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Delorme: “Yo le rogaba a dios que me convirtiera en un zorro”

Por La Vanguardia  ·  26.04.2022

Sentir De niño se escapaba de noche por la ventana para adentrarse en el bosque, donde se
sentía libre y autónomo y más acompañado que entre humanos. A los 19 años decidió quedarse a
vivir en el bosque como un animal más y acabó siendo aceptado por los corzos. “Esa confianza
absoluta que me concedieron me conmovió profundamente”. Ellos le enseñaron a sobrevivir: a
dormir en los inviernos helados sin una manta ni un refugio, a comer, a almacenar comida en
pequeños agujeros que excavan en el suelo y a comunicarse. Por su parte supo hacerse entender
y enseñarles con sus ladridos y actitud a detectar el peligro de los cazadores y cómo esconderse.
Vivencias increíbles que cuenta en El hombre corzo (Capitán Swing). “Solo en el bosque, junto a
los corzos, no pienso nada, no pongo palabras a cuanto veo; respiro o escucho. Siento”. Siete
años viviendo en el bosque. Sin un refugio, una tienda de campaña o un saco de dormir. ¿Por
qué? Cuando era niño tenía dificultades para relacionarme y el bosque era mi refugio. Me
escapaba de noche por la ventana, deslizándome por el haya de los mirlos para adentrarme en la
penumbra de los grandes árboles y el hervidero de animales. Yo le rogaba a Dios que me
convirtiera en un zorro. Lo entiendo. Ellos son libres, no necesitan a nadie. Al final, yo también me
volví salvaje: a los 19 años decidí instalarme en el bosque con mi cámara de fotos para siempre,
porque una sola regla merece mi respeto: la de la naturaleza. ¿Nada que temer? El peligro nunca
procede del bosque, como bien saben los animales. Pero usted era un extraño. Si los respetas,
puedes ganarte su confianza. Vivir el presente, como ellos, me devuelve el lugar que ocupo en el
orden de las cosas. Los animales me enseñan que cuanto más pienso más me atrapa la
sensación de peligro. ¿Tuvo que aprender a sobrevivir? Sí, a organizarme y a alimentarme,
descubrir cuáles eran las plantas, frutos y raíces que aportan más minerales y vitaminas. ¿Y cómo
lo supo? Los corzos me enseñaron. Conocí a uno, una criatura enigmática; me sorprendió su
curiosidad, me observaba, y se acostumbró a mi presencia. Caminaba dando brincos, se detenía,
se volvía y me esperaba. Le llamé Daguet, y él me enseñó a vivir en el bosque. Cuénteme. Las
noches son duras: los jabalíes gruñen, las lechuzas chirrían, los zorros aúllan. Todos corren y
gritan. Y el frío me lleva a la hipotermia. Los corzos descansan en periodos cortos de dos horas,
de día y de noche, y cuando se despiertan comen todo lo que pueden. Copió su modelo de vida.
Sí, y comí lo que ellos comían, así conseguí más fuerza. El metabolismo, los reflejos y la mente
cambian, pero con tiempo. Cuando se convive con animales salvajes, es necesario establecer una
asociación, una alianza. ¿Y cuál fue esa alianza? Me encargué de que los corzos entendieran que
yo no era un rival, y ellos vieron que cuando estaban conmigo el resto de los animales los
molestaban menos. ¿Una relación de amistad? Sí, tenía contacto con 43 amigos corzos y una
relación muy estrecha con 12: venían a buscarme, a jugar conmigo, me lamían. Era una relación
como con una mascota. Curioso. Creo que les divertía que yo estuviera allí con ellos, así que
decidieron compartir conmigo su olor y marcar también mi territorio. Los corzos son muy sensibles
a nuestras emociones y, sobre todo, al olor que estas exhalan. Huelen nuestro estrés y
agresividad. Sí, como ellos, desprendemos entonces un olor ácido. La alegría y la tranquilidad
exhalan aromas dulces. Esa confianza absoluta que me concedieron me conmovió y cambié.
Hábleme de esa transformación. Descubrí el equilibrio interior y cambió mi concepción del mundo.
Para los corzos la muerte forma parte del reto de vivir, y compartirlo me permitió descubrir un
sentido profundo de la ecología. Todo el mundo quiere poder adquisitivo para consumir, pero
consumir para qué, ¿para ser feliz?… Probablemente seríamos más felices con menos cosas y de
otra manera. Ya. No tiene sentido que nos lleguen alimentos del otro extremo del planeta o que los
fines de semana cojamos el coche y hagamos cola para ir a la naturaleza. Vivamos cerca de ella,
consumamos y cultivemos lo propio. ¿Por qué ha vuelto a la civilización? La explotación maderera
llegó, devastó el territorio y los animales con los que vivía se marcharon. ¿Se siente más solo
entre los humanos que entre los corzos? Sí, pero en el pueblecito en el que vivo todo el mundo
está solo. El aislamiento es algo que avanza rápido. Como humanos hemos perdido esos vínculos
profundos que engrandecieron nuestra especie en un momento. ¿En el bosque nunca se sintió
solo? Jamás. Siéntate bajo un árbol y en algún momento aparecerá un animal y se acercará,
pondrá su atención en ti y luego seguirá su camino, pero habrá un intercambio. Decidió contarle al
mundo la nobleza de sus amigos los corzos. Conocí a una paseante que amaba a los animales y
me abrí, le conté mi historia . “Deberías exponer tus fotografías para dar a conocer la vida de los
corzos”, me dijo. Y lo hizo, expuso sus maravillosas fotos. Sí. Acudió mucha gente deseosa de ver
tanto las fotografías como a ese tipo extraño. Me sorprendió descubrir que, por el olor de cada
persona, podía reconocer la irritación, el temor o la desconfianza que exhalaban.

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