El portavoz de la tribu yanomami, ganador del Nobel alternativo en 1989, alza la voz por la supervivencia de su pueblo y otras comunidades indígenas. ‘La caída del cielo’ recorre la biografía de Davi Kopenawa y su lucha.
El chamán Davi Kopenawa (Marakana, 1956) alterna con naturalidad -y muy a su pesar- su sencilla vida con su familia en la selva tropical brasileña, en una de las pocas comunidades indígenas relativamente aisladas que quedan, con los viajes que hace dentro y fuera de Brasil para reunirse con líderes de todo el mundo con el objetivo de defender a su pueblo, los yanomami, del que es portavoz y embajador mundial.
La fiebre del oro llevó a sus tierras a miles de buscadores ilegales de piedras preciosas, conocidos como garimpeiros, lo que causó un impacto catastrófico para su comunidad. Unos años antes, Kopenawa fue testigo de dos epidemias sucesivas de enfermedades que propagaron agentes del Servicio de Protección de los indios (1959) y misioneros de la organización estadounidense Misión Nuevas Tribus (1967).
Su madre y muchos otros miembros de su familia y su comunidad fallecieron al contagiarse de esas enfermedades que por primera vez llegaban a su selva. «Yo mismo estuve a punto de morir por sarampión, pero quería vivir para luchar contra los invasores de mi pueblo», cuenta Kopenawa durante una entrevista por videoconferencia desde Brasil.
Uno de los recuerdos más nítidos que guarda de su infancia es precisamente el de su madre escondiéndolo bajo un cesto cuando los primeros blancos llegaron a su aldea. Las madres, recuerda, tenían mucho miedo de que los blancos se llevaran a sus hijos pequeños.
Apodado el Dalai Lama de la selva, Davi Kopenawa se ha convertido en un auténtico embajador de esta tribu indígena de cazadores-recolectores y agricultores, y por eso da charlas a todo tipo de públicos: desde diplomáticos a estudiantes de Primaria. Incansablemente, denuncia la destrucción de la selva amazónica y lo que considera la aniquilación de los miembros de su comunidad, que no sólo han sufrido asesinatos sino que repetidamente han sido diezmados por todas esas enfermedades que llevaron los blancos que entraron en sus tierras para buscar oro o construir carreteras.
La razón por la cual Kopenawa ha salido de la selva para charlar con este periódico es la publicación de la versión en español de su autobiografía La caída del cielo: palabras de un chamán yanomami (Capitán Swing), que sale hoy a la venta y está escrita en colaboración con su amigo Bruce Albert. Este antropólogo francés, director emérito del Instituto de Investigación para el Desarrollo (IRD, por sus siglas en francés), ha vivido largas temporadas con su tribu, llegando a aprender incluso su idioma, y ha transcrito las palabras de Kopenawa en esta obra.
«Los yanomamis me sedujeron desde el primer momento por su elegancia y su socarrona altivez», escribe Bruce Albert, que ha participado activamente en muchas iniciativas para defender y proteger a este grupo indígena. «Indignado por el nauseabundo espectáculo de aquellas obras públicas megalómanas que destripaban ciegamente la selva tropical, con su rastro de enfermedad y degradación, comprendí igualmente que para mí no podría haber etnografía posible sin una implicación duradera junto al pueblo con el cual yo había decidido trabajar».
Los territorios yanomamis de Brasil y Venezuela conforman actualmente la mayor área selvática del mundo gestionada por un pueblo indígena, y cuentan con un total de 54.000 habitantes (unos 29.000 en territorio brasileño y 25.000 en Venezuela). Kopenawa tardó un cuarto de siglo en lograrlo, pero su larga campaña por los derechos de los yanomamis consiguió que su territorio fuera oficialmente reconocido y demarcado por el Gobierno brasileño en 1992. El área reconocida tiene 96.650 kilómetros cuadrados, equivalentes al tamaño de Hungría, y es el hogar de esos 29.000 yanomamis brasileños repartidos en 366 grupos locales. Pero, como denuncia su portavoz, están muy lejos de sentirse protegidos y a salvo.
