Después de escribir Toda la rabia (Capitán Swing), a Darcy Lockman le empezaron a llegar correos electrónicos preguntándole cómo podríamos cambiar el mundo. A la psicóloga clínica, escritora e investigadora, para estar contenta, le bastaba con saber que a los remitentes de esos emails les había cambiado la mirada sobre el reparto del trabajo doméstico y de crianza que se acumula, de manera especialmente asimétrica, en los hogares de las parejas heterosexuales con hijos. La rabia unía a las mujeres al otro lado del hilo digital con la autora del documentadísimo ensayo. La rabia y también la imposibilidad de tener un diálogo honesto sobre la carga de trabajo doméstico con sus compañeros. La investigación de Lockman no ha solucionado el régimen patriarcal que suele dictar ese reparto de tareas, pero al menos sí que ha arrojado luz sobre sus causas profundas, y ha abierto un sendero, no exento de trabajo, con el que algunos valientes y algunas afortunadas puedan salir de la ratonera doméstica a la que muchas mujeres se ven abocadas.
Darcy Lockman lo tiene claro: “el mundo cambia a partir de eventos mundiales imposibles de planificar o de prever”. Pone el ejemplo de Estados Unidos tras la II Guerra Mundial, cuando las mujeres de clase media (las de clases bajas han trabajado siempre) tuvieron que salir a ocupar las vacantes que habían dejado los hombres enviados al frente. La consecuencia, que se extiende hasta el día de hoy, consiguió cambiar la visión de la mujer en el lugar de trabajo. “Nadie pensó en provocar una guerra para que hubiera más igualdad, fue simplemente una consecuencia”, explica. Aunque su libro salió a la venta en Estados Unidos antes del covid-19, y por lo tanto no recoge su impacto en los hogares, Lockman opina que a raíz del confinamiento estamos asistiendo a un paulatino progreso de similar envergadura, en cuanto a transformación de los roles tradicionales de género.
“El único grupo social en el que la división de tareas se volvió más igualitaria fue en los casos en los que los hombres trabajaban en remoto, desde casa, y las mujeres tenían que salir porque tenían alguna profesión que se desarrollaba fuera. En esos hogares el reparto fue más equitativo, y las investigaciones recogen que esta población supone el 10% de las familias en Estados Unidos”, arguye. “Un número muy grande de hombres de pronto estaban disponibles para las tareas de la casa. Los niños empezaron a vivir en un entorno en el que su padre era la persona responsable de ellos, donde podían ver las actividades a las que su padre dedicaba el tiempo. Nadie podía prever la consecuencia que la II Guerra Mundial tuvo en los hogares y nadie pudo tampoco prever esta, pero ha habido una cierta especulación sobre cómo este cambio en el diez por ciento de los hogares comienza a sacudir actitudes en este aspecto”.
Muchas mujeres se han enfurecido leyendo Toda la rabia, y tú también has confesado vivir las situaciones que se analizan en el texto. ¿Fue difícil escribir este libro?
Bueno, me enfadé muchísimo mientras investigaba, pero también quedé fascinada por lo que descubría. El proceso de documentación fue más duro, porque estaba atravesando esta experiencia a la que no lograba darle sentido. Una vez todo empezó a encajar con las cifras y las estadísticas, me seguía enfadando, pero al mismo tiempo satisfizo algo dentro de mí, porque entendí todo lo que había estado viviendo y sintiendo. Así que sí y no. (Ríe). Y me encanta escribir, así que esa parte fue divertida.
Abruma la cantidad de datos de estudios científicos que reúnes en el libro y que registran la desigualdad de trabajo doméstico que padecemos las mujeres. ¿Es una de las desigualdades más largamente documentadas?
¡Lo es! Documentada y a la vez desconocida por el público. Porque tienes que ser un académico para conocer estos estudios y nadie le presta atención a la academia más allá de las universidades.
Después de tanta investigación, ¿has dado con una clave para ti misma sobre por qué los hombres heterosexuales, en general, no hacen más en casa? ¿Están en paz con el hecho de hacer menos que nosotras?
