La terapeuta analiza en su ensayo «Toda la rabia» por qué, pese a la explosión de las políticas de igualdad, las mujeres siguen ocupándose de dos terceras partes de los cuidados de un hijo, un porcentaje que lleva estancado 23 años.
La psicóloga clínica Darcy Lockman acaba de publicar en España uno de los libros más incómodos que cualquier persona que viva en una relación de pareja puede leer. En Toda la rabia. Madres, padres y el mito de la crianza paritaria (Capitán Swing, 2024), la terapeuta realiza un profundo análisis sobre por qué el nacimiento de un hijo puede llevar al colapso de un matrimonio. Si hubiese que resumir la ingente cantidad de estudios y datos que la escritora ha recopilado en uno solo, sería el siguiente: incluso en las parejas que declaran que el reparto de tareas en casa es equivalente, ellas se ocupan del 65 %. Y esto, claro, lleva al conflicto. Unas cifras que, pese a los esfuerzos invertidos en políticas de igualdad, no han mejorado en los últimos 25 años.
—¿Una pareja siempre va a peor tras el nacimiento de un bebé?
—Lo que refieren las parejas es que, independientemente de que haya hijos o no, su felicidad, que va decayendo desde el momento del matrimonio, lo hace de manera más abrupta cuando llega un bebé. Pero según los estudios, existe un grupo de parejas que no se convierten en más infelices, sino que mantienen su satisfacción con la llegada de un bebé. Esto pasa en las parejas en la que ambos miembros reportan que la división del trabajo es igualitaria. Que lo sea o no, ya es otra cosa.
—¿Qué quiere decir?
—Se estudió a parejas que habían asegurado en una serie de entrevistas que el reparto de tareas en sus casas era equitativo. Se les pidió que anotasen lo que hacían cada día en un diario. Los investigadores se encontraron que en las parejas en las que el hombre y la mujer declaraban que el reparto era igualitario, ellas se ocupaban de dos tercios de las tareas y ellos de un tercio. Parece que hombres y mujeres perciben las cosas como igualitarias incluso cuando son ellas las que se están haciendo cargo del 66 %.
—Pero hoy en día se habla más que nunca de igualdad. ¿No estamos haciendo ningún tipo de progreso?
—Los estudios no reflejan ningún tipo de avance. En Estados Unidos existe un instituto que se dedica a analizar cómo los ciudadanos emplean su tiempo. Y no ha cambiado en los últimos 23 años, seguimos en estos porcentajes de 65 % (las mujeres) frente a un 35 % (de los hombres).
—¿Los millennials, coétaneos al desarrollo de las políticas de igualdad, resulta que no hacen más cosas en casa de las que hacían sus padres?
—Asumimos que nuestros valores progresistas guiarán nuestro comportamiento hacia la igualdad. Pero lo que finalmente acaba por verse es que nuestros valores no tienen demasiado que ver con nuestros comportamientos. Y esto es interesante. Las ciencias sociales han demostrado que nuestros valores no coinciden con nuestras actitudes. De hecho, esto es por lo que muchas parejas fracasan en la actualidad: porque nuestras expectativas son una locura. No son expectativas razonables, pero es que no tenemos forma de saberlo hasta que nos enfrentamos a la realidad. Creemos que somos diferentes al mundo que nos rodea y que, en nuestra relación, las cosas van a funcionar de manera distinta. Y eso genera muchísimos conflictos.
—Como psicóloga, ¿cuáles son las consecuencias de esta frustración por unos repartos injustos que nunca cambian?
—En general, rabia y agotamiento. Es común que en muchos hombres aparezcan sentimientos de culpa y confusión, pero los costes en la salud mental son difíciles de cuantificar. Ninguna de las cosas que te he mencionado —la rabia, el agotamiento o la culpa— sientan bien a nadie. Es más sencillo cuantificar el impacto económico en las mujeres. Por ejemplo, ellas tienen cuatro veces más posibilidades de acabar viviendo en la pobreza al alcanzar los 65 años. En parte porque buena parte de su tiempo lo han ocupado en realizar tareas no remuneradas, por lo que han contribuido menos a la seguridad social. Hay un coste económico gigantesco. Pero las consecuencias en la salud mental las sufren tanto hombres como mujeres. Ellos no viven las repercusiones económicas, pero la vergüenza y la culpa son algunos de los costes emocionales para los hombres.