«Los gobiernos brasileños no se han preocupado por nuestra salud ni nos protegieron frente a los invasores», denuncia Kopenawa, que tiene seis hijos, entre ellos una niña adoptada, y cuatro nietos. «Cuando en 2021 y 2022 se propagaron muchas enfermedades como la malaria y la disentería, además del coronavirus, salió en las noticias y el Ministerio de Salud solo se centró en extinguir el incendio, como si apagaran un fuego, pero las enfermedades siguen surgiendo en todas las comunidades. No tenemos un grupo de sanitarios. Si no hay médicos o enfermeros, la situación no mejorará, porque no consiguen llegar a las comunidades donde están nuestros hijos, nuestros ancianos, nuestros jóvenes. También hay gente que se está contaminando por el mercurio que se vierte en los ríos».
En el libro, relata también cómo se inició como chamán, con su suegro como maestro, pues su esposa, Fátima, es la hija de un renombrado chamán. El portavoz de esta tribu indígena practica chamanismo en Watoriki (la montaña del viento) y según su propio relato, su apodo Kopenawa -que significa avispón– le vino durante un sueño chamánico. Tras beber el polvo que los chamanes extraen del árbol yãkoana hi, los espíritus de las avispas se le aparecieron por la rabia que había en él para enfrentarse a los blancos, justo cuando comenzaba a luchar contra la invasión de las tierras de su pueblo por mineros de oro ilegales a finales de los 80 y que a punto estuvieron de exterminar a su tribu. Un apodo que refleja el espíritu combativo de este hombre, que asegura que se hizo chamán para poder curar a los suyos. «Si los [espíritus] xapiri no nos vengaran repeliendo a los seres maléficos y los humos de epidemia, siempre estaríamos enfermos», escribe en su libro sobre unos seres, los xapiri, que habían sido desde siempre los médicos de sus antepasados.
Las barreras idiomáticas no han sido un obstáculo para hacerse oír ante la comunidad internacional. Antes de comenzar la entrevista, se disculpa por su portugués: «No es mi lengua materna y me resulta muy difícil hablarlo correctamente», señala. Lo comenzó a aprender cuando tuvo que salir de comunidad: «No me fui por voluntad propia. Yo viví con mi familia hasta los nueve o 10 años. Miembros de la Fundación Nacional del Indio (FUNAI), que se ocupa de proteger la tierra de los pueblos indígenas, visitaron la comunidad donde yo vivía con mi familia, y el responsable preguntó al jefe de la aldea por mí, porque necesitaban un yanomami que fuera a vivir con ellos para enseñarle a hablar portugués y que pudiera hacerse intérprete. Y el jefe de la aldea me autorizó a salir en 1975».
Así se convirtió en intermediario entre el Gobierno y los pueblos indígenas, ayudando también a los profesionales sanitarios que visitaban las aldeas a comunicarse con los yanomamis. De la gripe al sarampión pasando por la fiebre amarilla, la lista de enfermedades que han afectado a los yanomami es larga. Se estima que debido a la malaria y la gripe y a los ataques violentos, un 20% de la población yanomami murió entre 1983 y 1993. «Los mineros, los buscadores de tesoros, también los mineros legales, dejaron enfermedades, acabaron con el bosque y la selva, debilitaron al pueblo de los yanomamis porque enfermaron», explica.
En 2004, Kopenawa fundó Hutukara, la asociación yanomami que defiende los derechos de su comunidad a través de proyectos educativos, sanitarios y para proteger su territorio. Entre sus logros, destaca la recuperación de tierras que los ganaderos les habían quitado en los años 70, y que el Gobierno brasileño haya sido obligado a expulsar a miles de mineros de oro ilegales de su selva. También han conseguido que instituciones científicas de EEUU hayan tenido que devolver centenares de muestras de sangre extraída a los indígenas sin su consentimiento en la década de los 60.
