejemplo, las calles que llevan el nombre de Martin Luther King se colocaron con frecuencia en vecindarios negros, ya que fueron rechazadas por los vecindarios blancos o se colocaron en calles negras para inspirar a los residentes. Es por eso que algunas personas han llegado a asociar las calles denominadas Martin Luther King en los Estados Unidos con cierto tipo de pobreza urbana”.
La autora confiesa que no le gustan las direcciones digitales porque, a su juicio, dividen a la comunidad. Pero ¿también facilitan un mayor control de las personas? “¡Ah, esa es una pregunta interesante! No estoy segura de si facilitan un mayor control, pero ciertamente le quitan el control a las personas que viven en ellas. Discutir sobre los nombres de las calles es una forma de discutir sobre los valores fundamentales de la sociedad. Cuando nombramos o renombramos una calle, en realidad nos estamos preguntando qué es lo suficientemente importante para nosotros como para ser honrados con el nombre de una calle. Este tipo de cómputo no es posible con las direcciones digitales, que se basan en algún tipo de sistema desprovisto de cualquier valor que no sea la racionalidad y que, después de todo, son administrados en gran medida por empresas privadas”.
La influencia de Google
El callejero aborda, asimismo, la influencia de los navegadores digitales, especialmente Google maps, en las relaciones de las personas con el paisaje y su comunidad ¿Ha perdido el ciudadano interés por conocer las calles? “Eso es definitivamente un debate: que las aplicaciones de mapas de teléfonos inteligentes han debilitado las partes de nuestro cerebro que están acostumbradas a navegar. Hay alguna evidencia de esto”, responde Mask.
“Y probablemente significa que en muchos casos vemos nuestros paisajes de manera diferente, como pequeños puntos que se mueven a lo largo de las líneas, en lugar de las calles mismas. En lugares sin direcciones (o aplicaciones para teléfonos inteligentes), descubrí que las personas navegaban de manera diferente, a través de puntos de referencia como una vieja escuela que se incendió, una casa de color rosa brillante o un árbol antiguo. Sospecho que este arte de dar instrucciones se ha perdido en muchos lugares”, concluye.
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