Cuando la psicóloga y periodista Darcy Lockman y su esposo planearon traer al mundo a un bebé nunca se imaginaron que la crianza se convertiría en el centro de sus problemas. «Si nos hubieran preguntado antes de tener hijos si compartiríamos responsabilidades habríamos dicho: ‘Vamos a compartir todo, por supuesto’, pero luego no fue así», recuerda.
Ese cúmulo de malestares acerca de la distribución equitativa del trabajo de cuidados, que se intensificó con la llegada de un segundo bebé, fue el pistoletazo que la llevó a sumergirse en una investigación en la que desentraña, desmonta y desmitifica el ideal de crianza paritaria y la existencia de un padre moderno e implicado que se ha destacado en los últimos años, especialmente dentro de las parejas o familias que se autoidentifican como progresistas.
Lockman (Detroit, Michigan, 1972) recoge esos hallazgos en su libro Toda la rabia (Capitán Swing) sobre el que habla con Efeminista y en el que analiza por qué a pesar de los avances feministas la desigualdad persiste dentro de casa y demuestra con datos que la promesa de una crianza compartida casi nunca se cumple. «Creo que todo se reduce a que, a pesar de los avances para las mujeres en términos de igualdad de derechos en el lugar de trabajo y en otros ámbitos, al mismo tiempo no hemos cambiado la forma en que la gente piensa sobre de quién es el trabajo de cuidar a los niños», lamenta.
«Toda la rabia», de Darcy Lockman
La autora confiesa que la desigualdad en la repartición de tareas la llevó a pensar que vivía como una ciudadana de segunda clase en su propia casa, pero cada vez que intentaba comunicar su infelicidad a su marido él no parecía entender la magnitud de la situación y tomaba todo como un reclamo. Lo mismo, cuenta, escuchaba de otras madres con las que conversaba cuando llevaba a su pequeña al preescolar.
«Conocía a muchas otras mamás que también trabajaban. Todas nos encontrábamos en la misma situación y pensé: ‘No entiendo. ¿Por qué está pasando esto? ¿Por qué vivimos de esta manera?‘. Realmente no podía sacarme la pregunta de la cabeza. Mi cerebro de periodista se activó porque pensé que estas preguntas podían tener respuesta», cuenta a Efeminista.
Un estudio que cita en su libro descubrió en 2015 que las parejas trabajadoras realizaban cada uno 15 horas semanales de tareas domésticas antes de tener hijos. Sin embargo, una vez que nacían las criaturas, las mujeres añadían 22 horas de cuidado de los niños, mientras que los hombres solo añadían 14; asimismo, estos últimos compensaban el esfuerzo eliminando cinco horas de cuidado de la casa, mientras que las mujeres mantenían sus 15.
Otro informe sobre el uso diario del tiempo recopilada por Pew Research y la Oficina de Estadísticas Laborales de EE.UU. releva que las mujeres que trabajan fuera de casa asumen el 65% de las responsabilidades del cuidado de los hijos, y sus parejas masculinas, el 35 %. Estos porcentajes se han mantenido estables desde el año 2000. A nivel mundial, la situación no es distinta, pese a que la percepción sobre el aumento de la implicación de los hombres ha crecido significativamente: en los últimos 10 años, la corresponsabilidad de los hombres en los cuidados aumentó sólo 7 minutos, según cifras de ONU Mujeres.
«Las influencias de vivir en una sociedad patriarcal, donde se les tiene mayor consideración a los hombres, realmente impactan en la percepción de los derechos que tanto hombres como mujeres sienten que tienen en el hogar. Los hombres sienten que tienen derecho a relajarse en el hogar y las mujeres no sienten que tienen derecho a relajarse en el hogar. Y creo que eso se debe a que los niños y las niñas se crían en una sociedad que privilegia las comodidades de los hombres sobre las de las mujeres», explica Lockman.
«Entonces todos crecemos sabiendo que los hombres importan más y luego actuamos de esa manera en casa. No es nuestra intención, no coincide con nuestros valores, pero así nos comportamos», añade. Romper ese círculo es muy complicado, defiende en Toda la rabia.