La situación de los yanomami fue crítica durante el mandato del presidente Jair Bolsonaro, entre los años 2019 y 2022. En junio de 2020 se desató una gran crisis cuando dos yanomamis de la comunidad de Xaruna fueron asesinados a manos de mineros de oro en el norte de Brasil, cerca de la frontera con Venezuela, según la ONG Survival International, con la que Kopenawa compartió en 1989 el Premio Right Livelihood, considerado el Nobel alternativo. Su viaje a Suecia para recogerlo fue el primero que hizo al extranjero (ese mismo año se reunió en Londres con diputados británicos). Anteriormente, en 1993, un enfrentamiento similar desencadenó una oleada de violencia que se saldó con 16 yanomamis asesinados. La denominada masacre de Haximu fue declarada por la justicia brasileña como un acto de genocidio.
Pero los yanomami también han sido retratados de forma menos amable por el antropólogo estadounidense Napoleon Chagnon. El autor de Nobles salvajes: mi vida entre dos tribus peligrosas -los yanomamö y los antropólogos, ya causó controversia en 1968 con Yanomamö: el pueblo feroz, una destacada obra de la antropología en la que los presentaba como «astutos, agresivos e intimidantes», y sostenía que «viven en un estado de guerra crónico».
La pandemia de coronavirus también tuvo lugar durante el mandato de Bolsonaro. Kopenawa asegura que su pueblo está a favor de las vacunas y denuncia que el Gobierno no quiso vacunar a los yanomamis y a otros pueblos indígenas: «Hasta que no se propagó el Covid no se autorizó».
En febrero de 2023, con Lula da Silva ya como presidente, las autoridades de Brasil desplegaron un gran operativo para expulsar a miles de mineros ilegales del territorio yanomami, en el norte del país. Aunque tiene una opinión mucho más favorable de Lula que de Bolsonaro, considera insuficiente lo conseguido: «Lula se preocupó por el pueblo, y le apena que los indígenas brasileños sigan sufriendo. Está intentando retirar a los mineros, a los invasores, que están en nuestros ríos y montañas, pero el ejército brasileño no quiere ayudar. Se necesitan más policías para expulsar a los mineros de la tierra yanomami. Los mineros nos matan, contaminan los ríos y propagan enfermedades. Pero hay muchos bolsonaristas que están en contra de nosotros y de Lula. Él está intentando ayudarnos expulsando a los mineros, pero tiene que esforzarse más y echarles a todos porque nuestro pueblo sigue siendo maltratado y sufriendo enfermedades. Hay que preparar un plan de trabajo y salud, él puede hacerlo y es lo que esperamos que haga, Lula no puede pensar que ha resuelto el problema».
De hecho, las cifras del servicio sanitario oficial de la zona yanomami en 2023, recogidas por Survival, muestran que la incidencia de la malaria creció un 61% en 2023, con al menos 25.000 casos. La gripe también se disparó, pasando de 3.203 casos en 2022 a 20.524 en 2023, lo que supone un incremento del 640%. En lo que respecta a la mortalidad, entre enero y noviembre de 2023 murieron 308 indígenas, la mayoría niños menores de cinco años. «Los mineros se marchan de esos lugares, pero aunque se vayan, las enfermedades se quedan. Nuestros hijos, nuestros padres y nuestras mujeres mueren por falta de atención sanitaria».
Su sueño, asegura, es poder vivir como vivían antes vivían sus ancestros, con salud. «Todos los pueblos indígenas brasileños están siendo destruidos, hay otros pueblos indígenas en el Amazonas que siguen muriendo», relata. «Hoy los blancos creen que tendríamos que imitarlos en todo, pero eso no es lo que queremos nosotros. Sé que si vamos a vivir a sus ciudades, seremos desdichados. Acabarán entonces con la selva y nunca nos dejarán un sitio donde vivir lejos de ellos».
Y es que La caída del cielo es un retrato del pueblo yanomami y de su modo de vida, pero también una crítica al mundo industrializado y a la codicia de los blancos: «Las mercancías ocupan sus pensamientos durante mucho tiempo, sueñan con su coche, su casa, su dinero y todas las demás posesiones, las que ya tienen y las que todavía siguen deseando. Los yanomamis no tienen realmente bienes en propiedad… Nuestros verdaderos bienes son las cosas de la selva, sus aguas, sus peces, su caza, sus árboles y sus frutos, no las mercancías».
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