Ni Tzara,ni Schwitters,niPicabia.Pocos podrían pensar, y mucho menos aceptar, dada la estela de la pirotecnia, que el sujeto más incorregible de todos losque la historia convocó alrededor del movimiento Dadáfuera nada menos que un alemán impasible,menos preocupado,ala postre,por la rebelión estética que por la regeneración moral o la recuperación del espíritu tras las refriegas de la decadencia burguesa y el belicism ouniversal.
Hugo Ball, al que las enciclopedias reservan una imagen con mitradiocesana y atavío eclesiástico, fruto de las veladas lúcidas y descacharrantes del Cabaret Voltaire, era el primero en levantar la mano y hacer el cafre para romper con la secuencia lógica y la telaraña burguesa de la vida y el arte,aunque también un pensador, de los sesudos, inquieto por el futuro y la interpretación del cristianismo. Ball, el de la nariz semítica y la comezón teológica, fue filósofo, y,además,alemán de pura cepa,lo que no hace, sin embargo, que su obra sea necesariamente una aventura lógica tan entretenida como carente de sentido, sino más bien un texto para iniciar el debate en la tertulia, en el caso de que éstas no fueran cutres o españolas. La edición de Huida del tiempo por parte de Acantilado ya mostraba a un escritor de prosa ágil, ocurrente e impactante, con mayor inclinación hacia la erudición y el sarcasmo que a la carnavalización y la violencia poética de sus antiguos compañeros de Zurich. En Crítica de la inteligencia alemana, editado de manera no menos ágil y atractiva porCapitán Swing, el escritor mantiene ese estilo claro, inteligente y soberbio, aunque con la arquitectura de tratado y la osamenta que tanto gustaba a sus coetáneos. En el texto, rigurosamente introducido porGermán Cano y brillantemente interpretado por Hesse, Ball da rienda suelta a sus preocupaciones y sacude moral y política para propugnar un cristianismo revolucionario, de sillería mística, en el que se refuta la traslación del Reino de Dios a los reinos terrenales. De paso, el aguileño dadaísta pone de vuelta y media, aunque no sin humor, a Hegel, a Lutero y a ratos a Nietzsche. Un texto todavía de muchas lecturas, no una reliquia.
LUCAS MARTÍN