La crianza es trabajo, va más allá de lo biológico
La periodista entrevistó a decenas de mujeres que se sentían frustradas y que incluso decían sentirse como madres solteras frente a la ausencia de sus maridos supuestamente implicados, quienes, ante el mínimo reclamo, soltaban expresiones como: «Lo haría encantado si me lo pidieras». «El cuento optimista del padre moderno e implicado hace que hoy en día las mujeres crean que están firmando algo parecido al 50/50. Y cuando esto no se manifiesta, hay problemas», dice en el libro.
«No se trata de que las mujeres se nieguen a cuidar a sus hijos, sino de que ambas partes acuerden que cuidarán de sus hijos juntos. No sólo se trata de amor, también es trabajo. Porque la gente piensa que si te quejas de esto es porque no amas a tu hijo, pues no. Es porque es mucho trabajo. Sólo tenemos un tiempo y un día limitados. ¿Cuánto tiempo estamos trabajando? ¿Cuánto tiempo estamos durmiendo o pasamos relajándonos o haciendo cosas que disfrutamos? No es que el trabajo no pueda ser placentero, pero es trabajo y ¿por qué no se lo debería compartir?», señala.
De hecho, cita en su libros varios estudios recientes que señalan que la brecha salarial de género es, en realidad, una brecha de la maternidad, ya que las mujeres deciden trabajar menos horas o dejar de trabajar para poder atender la sobrecarga de trabajo de cuidados que tienen en casa. «Una hipótesis sobre las bajas tasas de natalidad es que las mujeres dejan de tener hijos o tienen menos cuando creen que no tendrán ninguna ayuda».
También cree que hay que separar a la crianza de temas como la biología, que perpetúan la falsa idea de que son las mujeres las más capacitadas para educar a los hijos y hacerse cargo de todo mientras que ellos solo «ayudan», cuando esa experiencia se adquiere cuidando, no llega gracias a un don innato.
«Tener un permiso de paternidad en solitario es una muy buena idea porque así el hombre aprende a hacerlo todo. No puede confiar en que su esposa lo sepa todo, tiene que aprender a cuidar a un niño. Tiene más confianza en su capacidad para cuidar al niño y luego sigue involucrado porque tiene más confianza. Así que creo que un paso realmente bueno en los países con políticas de licencia es que los hombres la tomen solos y lo hagan todo por sí mismos», recomienda la autora.
Esa medida evitaría el cansancio mental e invisible que supone para las madres estructurar el tiempo de los padres con los niños.
Un compromiso de las parejas
La autora afirma que para que la situación cambie las parejas deben decidir que la crianza es algo que realmente quieren compartir y comprometerse a revisar la situación cada vez que la otra persona, especialmente la mujer, sienta que la carga del trabajo de cuidados se inclina más hacia ella.
«Creo que realmente tienen que entender, antes de entrar en la crianza de los hijos, cuánto trabajo se necesitará para que todas las fuerzas culturales no hagan que las cosas sean muy desiguales en el hogar, porque lo que encontré, y lo que encontraron todas las mujeres que conocí, fue que eso es exactamente lo que sucedió todo el tiempo. Sorprendió a todas las mujeres y los hombres no se molestaron en notarlo, sólo sabían que sus esposas estaban enojadas y decían: ‘¿De qué están hablando? Hago mucho más que mi papá’«, recuerda.
Espera que las parejas puedan sentarse a leer este libro, se den cuenta de la realidad que están viviendo y se comprometan realmente a sacar todo adelante de una manera que beneficie a ambos. «Porque este tipo de acuerdo en el que la mujer hace todo el trabajo no es bueno para nadie. Las mujeres se sienten enojadas porque hacen más, los hombres se sienten culpables porque hacen menos y esa no es forma de vivir. No es que los hombres simplemente estén felices y se diviertan jugando al golf mientras su esposa hace todo el trabajo. Realmente no es así. Se necesitan dos personas para ser felices en una relación», menciona.
«La felicidad conyugal de la mayoría de las parejas disminuye después del nacimiento de un hijo, excepto en aquellas que comparten el trabajo por igual«, concluye.
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