—No tener tiempo suficiente para estar con su familia es un riesgo de padecer depresión en mujeres, algo que no pasa con los hombres.
—Es así. De nuevo entran en juego las expectativas. Somo animales sociales y queremos vivir acorde a los roles que supuestamente debemos tener. Las mujeres, incluso cuando tenemos éxito profesional, independencia financiera o hayamos completado las metas de la edad adulta, somos más vulnerables a creer que somos las responsables de nuestras familias; a tener que estar seguras de que todo está bien. Mientras que los hombres siguen centrando su seguridad en ganar dinero.
—En España, la baja de paternidad es de 16 semanas, al igual que la de la madre. ¿Qué impacto cree que tendrá prolongar las bajas por paternidad?
—Los casos en los que los padres se cogen la baja para dedicarse al cuidado y la madre sigue trabajando, muestran no solo mejores porcentajes en el reparto de tareas domésticas, sino que además se mantienen en el tiempo. Es lo que muestran los estudios. Muchos hombres no asumen estas tareas porque sienten que tienen menos mano con el bebé que sus mujeres, pero es que la única manera de ser bueno en esos cuidados es haciéndolos y aprendiendo. Si están solos con el bebé y no hay ningún otro adulto que pueda encargarse, aprenden. Habría que reflexionar sobre qué mensaje están dando los gobiernos cuando se conceden bajas más largas a las mujeres que a los hombres: ¿se está deslizando que son ellas las que tienen que ocuparse del cuidado? Que un gobierno equipare los permisos de paternidad y maternidad lanza el mensaje de que los hombres tienen este beneficio porque son igual de importantes que sus madres para ese niño. Igualar los tiempos de baja creo que tendrá un impacto, que habrá que constatar con los resultados estadísticos de los que dispongamos en unos años, pero que en los países nórdicos ya parece mejorar la situación.
—Es curioso que, según cuenta, en las parejas homosexuales hay más reparto de tareas y más satisfacción.
—No son todas las parejas homosexuales quienes lo hacen mejor, son las parejas formadas por dos mujeres. Existen algunas investigaciones que muestran que son las parejas de lesbianas las que realizan una crianza más paritaria y armónica. Esto es curioso, una de las parejas de hombres homosexuales que entrevisté me dijo que tenían los mismos problemas que cualquier otra pareja; básicamente, querer hacer lo que a cada uno le gusta y no pensar demasiado en el otro. Pero la realidad es que cuando dos mujeres crían juntas tienden a ser muy consideradas la una con la otra. Debemos pararnos a pensar que los hombres han sido criados para priorizar sus propias necesidades y objetivos. Sin embargo, la mujer ha sido educada para cuidar a la comunidad, para preocuparse por los demás, pensar en los sentimientos de todos y considerar las prioridades del resto. Las parejas entre dos hombres caen en la misma trampa en la que caen las parejas heterosexuales, que es pensar en ellos mismos primero. Y no lo hacen porque sean malas personas ni nada parecido, sino porque han sido criados para ello. El conflicto permanece aunque las asunciones de género no entren en la ecuación.
—Hay quien sigue achacando a la biología el hecho de que las madres se ocupen más y mejor de sus «crías».
—Sí, eso siempre viene muy bien. La mayoría de lo que hacemos los seres humanos procede de nuestros aprendizajes. Cuanto más grande es el cerebro, menos dependemos del instinto. Los pequeños mamíferos tienen muchas actitudes institintivas, todo les sale de una manera automática. En el caso de los seres humanos, el instinto se ve muy pocas veces o casi nunca. Quizás tras el nacimiento, cuando el bebé busca el pecho de su madre para mamar, pero no mucho más. Por el resto, hablamos de comportamientos aprendidos, no de instinto, y esto también pasa en la paternidad y maternidad. Aprendemos de lo que tenemos delante, de nuestras culturas. Pero nos gusta decir que es una cuestión biológica porque así las cosas se dejan correr y nos convencemos de que no hay nada que podamos hacer.
—¿No existe entonces el instinto maternal?
