Hay libros cuya mera existencia primero asombra y después reconforta. Libros escritos en circunstancias extremas, que estuvieron a milímetros de no llegar a existir nunca y que dejan una impronta inolvidable. Pienso en relatos de los campos de concentración nazi escritos por supervivientes, como el célebre El hombre en busca de sentido, en el que Viktor Frankl narra lo sucedido en Auschwitz y Dachau. También en La eliminación, de Rithy Panh, uno de los libros más estremecedores jamás escritos por una víctima de hechos acontecidos en el pasado siglo XX. O en el magno Archipiélago Gulag de Aleksandr Solzhenitsyn.
Diario de Guantánamo tiene mucho en común con ellos, pero supera lo que parece imposible; la diferencia es que está escrito mientras los terribles sucesos que describe ocurren. En el mismo momento. Mohamedou Ould Slahi escribió en cuartillas de papel a diario durante el año 2005, desafiando cualquier lógica, aferrado a quién sabe qué urgencia por narrar sus aberrantes condiciones de vida, los absurdos interrogatorios que tenía que soportar una y otra vez y las torturas a las que era sometido de manera arbitraria.
Slahi lleva desde 2001 lejos de su hogar, en Mauritania, y desde 2002 en Guantánamo (Cuba) tras un recorrido por cárceles de su propio país de nacimiento, de Jordania y de Afganistán. Nunca ha sido sometido a juicio. Primero fue acusado de participar en la Trama Milenio, responsable del atentado truncado contra el aeropuerto de Los Angeles. Descartada su vinculación con estos hechos, fue trasladado a Guantánamo, donde permanece desde entonces sin ninguna acusación.
Hay otro aspecto, en lo formal, a destacar. A diferencia de lo que podría pensarse, Slahi logra una escritura alejada de sentimentalismos y franca, directa, a veces incluso deslizando un sentido del humor desarmante. El mérito de este ingeniero electrónico de 45 años es aún mayor, tratándose el inglés de su cuarta lengua. Que además escribe de forma fiable y sin exageración, como una y otra vez han demostrado los informes desclasificados.
Tanto los comentarios del editor como la introducción que preceden al propio texto explican lo que, a su vez, merecería otro libro; el modo en el que llegó a convertirse en un best seller internacional una obra escrita desde las profundidades del mismo infierno. La sola visión del interior del volumen remueve, pues está repleta de palabras y frases censuradas por el gobierno de Estados Unidos por razones de seguridad nacional. Si vio la luz pública fue gracias a sus abogados y a la demandas lideradas por la Unión Americana de Libertades, que se amparó en todo momento en la Ley de Libertad de Información. Que pueda llegar a nuestras librerías y estantes es un milagro, una alegría y una oportunidad que, como lector interesado en lo que pasa ‘ahí fuera’ es de lectura recomendadísima.
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