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Diario de Rusia

Por Anika entre libros  ·  10.07.2012

¿Qué debe tener un buen libro de viajes para atraer nuestra atención? Existen tantas respuestas como tipos de lectores, pero me atrevo a asegurar que, descripciones de museos y ciudades monumentales aparte, lo que nos incita a una gran mayoría no son sin duda las aburridas chácharas sobre lugares que nos será fácil localizar a través de cualquier biblioteca. La anécdota cotidiana, la aventura de aquella noche en la que alguien se quedó encerrado en un lugar remoto o aquellos acontecimientos cotidianos que no buscan lo fantástico sino que nos da una idea de nuestras reacciones ante esas vivencias sea probablemente lo que nos motiva a escuchar, leer con fruición un libro de viajes, en el caso que nos ocupa.

Cuando el narrador es conciente de rebajar su nivel literario en pos de la historia y así no mancillar la esencia natural del medio tanto como evitar el tono subjetivo de la vivencia, y además se deja acompañar por un cámara con una personalidad tan dispar como profesional, aumenta el ritmo y la intensidad del relato. El interés por el país al que se refiere este documento de viajes se incrementa en gran parte porque no tropezamos con asuntos políticos ni discrepancias históricas o alusiones a fechas que nos pudieran hacen perder ese fantástico baile de personajes de carne y hueso descritos por este par de observadores natos.

Viajar es un lujo mientras el protagonista no asume enterrar el ego nacionalista y la impresión de que allende las fronteras integrarse es cuestión de abandonar la comparación o con volver corriendo a la falsa seguridad del hogar. La certeza y el valor de Steinbeck se traducen en un relato de viajeros de raza, cercano y ligero en su narrativa, sobre una época de posguerra en la que las leyendas urbanas sobre el equipo contrario se sucedían una detrás de otra.  El autor, no obstante, nos abre los ojos ante su actitud templada y falta de prejuicios. Es significativo que sea Rusia el lugar elegido, pero podría haberse tratado de cualquier otro paraje elegido a dedo en un mapamundi. Cuando finalizamos la lectura de “Diario de Rusia, 1948” nos plantearemos -a pesar de la diferencia de época, parajes y costumbres-, la humanidad innata que nos dejan tanto sus imágenes como la palabra escrita que eleva el estilo periodístico a cierto tono costumbrista.

No negaré que narradores de viajes los hay, y en cantidades en las que la calidad es patente; pero difícilmente nos toparemos con dos personajes que ya de por sí crean un clima que suma un doble interés al relato.

“Diario de Rusia, 1948” transmite las vivencias, manías, anécdotas en un lapso de tiempo de un mes de John Steinbeck y Robert Capa, y nos envuelve el tono informal que el autor deja surgir con deliberada intención, y de ahí la frescura de este maremágnum de imágenes -visuales y mentales- narradas y descritas por Steinbeck y apenas una pequeñísima aportación de Capa en el género escrito, casi al final de la obra; es evidente que el fuerte de éste corresponsal de guerra húngaro conocido bajo el seudónimo de Robert Capa era la fotografía.

Es ahora, tras leer los comentarios de Steinbeck sobre el desasosiego de su compañero de viaje (no deja de ser curioso que Capa sufriera ante la imposibilidad de lograr la foto tanto como un escritor ante el peor de los males, que es la hoja en blanco) cuando a través de la imaginación conseguimos disfrutar con agrado de los parajes y del alegre carácter de la mayor parte de estas buenas gentes que a pesar de haber sufrido el drama de una complicada guerra les recibieron con los brazos abiertos, sin excepción.

Muy recomendable.

Saray Schaetzler