—Ningún biólogo te diría que los comportamientos que tienen las madres son instintivos. Simplemente nos sentimos fuertemente vinculados a nuestros hijos por una cuestión hormonal. Son las hormonas las que nos hacen vulnerables a ese atractivo y encanto que tienen los bebés. Pero esto sucede en hombres y en mujeres. Existen investigaciones que muestran cómo las hormonas de los hombres también cambian cuando pasan tiempo cerca de su pareja durante el embarazo. Por tanto, hombres y mujeres, como primates evolucionados, están programados para sentirse emocionalmente vinculados al bebé, a quererlo y a sentir la necesidades de protegerlo y cuidarlo. No soy bióloga, pero no creo que esto pueda considerarse instinto, sino aprendizaje. Debemos aprender a cuidar a un niño, a cambiar un pañal, a interpretar los lloros. Pero insisto, les pasa a las mujeres y a los hombres. Todo este fenómeno fisiológico de procesos hormonales sucede en ambos sexos y no tiene nada que ver con una cuestión instintiva intrínseca a las mujeres. Pero claro, es muy cómodo y fácil culpar a la biología para y lamentarse de que no se puede hacer nada.
—¿Somos biológicamente distintos hombres y mujeres?
—Hay personas que se empapan mucho del esencialismo de género. Asumen que hay rasgos esenciales de las mujeres que difieren de los rasgos esenciales de los hombres. Pensemos en el libro Los hombres son de Marte, las mujeres de Venus, se han vendido millones y millones de ejemplares porque a la gente le encanta creer que somos distintos. Por supuesto que existen diferencias en nuestros aparatos reproductivos, nadie va a negar eso, pero no hay nada en nuestras personalidades que sea de una manera o de otra debido al sexo con el que nacemos. En las aspectos relacionados con el género, la cultura y la biología se retroalimentan. A la gente le entusiasma hablar de las diferencias entre géneros porque entiendo que les puede resultar divertido, pero si te tomas la molestia de leer ciencia real podrás comprobar que todos los argumentos de Los hombres son de Marte, las mujeres de Venus son tonterías.
—Cuando vemos en un documental a una leona cuidando a sus cachorros y que el león está tumbado al sol, muchos dicen: «¿Ves? Son mamíferos como nosotros»
—Sí, pero si dejas de lado los leones y observas, por ejemplo, a algunos primates, verás que una de sus principales características es la flexibilidad. La gente que se dedica al estudio de primates ha observado que los roles del macho y de la hembra cambian en función de las necesidades de cada comunidad. En aquellos grupos donde se necesita al padre, participan más. En el reino animal, los primates son muy flexibles con sus roles, por eso nosotros hemos tenido tanto éxito. Nuestra flexibilidad nos ha permitido adaptarnos a las circunstancias, permitiéndonos evolucionar y mantenernos con vida. Los leones lo hacen de una manera, ¿pero por qué no se destaca esa flexibilidad de los primates?
—¿Cuáles son las consecuencias para los niños de crecer en un hogar con un reparto de tareas injusto?
—El principal daño que se le puede provocar a un niño no procede de que el reparto de tareas no sea equitativo, sino los conflictos que este reparto causa. Es difícil para un niño crecer en un entorno en el que existen conflictos. El bienestar de los niños se fundamenta en que sus padres se lleven bien. Estén casados o no lo estén, vivan juntos o no. El principal predictor de la autoestima de un niño durante las primeras etapas escolares es la relación que mantengan sus padres. Pensando en su bienestar, existen muchas razones por las que los padres deberían de trabajar en repartir equitativamente las tareas. No solo por las enseñanzas de género que puedan acabar transmitiendo a sus hijos, sino porque su bienestar emocional y social va a depender en gran medida del estado del matrimonio de sus padres.
—¿Se puede trabajar en esto en terapia?
—Por supuesto. Me encanta hacer terapia de pareja. La terapia individual, que también la hago, trabaja en una sola persona, y está genial. Pero cuando trabajas con los dos miembros de la pareja tienes la oportunidad de ayudar también a sus hijos, incluso aunque no estén presentes. La terapia de pareja permite escuchar a la otra parte y tener en cuenta la perspectiva de otra persona aunque no estés de acuerdo con ella.
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