Todos crecemos en una sociedad patriarcal, y ése es el motivo de fondo. Con esto quiero decir que nos crían para creer que las prioridades de los hombres son más importantes que las de las mujeres. También nos han criado para pensar que los hombres deben salir a conquistar el mundo y las mujeres ocuparse de los cuidados. Incluso en los hogares más progresistas esto ocurre sin que queramos. También nos educa la escuela y la comunidad. A los niños se les motiva a pensar en sí mismos, sus necesidades y sus deseos. La palabra en inglés es agentic, hace referencia a una agencia orientada hacia uno mismo. También se celebra mucho su participación en la comunidad. Se les alaba por ser amables o atentos con los demás. Los comportamientos y actitudes que se refuerzan de pequeños están muy marcados por el género. Se nos educa para ser dos tipos diferentes de persona y no lo somos, todos somos personas. Pero para ser aceptados socialmente tenemos que comportarnos según el género con el que nacemos, y los seres humanos queremos ser aceptados, celebrados, valorados. Incluso en los hogares más progresistas, a los niños y a las niñas se les valora por actitudes diferentes. Así que está en el ambiente. ¿Qué ocurre cuando te educan para ser algo distinto a tu pareja y de pronto os veis viviendo juntos en la misma casa? Hay una persona que durante toda su vida ha aprendido a pensar todo el rato en los demás, y otra que ha aprendido toda su vida que tiene que pensar en sí mismo. ¿Qué otra cosa podría suceder cuando vivimos juntos? Es casi inevitable. A menos, claro, que tengamos esta información. Que podamos decir: ‘Espera un momento’, y podamos evitar caer automáticamente en esto.
Uno de los estudios que citas refleja cómo en los hogares en los que ambos miembros de la pareja piensan que dividen equitativamente las tareas domésticas, en realidad la mujer se encarga de dos tercios del trabajo.
Sí, este fue uno de mis estudios favoritos. Esas parejas que dicen “nosotros nos repartimos las tareas por igual” realmente están siendo honestos en su forma de experimentar la carga de trabajo, pero cuando los investigadores entran en sus casas a hacer escaletas de tiempo, resulta que se trata de hogares en los que las mujeres hacían dos de cada tres tareas domésticas. Sin embargo, su sensación era la de haber acordado un reparto equitativo, porque tenemos naturalizado que las mujeres deben hacer más en este campo. Durante mucho tiempo, los investigadores atribuían este desequilibrio a que las mujeres cobraban menos. No obstante, ahora no es nada raro que una mujer gane más que su marido, y tampoco eso ha traído un reparto de las tareas más equitativo. De hecho, las mujeres que cobran más que sus maridos tienden a hacer más labores en casa, como si se estuvieran disculpando por romper las normas de género en cuanto a ingresos.
¿Qué hay de esa gratitud femenina por todo lo que hemos avanzado?
‘Soy mucho más afortunada que mi madre’, solemos pensar. Es una buena fórmula para evitar enfadarse, ¿verdad? Pensar que deberíamos darnos con un canto en los dientes. No es que no sea así, es así, pero no es la única cosa cierta.
En redes sociales se viralizan videos de matrimonios que tienen reuniones semanales para acordar y planificar las tareas domésticas, un poco como si fuera una reunión corporativa. ¿Es esto una buena idea?
En realidad, sí. Si aceptamos que vivimos en un mundo sexista, nuestros hogares lo reflejarán, a menos que seamos cuidadosos. ¿Y cómo nos volvemos cuidadosos? Hablando de esto. Ambas partes de la pareja pueden decir: ‘No queremos recrear esta sociedad sexista en nuestra casa’. Si ambas partes están de acuerdo con esto, juntos, entonces pueden afrontar el siguiente paso, que es cómo podemos evitarlo, porque es lo que sucederá si no hacemos un trabajo previo. La pareja puede ser un equipo contra la sociedad sexista, pueden sostenerse uno al otro.
