“Imagina que es de noche y estás al lado de una ventana, en la planta número seis, o en la diecisiete, o en la cuarenta y tres de un edificio. La ciudad se presenta como un conjunto de celdillas: cien mil ventanas, unas oscuras, otras inundadas de luz verde, blanca o dorada”, escribe Olivia Laing en el inicio de La ciudad solitaria (Capitán Swing). Su imagen es una escena que se repite en estos inusuales días de confinamiento. Otros colores, otros números y otras ventanas, también la ciudad es otra distinta, pero podría ser cualquiera de nosotros desde cualquier otra parte. Se refiere Laing, eso sí, a Nueva York, el lugar a dónde se mudó por amor cuando tenía 30 años. Aquella historia acabó mal y la ciudad de las posibilidades se transformó en un lugar inhóspito, desbordante y solitario. Fue su propia experiencia con la soledad y con la falta de contacto, lo que le llevó a hurgar en las vidas de algunos artistas solitarios como Edward Hopper, Andy Warhol, David Wojnarowicz o Henry Darger.
«Es inquietante ver ahora nuestras ciudades transformadas en grandes avenidas solitarias y descubrir que somos nosotros los que estamos atrapados en una habitación, mirando hacia esa ciudad vacía»
El arte, entiende ella, era una forma más de lidiar con aquellas circunstancias. “Es una manera de afrontar sentimientos difíciles o dolorosos –explica hoy-, y también es un modo de acercarse y conectar con extraños que nunca conocerás. Creo que es por eso que puede ser tan reconfortante, especialmente ahora. No podemos tocarnos, pero el arte está ahí para decirnos que otras personas antes que nosotros se han sentido exactamente así”, señala la escritora, autora también de otro interesante ensayo en el que indagaba en los motivos que llevaron a la adicción al alcohol a grandes escritores, El viaje a Echo Spring.
Artistas como el conserje Henry Darger que, aunque desconocido y aislado durante su vida, alcanzó la fama póstumamente después de que, poco antes de morir, encontraran una colección de 350 acuarelas en su apartamento de Chicago. Autor de la ficción más extensa que se haya escrito, La historia de las Vivian, con 15.145 páginas, se convirtió en uno de los más destacados ejemplos del arte marginal. “Darger era un artista extraño –opina Laing-, un huérfano que tuvo una infancia brutal, no tuvo amigos ni familiares y vivió toda su vida en una gran pobreza. Y, sin embargo, las pinturas que hizo son extraordinarias, luminosas y fascinantes. La gente suele decir que estaba lleno de ira, pero cuanto más tiempo pasaba leyendo sobre él, más claro me quedaba que su soledad era el resultado de la pobreza y la exclusión social”.Publicidad
Aparte de su único amigo conocido, William Shloder, Henry Darger vivió en el margen del margen toda su vida, enfrascado en su propio mundo interior del que dejó pinceladas en su obra. Cuenta la periodista y crítica cultural que su aislamiento solo fue interrumpido por la relación ocasional que estableció con algunos de sus vecinos, quienes llegaron a cuidarle cuando estaba enfermo.
«Edward Hopper era realmente el genio de la soledad. Usaba sus pinturas para mostrar cómo se siente uno al estar mirando de fuera hacia dentro, buscando compañía o amor»
“En todo el mundo, las personas dependen de sus vecinos para obtener comida y comodidad”, afirma Laing. Y como Darger, también nosotros buscamos ahora los gestos cómplices balcón con balcón. Lo vemos a diario por todas partes. Es la lectura positiva de un confinamiento que a algunos se les está haciendo un poco cuesta arriba. “Pasamos gran parte de nuestras vidas en un mundo virtual, pero ahora que tenemos prohibido salir, recordamos lo precioso que es el mundo físico también”, arguye la escritora.
De nuestras ventanas a un cuadro de Hopper
Con todo, publicado en España en 2017 por Capitán Swing, con traducción de Catalina Martínez al castellano, Olivia Laing no podía imaginarse cuando escribió La ciudad solitaria, que nosotros mismos acabaríamos convirtiéndonos en un cuadro de Edward Hopper. “Él era realmente el genio de la soledad –analiza-. Usaba sus pinturas para mostrar cómo se siente uno al estar mirando de fuera hacia dentro, buscando compañía o amor. Es inquietante ver ahora nuestras ciudades transformadas en grandes avenidas solitarias y descubrir que somos nosotros los que estamos atrapados en una habitación, mirando hacia esa ciudad vacía”.