Otro punto relevante del libro es cómo la ira que experimentamos las mujeres ante este reparto injusto se impone como barrera a veces a esa comunicación que podría solucionar algo.
Lo peor es que, cuando de verdad esto se convierte en un problema, la madre incluso se puede decir que está cómoda con la situación. Todos estos comportamientos que adquirimos como padres primerizos, los aprendemos y los perfeccionamos a base de hacerlos una y otra vez. Así que si a la madre le lleva 3 años comunicar esta ira, ya tiene tres años de experiencia práctica que a su marido le faltan. Para entonces será más difícil igualar la implicación de cada uno. Es como una bola de nieve, cuanto más tiempo ruede, más difícil será pararla. Hablo de cosas como preparar la bolsa de pañales para salir a la calle o controlar las fechas en las que hay que rellenar las solicitudes de las actividades infantiles. Tendremos a una mujer agotada y a un compañero que no sabe intervenir porque no ha aprendido cómo.
Has mencionado que estos comportamientos se aprenden. En el libro te muestras muy convencida contra el esencialismo biológico o aquello que se suele llamar “instinto maternal”, que nos sitúa a las mujeres como genéticamente más inclinadas a realizar estos cuidados.
Cuanto más grande es el cerebro de un mamífero, menor será el papel que los instintos juegan en su vida. Casi todo lo que hacemos los seres humanos, lo hacemos porque lo hemos aprendido. Las hormonas nos hacen querer a nuestros hijos, pero a los hombres también, por cierto. Las hormonas de los hombres cambian durante el embarazo de su pareja. Así que tanto los hombres como las mujeres están biológicamente predispuestos a amar y cuidar a sus hijos.
Hacia el final del libro, hablas de cómo las madres tenemos que aceptar que hay otra persona capaz de quererles y cuidarles en la misma medida que nosotras.
He sabido hace poco que España ahora tiene permisos de maternidad y de paternidad iguales, y eso es genial, porque es uno de los factores que incentiva la implicación paterna. Quedarse, desde una edad muy temprana, solos con sus hijos, hace a los hombres competentes en la materia, les hace sentirse seguros sobre sus propias capacidades. Pero solo si se quedan solos con el bebé el tiempo suficiente. Hay estudios realizados en Noruega y en Suecia sobre los hombres que experimentan los permisos de paternidad en solitario, es decir, sin coincidir con el permiso de maternidad de su pareja. Estos hombres están más implicados en la crianza que los padres que no lo hacen. Hay datos de que el permiso de paternidad en solitario desemboca, cinco años después, en un reparto de tareas más equilibrado.
¿Cuál ha sido el feedback del libro que has recibido por parte del público masculino?
Cuando el libro salió en inglés, hace ya cinco años, algunos hombres respondieron diciendo: ‘Esto es una pamplina, yo me ocupo del coche y del césped’. Pero hubo un correo electrónico que recibí que recuerdo especialmente bien. Este hombre, padre de niños pequeños, me decía: ‘¿Sabes qué? Todo el mundo me dice constantemente lo buen padre que soy y siempre me he sentido un poco culpable aceptando el cumplido, porque sé que mi esposa hace mucho más que yo. Lo veo. Nunca he podido explicar por qué estos cumplidos me hacían sentir incómodo, y ahora que he leído tu libro creo que por fin lo entiendo. Gracias, porque necesitaba oír esto, porque sabía que esto pasaba’. Fue el mejor correo electrónico que recibí.
¿Cuál es nuestra parte de culpa en todo esto?
¡Exactamente la misma! ¡Todos tenemos estas ideas sexistas! Los hombres piensan que es su prerrogativa que cuiden de ellos y las mujeres piensan que es su trabajo cuidar. Así que no hay diferencias en la responsabilidad que tenemos cada uno. El problema es que cuando las mujeres quieren hablar de ello a los hombres parece costarles más. Las mujeres sentimos ira y los hombres culpa. Yo experimenté esto con mi marido. Él se sentía mal y no podía aceptar lo que le decía. Todos tenemos estas ideas sexistas, no solo los hombres. Pensamos que cuidar es nuestro trabajo, y que si no lo hacemos, fallamos. Por eso hace falta que sean las dos partes las que entiendan que el mundo exterior nos predispone al fracaso de la igualdad. Las únicas parejas heterosexuales que no indicaron un descenso de su felicidad marital después del nacimiento de su hijo son las que sienten que su carga de trabajo está equitativamente repartida. Aceptamos que la llegada de un bebé conlleva una pérdida de felicidad en la pareja, todos, menos este grupo, y ellos no experimentan ese descenso.
Mientras leía tu libro no podía dejar de pensarlo: ¿qué pueden aportar otros modelos de familia a la crianza?
Hace falta un pueblo para criar a un niño. Esta es otra dificultad que enfrentan las parejas con hijos: yo me sentía mucho más conectada a otras familias de mi comunidad. Soy más extrovertida que mi marido, como mujer he sido educada en la idea de que hay que atesorar las relaciones con los demás, y las redes que tejen las mujeres tienden a ser diferentes a las de los hombres, a menudo de un mayor grado de intimidad. Necesitas a otras personas que puedas llamar. El otro día yo estaba fuera de la ciudad, mi marido estaba en el trabajo, y mi hija de once años se encontraba mal en el colegio por la mañana. Así que llamé a una amiga que vive al lado y le pregunté si podía ir a buscarla y llevarla a casa. Yo hice esa llamada porque mi marido no tiene la comunidad de la que yo dispongo. Incluso con los mismos números de teléfono archivados en la agenda.
¿Qué papel juega el individualismo, el capitalismo y la sociedad de consumo en este reparto tan desigual de las tareas en las parejas heterosexuales con hijos?
Siento que no puedo hablar del caso de España, pero en Estados Unidos la idea es que no deberías necesitar a nadie. Y es cierto que como adultos debemos ser autónomos pero, ¿dónde queda la flexibilidad? Porque también necesitamos a los demás. Ambas son partes esenciales de la experiencia humana. Es importante crearnos esas redes. En Estados Unidos no existe la educación pública hasta los cuatro años. En esos primeros cuatro años te enfrentas a ese problema. Si te lo puedes permitir, tal vez contrates a alguien que te ayude, pero no es fácil. La comunidad no está garantizada.
En el proceso de aliviar la carga hay muchas familias que recurren a externalizar esos cuidados, con una niñera o cuidadora que habitualmente es otra mujer y que, a su vez, hace aflorar otras desigualdades de clase o incluso raciales. A veces hablamos de mujeres que cuidan los hijos de otros mientras los suyos crecen en otro continente.
No valoramos los oficios relacionados con los cuidados porque las mujeres suelen aportar esos cuidados de manera gratuita. Pero si una mujer con hijos quiere tener algún tipo de vida laboral, necesita que alguien cuide de sus hijos. Al final se ocupan de ese trabajo personas que trabajan en realidad por muy poco dinero, que sufren una situación de desigualdad social. No se valora porque es algo que se supone que las mujeres hacen gratis. Definitivamente no es un sistema de cuidados sólido. También ocurre con otras profesiones a las que habitualmente se dedican las mujeres, como la educación o el trabajo social, que también están infravaloradas e infrarremuneradas. Porque cualquier oficio típicamente femenino lo está.
Al principio del libro mencionas que cuando lo político se vuelve personal y cruza el umbral de tu casa, entonces se convierte en una amenaza.
Sí, porque el hogar no va sobre política, va sobre amor, se supone. Así que si mencionamos el hecho de que el hogar implica trabajo, entonces se nos acusa de ser frías y poco cariñosas. El hogar es trabajo y es amor. Y el trabajo es también dinero. Se te paga por trabajar fuera de casa, y en casa hay muchísimo trabajo por hacer. ¡No compartirlo de forma igualitaria es lo contrario al amor!
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