De las ventanas de Hopper a las nuestras propias, Olivia Laing recuerda que esa mirada “es una forma de estar conectado con nuestra comunidad. Este tiempo que vivimos a veces es muy aterrador. Todos queremos mirar y ver otros cuerpos, para asegurarnos de que el mundo todavía está allí y que no nos hemos quedado atrás”, reflexiona.
“Instagram es una tecnología muy de Andy Warhol: ¡En los años 60 ya había perfeccionado el arte de utilizar un filtro de belleza!”
Sin embargo, no siempre nuestro aislamiento se debe a una imposición externa. A veces, el contacto se rompe por nuestra propia incapacidad de mantener relaciones sociales. Algo parecido le ocurrió a Andy Warhol, famoso por su alta actividad social, al que Laing describe como una persona muy tímida, que encontraba el contacto físico como todo un desafío. “Warhol estaba avergonzado por su propio cuerpo y tenía mucho miedo al rechazo –comparte-. Utilizaba algunas máquinas como la cámara, el teléfono o la grabadora como una forma de atraer a la gente hacia él sin tener que acercarse demasiado”. Algo similar a cómo usamos nuestros teléfonos y redes sociales hoy. “Incluso Instagram es una tecnología muy de Warhol: ¡En los años 60 ya había perfeccionado el arte de utilizar un filtro de belleza!”, enfatiza.
Precisamente, y aunque crítica con las redes sociales, la escritora reconoce la importancia de Internet en una emergencia como la del coronavirus. “Creo que estamos viendo que no es un sustituto del contacto físico real, pero a las 6 de esta tarde estaré tomando una copa con mi madre por Skype, y estaré muy feliz de ver su cara en la pantalla”, concede.
Mientras se documentaba para La ciudad solitaria, la periodista pudo acceder a los archivos personales de David Wojnarowicz, hoy custodiados en la Biblioteca Fales de Nueva York. De entre todos los artistas de los que escribe Laing él, reconoce, es su favorito. “Fue increíble ver sus diarios y sus películas y poder revisar las cajas de sus posesiones: todos los juguetes y muñecas que había ido coleccionando –comparte entusiasmada-. Nunca lo conocí, pero me sentí muy cerca de él, como si hubiéramos creado un modo extraño de intimidad. Escuchar con audífonos sus diarios de audio, en los que hablaba sobre su enfermedad y temor a la muerte, me hizo darme cuenta de cómo de vulnerables somos todos y lo importante que es ser amables con los demás”.
Hijo de padres divorciados, Wojnarowicz a menudo recibía palizas de su padre, que a medida que pasaba el tiempo se volvía más tirano y perverso. “En mi casa estaba prohibido reírse, expresar aburrimiento, llorar, jugar, explorar o hacer nada que demostrase desarrollo o crecimiento”, contó él mismo en sus memorias. Fue en el verano de 1979 cuando empezó a hacer fotografías con una cámara de 35 mm que le prestó un amigo. Sus instantáneas, describe la autora, transmiten “una sensación de aislamiento, un conflicto entre el deseo de establecer contacto, de salir de la cárcel del yo, y también de esconderse, de huir, de desaparecer”. Wojnarowicz dedicó casi toda su vida a escapar de ese aislamiento social en el que pasó buena parte de su atormentada existencia. Murió de Sida a los 36 años.
Alfred Hitchcock, Valerie Solanas, Klaus Nomi, Peter Hujar o Jean-Michel Basquiat son algunos de los artistas «secundarios» que pueblan esta ciudad solitaria que construyó Olivia Laing para refugiarse de su propia soledad. Optimista, hoy mira hacia el presente con un deseo positivo: «Creo que podemos elegir pasar bien el tiempo forzado. Podemos leer, dibujar, hacer cosas. No tenemos que pasar cada minuto viendo las noticias o tener más y más miedo. Podemos cuidar a nuestros vecinos, y podemos aprender una lección sin precedentes: que todos en el mundo están teniendo la misma experiencia. Todos somos humanos, y tal vez podamos aprender a ser un poco más amables con los otros, a ver las muchas similitudes que tenemos, en lugar de las pequeñas diferencias», se despide.
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